Wittgenstein y el Giro Lingüístico en la Filosofía del Siglo XX

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Wittgenstein y el Giro Lingüístico

El Legado de Wittgenstein en la Filosofía Analítica

Ludwig Wittgenstein (Viena, 1889, Cambridge, 1951) es el principal representante de la filosofía analítica en el siglo XX. Investigaciones Filosóficas fue escrito hacia 1935-45 (parte I) y entre 1947-49 (parte II); la 1ª edición en Oxford (1953, preparada por G. E. M. Anscombe); con el título Philosophical Investigations una segunda edición preparada por Anscombe y R. Rhees en 1958. La obra, que Wittgenstein preparó para su publicación, pero apareció como póstuma, es la suma de su filosofía tardía.

El Concepto de "Juego de Lenguaje"

Wittgenstein entiende por “juego de lenguaje” un conjunto abierto de reglas para el uso correcto de un sistema simbólico de límites flexibles, cuyo ponente más insigne, aunque no el único, es el sistema abierto del lenguaje. La aplicación de reglas puede ser explícita, como cuando se sigue una regla de forma consciente a modo de instrucción, o implícita, como cuando una persona actúa habitualmente conforme a una regla que bien pudo haberse olvidado hace tiempo. Las gramáticas son descripciones del mundo que pretenden dirigir, es decir, no se derivan de él por inducción, tal como se dice que los científicos descubren las leyes de la naturaleza. Las expresiones lingüísticas (palabras y proposiciones) tienen significado gracias a su inclusión en juegos de lenguaje y formas de vida. El concepto de juego de lenguaje, que aparece aquí ampliado frente al definido en el Tractatus Logico-Philosophicus, abarca todas las formas reguladas de acción humana, en las que se entretejen la conducta lingüística y no lingüística; además, dicho concepto abarca la totalidad del lenguaje y de las actividades relacionadas con él.

Críticas a las Teorías del Significado

El autor critica las teorías del significado en las que se supone, de una u otra manera, que el significado de los signos puede fijarse y está fijado a priori de y con independencia de la praxis concordante de su uso. Ya en formas lingüísticas muy primitivas, en cuya descripción puede originarse falsas imágenes del lenguaje, puede mostrarse la referencia de las expresiones al marco social (pensemos en las pinturas rupestres, o en los jeroglíficos egipcios, o en la escritura ideográfica china). Algo se convierte en una palabra en virtud de sus usos. Una descripción sin prejuicios del uso fáctico del lenguaje da por resultado que las palabras tienen una multitud de funciones muy diferenciadas, las cuales no pueden reducirse a una función fundamental. Induce a error sobre todo la idea de que todas las palabras tienen una misma función unitaria de nombrar o designar algo. Más bien, la denominación es una forma muy especial del uso del lenguaje y sobre todo una forma que lleva inherente muchos presupuestos. Lo mismo que las palabras, tampoco las proposiciones tienen una función unitaria. Proposiciones con sentido no se producen por el hecho de que los hablantes encadenen denominaciones, sino por el hecho de que éstas se usan de forma socialmente aceptada dentro de juegos del lenguaje.

Definiciones Ostensivas y Semejanza de Familia

Para Wittgenstein, las definiciones ostensivas (mostrar) que antes habían sido consideradas fuente de significado, tomadas por sí mismas, pueden interpretarse de múltiples maneras. Donde aportan algo, donde fijan una determinada concepción, lo hacen gracias al hecho de que están ya en juego y resultan familiares las prácticas fundamentales del lenguaje en cuestión. Y también en relación con el mostrar mismo. Las cosas a las que se aplica el concepto de “juego” no tienen una naturaleza en común pero están unidas por una red compleja de semejanza de familia. Tales observaciones nos libran de la necesidad de buscar la esencia de la proposición o del lenguaje, una necesidad a la que Wittgenstein estaba sometido todavía en el Tractatus. Más bien, al observador sin prejuicios se le ofrece toda una familia de juegos del lenguaje que está muy ramificada y abierta en muchas direcciones. Nuestro conocimiento del significado de las palabras radica en el dominio de la praxis social de su uso y no en que el hablante particular disponga de reglas explícitas. Eso no significa que el uso de lenguaje y los usos del lenguaje carezcan de reglas. Pero hay que abstenerse de establecer falsas imágenes en torno a las expresiones “estar regulado” y “seguir reglas”. Nos inducen a ello con especial facilidad representaciones equivocadas de las tareas de la lógica y determinados “ideales” ligados a esto (ideales de pureza, exactitud, completitud), los cuales, ante un examen más detallado, se desenmascaran como prejuicios.

Seguir una Regla: Una Costumbre Social

Wittgenstein critica varias imágenes en torno a las reglas y al seguimiento de las reglas. Rechaza un escepticismo de las reglas en virtud del cual toda conducta habría de interpretarse como un seguimiento de las reglas (con la cual se negaría una diferencia objetiva entre la conducta que sigue las reglas y la que las conculca), lo mismo que una concepción platónica según la cual habría reglas antes de la acción humana e independientemente de ella, unas reglas que fijan en sí para todo futuro qué es seguimiento y qué violación. A esto contrapone, el autor, otra concepción: seguir una regla es una costumbre o institución común y, con ello, un asunto social. Para que alguien siga una regla se requieren varias personas. La conducta prescrita por la regla ha de ser una conducta mostrada públicamente; y ha de ser obvio para nosotros actuar así. El concepto de aprender una norma implica también una posibilidad de error. Decir que alguien sigue una regla sólo tiene sentido cuando otros pueden, en principio, aprender esta praxis (pensemos en juegos de lenguaje). Finalmente, sólo se da una regla cuando, a la luz de la misma, tiene sentido hablar de que alguien se comporta recta o falsamente; se produce un seguimiento recto de regla cuando la conducta respectiva se tiene por recta, es decir, se reconoce como recta en el grupo correspondiente (consenso). Para que alguien pueda considerarse seguidor de una regla, su conducta, en principio ha de ser accesible al control público y a instancias públicas de control (criterios públicos).

Lenguajes Privados y Sensaciones

La Imposibilidad de los Lenguajes Privados

Parece que, contra la tesis de Wittgenstein de que el significado de los signos no está fijado con independencia de la praxis regulada de la utilización de signos, habla en primer lugar la posibilidad de concebir un lenguaje privado. El mismo Wittgenstein se plantea ese ejemplo contrario, para criticarlo en diversos planos. Pregunta, en concreto, ¿no podrá haber lenguas para las que fuera decisiva la manera como el individuo que las usa entiende los signos? Por ejemplo, ¿no tienen cada uno su propio lenguaje para las sensaciones? Quien cree algo así podría hacerse la siguiente imagen del lenguaje de la mente: “Las propias sensaciones son privadas; son objetos privados (por ejemplo, pensamientos, imágenes, o ser del alma). Podemos relatar acerca de su aparición. Para ello se requieren expresiones designativas con las que se confeccionan tales relatos. Estas designaciones de lo privado deben ser a su vez privadas. Según esto, en aquel lenguaje en el que quien lo usa, habla de sus sensaciones, tienen que haber designaciones privadas de las mismas”. La llamada “argumentación de los lenguajes privados” en Wittgenstein persigue varios fines en la demostración. Ante todo, el autor quiere demostrar que es imposible un lenguaje de signos que en principio sólo pueda entender una persona (la comunicación para ser tal ha de ser compartida). Signos de un lenguaje así, no podrían tener ningún significado, pues no sería posible fijar ningún uso de los mismos. No habría ningún criterio de exactitud en el uso de los signos. Y en tal caso, no se puede hablar de correcto o falso, de reglas, juegos del lenguaje y lenguaje.

El Lenguaje de las Sensaciones

En un segundo momento, Wittgenstein aborda el ejemplo concreto del lenguaje de las sensaciones: 1) No parece haber ninguna interpretación de “privado” según la cual las sensaciones podrían ser privadas; ni éstas son privadas en el sentido de un acceso privilegiado ni hay un criterio de identidad en virtud del cual nadie pueda tener la sensación de otro (imposibilidad de comparación intersubjetiva). 2) No informamos sobre las propias sensaciones sino que las expresamos. Y, finalmente, 3) designaciones de objetos privados, no serían verificables. En un plano constructivo, Wittgenstein intenta esclarecer en qué sentido el lenguaje de las sensaciones y las sensaciones son privados y qué funciones desempeñan de hecho en el lenguaje de las palabras relativas a sensaciones y manifestaciones. Así, las manifestaciones de la sensación en primera persona de ninguna manera son informes sobre procesos identificados en el propio interior; más bien, son una conducta de expresión lingüística que puede suplantar la originaria conducta expresiva, por ejemplo gritar. Después de la argumentación de los lenguajes privados, en las que el autor trata también de las palabras relativas a sensaciones. Wittgenstein pasa a investigar otros conceptos psicológicos. Al recorrer la “gramática” de éstos y otros verbos psicológicos (“esperar”, “opinar”, “querer”), Wittgenstein llega a resultados notables. No sólo depende del contexto el contenido de los fenómenos psíquicos y mentales (por ejemplo, una creencia o un deseo); también las preguntas relativas a cualquier tipo de estados de cosas psíquicos, incluso la de si se da algo psíquico en general, sólo pueden responderse por relaciones conceptuales, en conexión con el lenguaje, pues dependen del juego del lenguaje y de la forma de vida. El tipo y el contenido de los estados psíquicos y mentales de una persona no son independientes de su conducta expresiva de tipo verbal y no verbal, de su conducta restante y, sobre todo, de la manera como el entorno social reacciona ante ellos. Según esto, lo psíquico, lo mismo que el significado lingüístico, no sería pensable sin un contexto social. La obra contribuyó a formar el modelo de la filosofía del lenguaje ordinario. Dentro de la psicología psicológica, las tesis wittgensteinianas han ganado mayor actualidad todavía en los últimos años en el marco de un debate agudizado en torno al anti individualismo (H. Putnam, T. Burge).

El Auge del Positivismo Lógico

El Círculo de Viena y la Verificabilidad

En un libro necesario La Viena de Wittgenstein sus autores Janik y Toulmin nos enseñaron a comprender que entre 1800 y 1920, el problema a la hora de definir tanto los límites como la finalidad de la razón sufrió un doble giro, pues 1º) se transformó en el problema de definir la finalidad esencial y los límites de la ciencia, y 2º) problemática trasladada, a su vez, al lenguaje. Sin duda, el siglo XX es el siglo del lenguaje. A principios de los años veinte, un grupo de filósofos, físicos y matemáticos austríacos y alemanes, empezó a mantener reuniones periódicas bajo la presidencia de Moritz Schlick (1882-1936), uno de los pocos filósofos asesinado por un estudiante contrariado. Su propósito era una forma de filosofía que no sólo era compatible con las ciencias naturales sino que participaba de muchos de sus métodos e ideales. El grupo se denominó Círculo de Viena. Profesaban un antihegelianismo explícito y contundente que les llevaba a oponerse a la ortodoxia hegeliana imperante en las universidades alemanas. Comprendieron que su primer objetivo era la eliminación de la metafísica. Concebían la metafísica como un tipo de especulación no basada en datos empíricos. Admiradores de las tesis positivistas de Mach tendían a asumir que las sensaciones o, en todo caso, las experiencias privadas proporcionaban el tipo de fundamento incondicional en el que deberían basarse todas las aspiraciones al conocimiento, como escribe Schlick: “Todo observador llena su propio contenido (…) confiriendo de este modo a sus símbolos un significado y llenando la estructura de contenido lo mismo que un niño puede colorear dibujos en los que sólo están trazadas las líneas”. La técnica empleada por los positivistas para la eliminación de la metafísica era sencilla. Una proposición tiene sentido sólo si puede describirse para ella un método de verificación. La totalidad de la religión y buena parte de la filosofía hegeliana no superan la prueba. Advierte Schlick que “allí donde existe un problema con sentido, cabe siempre en teoría indicar el camino que conduce a su solución. Y es que resulta evidente que la indicación de dicho camino coincide con el señalamiento de su sentido (…) El acto de verificación en el que acaba por desembocar el camino hacia una solución es siempre de la misma índole: se confirma la ocurrencia de un determinado hecho (…) por medio de la experiencia inmediata”. La ética resultaba problemática ¿Cómo verificar una máxima moral? El Círculo acabó por considerar el discurso moral como una cuestión de expresión de emociones que, de hecho, podían basarse en los datos sensoriales de placer y del dolor. El principio de verificabilidad no tardó en ser discutido y adoptado por muchos filósofos ajenos al Círculo. ¿Se trataba de un criterio de significatividad o más bien de una fórmula para describir el sentido de una proposición? ¿Acaso el sentido de una proposición no era ni más ni menos que el método adecuado para verificarla? Se generalizó la idea de que el Círculo defendía esta última versión del principio de verificación. Dado que los integrantes del grupo estaban convencidos de que el uso de los principios de la lógica formal suponía la única manera legítima de analizar la estructura de los discursos empezaron a designar su posición con el nombre de “empirismo lógico”. Más o menos bajo ese rótulo fue incorporado por A. J. Ayer (1910-1992) al mundo de habla inglesa en un best-seller titulado Language, Truth and Logic (1936). Pese a tratarse de una versión algo aligerada de las concepciones de los miembros del Círculo de Viena, suministraba un saludable antídoto contra buena parte de la filosofía occidental al uso en aquella época. La persecución de judíos y liberales por el régimen nazi de los años treinta provocó una emigración a los EEUU de muchos integrantes del Círculo de Viena. Allí el positivismo lógico entraría en contacto con el pragmatismo autóctono, entusiasmado ya con la idea de la lógica como herramienta fundamental del análisis lógico.

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