La Vida en Cristo: Amor, Fe y Vocación en la Comunidad
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1. La vida en Cristo. Fue en Antioquía, en el siglo I d.C., donde comenzaron a llamar cristianos a los seguidores de Jesús. Ser cristiano significa vivir en Él y por Él, con una relación de amistad y amor. Quien recibe el Bautismo es sumergido en la muerte de Cristo y resucita con Él como una nueva criatura. De este modo, al bautizarnos pasamos a recibir el nombre de cristianos, que indica nuestra procedencia y nuestro ser más profundo. El cristiano que trata de imitar las actitudes profundas de Jesús se va pareciendo cada vez más a Él. Es una cuestión de amor, de amistad. Es lo que Jesús nos da: su misma vida, la gracia, el amor que nos impulsa a entregarnos a nosotros mismos. Lo que permite esa regeneración y convierte al cristiano en hijo de la luz es el mandamiento del Amor: "Como yo os he amado, amaos también unos a otros". Existen dos tipos de amor, que los primeros pensadores griegos denominaron eros y ágape.
- Eros es el amor pasional. Es el amor cuyo único protagonista es el amante, pues busca su propio beneficio.
- Ágape es el amor de encuentro en el que lo que se ama, el centro, es la persona del otro y lo que busca es su bien. Es un amor que tiende a la comunión y cuyo fruto es la alegría de quien se entrega a otra persona sin condiciones.
Este tipo de amor se ha traducido al latín por Cáritas y al español por caridad. El ideal del amor cristiano no consiste en anular el error, sino en ordenar y orientar su fuerza desde el ágape. El hombre está hecho para dar y recibir, y el amor ofrecido espera siempre una respuesta de amor. Si todos diéramos el primer paso y amáramos de este modo, se produciría una transformación activa de la sociedad y de las relaciones interpersonales en una dinámica de amor ofrecido y entregado de unos a otros. Esta es la civilización del amor con la que soñaba San Juan Pablo II como modelo de la nueva humanidad.
¿Qué nos enseñó Jesús sobre el amor? Es importante darse cuenta de que el mandamiento del Amor cobra plenitud en la afirmación "Como yo os he amado". En ella se contiene toda la novedad del cristianismo. Jesús no nos pide nada que antes no nos haya dado. Él, con su vida, con sus gestos y palabras, es nuestro modelo. ¿Cómo se ama al prójimo? Aprendiendo a amar como amaba y ama Jesús. Jesús explicó a sus discípulos cuál es el amor verdadero: "Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos". Toda la vida de Jesús es expresión de su amor por los hombres, sobre todo, con su muerte en la cruz por toda la humanidad. Jesús nos mostró cuál debe ser la medida del amor: "Yo os digo: amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persiguen, para que seáis hijos de nuestro Padre celestial".
3. La entrega al prójimo: la fe vivida. 3.1. La fe mueve la acción. En la carta del apóstol Santiago encontramos unas palabras que muestran cómo debe ser la relación entre la fe y las obras: "Si un hermano o una hermana andan desnudos y faltos del alimento diario, y uno de vosotros dice: 'Id en paz, abrigaos y saciaos', pero no les da lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve? Así es también la fe: si no tiene obras, está muerta por dentro". Un conocido refrán resume la misma idea de este modo: "Obras son amores y no buenas razones". En la Última Cena, Jesús hizo un gesto inaudito que marcó ese nuevo estilo de vida: el lavatorio de pies. Esta era, entonces, una tarea propia de siervos. El Hijo de Dios Altísimo se quitó la túnica, se agachó delante de cada discípulo y le lavó los pies. También a Judas, que lo traicionó. Pero, al terminar de lavarles los pies, Jesús dijo: "Os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis". El Pastor está para servir. No ha venido a ser servido, sino a servir. La fe mueve a la acción, exige vivir para los demás. El cristiano está llamado a darse al prójimo. Los grandes de la historia han sido hombres y mujeres entregados al servicio de los otros, especialmente, de los más pobres y desfavorecidos. Ser cristiano no es una actividad teórica, sino una actitud ante Dios y ante los demás.
3.2. ¿Quién es mi prójimo? Jesús dijo que la ley se resumía así: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón... Y a tu prójimo como a ti mismo". Alguien le preguntó: "¿Quién es mi prójimo?" Jesús, entonces, narró la parábola del buen samaritano, en la que afirma que todo hombre es el prójimo al que debemos reconocer en una dignidad sagrada. Lo recuerda también al narrar el juicio final, cuando Jesús se identifica con todo ser humano: "Tuve hambre, tuve sed, estuve desnudo". Jesucristo, por fin, nos dio la regla de oro de la caridad cristiana: "Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis". Por eso, Él está especialmente presente en cada ser humano que sufre. Este espíritu de servicio a favor de todos los hombres se ha consolidado en la Iglesia mediante diversas instituciones.
Quienes construyeron los primeros hospitales, escuelas y asilos fueron cristianos que reconocieron las carencias de la sociedad. El amor de Jesús los llevó a dar una respuesta creativa de servicio. En España, son instituciones importantes Cáritas, Manos Unidas y Justicia y Paz. Quizá la injusticia y la discriminación que hoy sufrimos parezcan un problema inmenso ante el cual podemos aportar poco. Esta es la excusa fácil para no comprometerse, pero lo cierto es que todos podemos hacer algo. Se trata, en primer lugar, de cambiar nuestras actitudes y de comenzar a ir de cara a los demás.
1. Misión de la Iglesia y doctrina social. La Doctrina Social de la Iglesia surge del bien de la persona. La Iglesia ofrece las orientaciones que el ciudadano y la comunidad deben respetar para construir sociedades justas y solidarias. La base de la DSI está constituida por los valores que predicó y vivió Jesús: la verdad, la libertad, la justicia y el amor. Puede decirse, sin embargo, que la moderna doctrina social toma un nuevo rumbo a partir de la encíclica Rerum Novarum (1891) de León XIII. A finales del siglo XVIII, la Revolución Industrial produjo grandes cambios sociales. La situación del proletariado, maltratado por el sistema capitalista de la época, impulsa la aparición de los sindicatos y de movimientos socialistas. Surgen también múltiples iniciativas sociales cristianas que intentan paliar las condiciones indignas en que viven cada vez más personas. El Papa denuncia los abusos contra los obreros, establece la doctrina del salario justo y condena la solución propuesta por el marxismo como contraria a la libertad humana. Más adelante, la DSI ha ido ampliando su perspectiva ante la aparición de nuevos problemas:
1. Pío XII/Non abbiamo bisogno 1931, Mit brennender Sorge y Divini Redemptoris 1937/contra los totalitarismos (fascismo, nazismo y comunismo). 2. Juan XXIII/Pacem in terris 1963/aborda los derechos humanos y la paz mundial, amenazada en aquellos tiempos de la Guerra Fría por la carrera de armamentos. 3. Concilio Vaticano II/Gladium et spes 1965. 4. Pablo VI/Populorum progressio 1967/afronta los problemas del desarrollo, en el contexto de la entonces reciente descolonización. 5. Juan Pablo II/Centesimus annus 1991/revisa cuestiones sociales tras el hundimiento del comunismo en Europa y subraya la necesidad de que las democracias se funden en los principios éticos. 6. Benedicto XVI/Caritas in veritate 2009/sin confianza y amor por lo verdadero, no puede haber coincidencia ni responsabilidad social. 7. Francisco I/Evangelii gaudium 2013/resalta la opción preferencial de la Iglesia por los pobres.
3. La actitud ante los bienes materiales. 3.1. Bienes materiales y dignidad humana. Hay una responsabilidad de cada uno hacia los demás y esta responsabilidad comienza por lo material: dar de comer, de beber, ropa, etcétera. Sin embargo, la propiedad y el uso de los bienes no son valores absolutos. El hombre debe habitar y poseer el mundo sabiendo que no es suyo, que tiene que cuidarlo y que no puede servirse de él de cualquier manera. Tenemos una auténtica responsabilidad ecológica ante Dios, el resto de los seres humanos y las generaciones futuras. La propiedad y el uso de los bienes materiales deben supeditarse al bien espiritual y moral del hombre. No puede ser el centro de las aspiraciones humanas. 3.2. Combatir la pobreza. La situación designa el estado de carencia de los bienes básicos. Puede ser tanto material como espiritual; así, la ignorancia o la soledad atentan contra la dignidad del ser humano, pues hacen que alguien preparado para el conocimiento y la belleza deba centrarse tan solo en sobrevivir. Además, la pobreza suele llevar aparejadas la enfermedad y la muerte. Las autoridades políticas y los individuos tienen el grave deber de paliar la pobreza que sufren otros seres humanos.
Pero la acción del cristiano, inspirada por el ejemplo de Jesús y por el Evangelio de las Bienaventuranzas, está motivada no sólo por este afán de justicia, sino también por el amor a los pobres. En ellos reconocemos de un modo especial la presencia de Cristo. De ahí el amor de preferencia que la Iglesia, desde sus orígenes, tiene por los necesitados. En este sentido, la vida económica ha de inspirarse en la justicia y la solidaridad. No es aceptable un crecimiento económico obtenido con menoscabo de los seres humanos, de grupos sociales y pueblos enteros, condenados a la indigencia de bienes y a la exclusión. La expansión de la riqueza, visible en la disponibilidad de bienes y servicios, y la exigencia moral de una justa distribución de estos últimos deben estimular al hombre y a la sociedad en su conjunto a practicar la virtud esencial de la solidaridad.
1.2. La respuesta a la vocación. 2.1. La vida como don y tarea. Dios nos salva de este anonimato, pues en Él los seres humanos descubrimos que nada es fruto del azar, que todo tiene razón profunda en su amor eterno. Cada vida humana es un don de Dios: Él nos eligió en Cristo antes de la fundación del mundo para que fuésemos santos e intachables ante Él por el amor. Descubrir la propia vocación es uno de los retos más apasionantes de la vida. ¿Qué puedo hacer con mi vida? ¿Cómo me gustaría emplear los años de mi existencia? ¿Con quién quiero compartirlo todo? Comenzamos a plantearnos este tipo de preguntas en la primera juventud, cuando hacemos nuestras primeras elecciones personales: los estudios, aficiones, amistades... Son decisiones que nos conducen por un camino determinado, nos orientan y nos van mostrando quiénes y cómo somos. El cristiano añade otro interrogante más: ¿Qué quiere Dios de mí? Todos los cristianos tenemos una vocación común: estamos llamados a la santidad. Dios quiere que seamos santos. Lo traducimos literalmente por bienaventurado o dichoso. La santidad es el estado de felicidad colmada del hombre que vive en Dios y junto a Dios, pues Él quiere nuestra felicidad.
2.2. El carácter comunitario de la vocación. La llamada a la santidad es personal, pero también comunitaria: la vocación cristiana no es un asunto privado entre Dios y cada uno de nosotros, sino que, del mismo modo en que Dios es relación entre las personas de la Trinidad, estamos llamados a la fraternidad con los demás seres humanos: el amor al prójimo es inseparable del amor de Dios. Cuando confesamos "creo", también debemos decir "creemos", pues manifestamos nuestra fe dentro de la comunidad humana. La vocación cristiana tiene siempre una dimensión de servicio. ¿Cómo se puede colmar a toda la sociedad de espíritu cristiano? Especialmente, por el cuidado de la unidad social básica: la familia, ese núcleo donde el débil es querido y acogido sin que importe su "utilidad". También se consigue fomentando las iniciativas asociativas (económicas, sociales), evitando la pasividad de los que dejan todo en manos de otros o del Estado: el cristiano tiene la responsabilidad de ser un ciudadano activo, de transmitir el tesoro que ha recibido y de organizar la sociedad de manera que quien lo desee reciba ese tesoro.