Transformación de la Composición Arquitectónica: Un Viaje Histórico
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La Evolución de la Composición Arquitectónica
La evolución histórica de la composición arquitectónica ha estado siempre influenciada por las corrientes filosóficas y literarias de cada época, así como por los cambios en el pensamiento y las estructuras sociales desde los inicios de la humanidad.
Para comprender el desarrollo de esta disciplina, con sus transformaciones, desde mediados del siglo XIX hasta la actualidad, es necesario contextualizar la situación previa. Se trata de una suma de corrientes de pensamiento que entraron en crisis con la aparición de la sociedad industrializada. Desde el Renacimiento del siglo XV, con su búsqueda de una belleza proporcionada e inmutable, pasando por el Barroco (s. XVII), que criticó la sistematización arquitectónica de las corrientes clásicas, y el Rococó, hasta el Romanticismo y Neoclasicismo (s. XVIII), que buscaban retomar la grandeza estética de Roma y Grecia en la Ilustración, que perduró hasta mediados del s. XIX, junto con las Beaux Arts academicistas.
A finales del s. XIX, la difusión de la industrialización desde Gran Bretaña, sumada a avances tecnológicos como la electricidad, el motor de combustión interna y el teléfono, generó un contexto de producción en masa y la introducción de nuevos materiales como el acero y el hormigón armado. Socialmente, el cambio de siglo trajo una mejora en la calidad de vida y la migración del campo a la ciudad. Esta situación se reflejó en otras disciplinas, como la literatura, por ejemplo, en ‘La rebelión de las masas’ de Ortega y Gasset (1930).
Con el cambio de pensamiento, surgieron nuevas teorías artísticas sobre la forma y la visibilidad, que renunciaban a la apariencia en favor de la realidad interna: la idea y la representación sensible. También aparecieron teorías psicológicas como la ‘EINFÜHLUNG’ o teoría de la empatía, que defiende que el espacio se analiza no solo por sus cualidades físicas, sino también por las emociones que provoca en el usuario.
El desarrollo industrial y los cambios en la técnica de materiales y sistemas constructivos llevaron a la reducción de materia en la arquitectura. La producción de hierro y acero generó nuevos elementos estructurales que sustituyeron los muros de carga por columnas y pilares. El interés por el cristal inició el proceso de desmaterialización de la arquitectura, vigente hasta hoy. Los materiales masivos se reemplazaron por líneas finas, generando una nueva red estructural. Este fenómeno se plasmó en obras como el Palacio de Cristal de Londres (1851), donde las densas fachadas se desvanecieron en láminas de cristal.
La llegada del hormigón armado conllevó a la desaparición del muro como sistema portante, culminando con la ‘Maison Domino’ (1914) de Le Corbusier y Pierre Jeanneret. Las nuevas teorías formalistas independizaron la forma de condicionantes externos, enfatizando su valor intrínseco y espiritual (Wölfflin), las estructuras internas. Esto preparó la llegada de las vanguardias. Las emociones y sensaciones que provoca la obra superaron lo material, y los elementos geométricos adquirieron valor expresivo. Todo esto desembocó en el florecimiento del Movimiento Modernista, a finales del s. XIX y principios del XX. Ejemplo de ello es la casa Tassel (1893), de Victor Horta: un contenedor de cristal que se expande y se estrecha, con luz desde diversas direcciones, color y ornamentación tridimensional. También introduce la entreplanta, respetando las alineaciones de la calle. La arquitectura se abstrae, impone la línea con el hierro y divide espacios con el cristal.
El arquitecto, en un momento en que la materia desaparecía, trasladó su interés a los conceptos espaciales, a lo inmaterial, a lo fluido. Esto se resolvió en obras del Art Nouveau, como la estación de metro de Guimard. La luz, combinada con las estructuras de hierro, asumió el protagonismo compositivo, configurando nuevas espacialidades.
Este proceso de desmaterialización continuó a lo largo de los siglos XX y XXI, como se ve en proyectos como el rascacielos de la Friedrichstrasse de Mies o la Fundación Cartier de Nouvel, cada uno con un lenguaje propio. En los proyectos más actuales surgió la necesidad de conservar el medio ambiente, un problema que no se interiorizó hasta finales del s. XX.
La nueva concepción del arte y la arquitectura supuso la decadencia de corrientes como la ‘École de Beaux-Arts’, que, a pesar de sus esfuerzos, se volvió un sistema no sostenible.
A inicios del s. XX, la teoría de la relatividad y la cuántica fusionaron espacio y tiempo en un continuo tetradimensional. La materia se entendió como un proceso dinámico y la realidad como relativa. En un afán por rechazar el sistema heredado, surgió el movimiento vanguardista, que fusionó objeto y fondo, renunciando a la representación de la 3ª dimensión, que debía ser generada por el espectador mediante códigos de cromatismo, giro y movimiento. Las líneas adquirieron personalidad, coincidiendo con el Art Nouveau, pero reinventando el concepto de profundidad.
Como respuesta, el siglo XX optó por una arquitectura cúbica, de fachadas y cubiertas planas, sin relieve, en una retroalimentación entre el sistema diédrico y el volumen arquitectónico en forma de caja. Le Corbusier legó una arquitectura purista de orden geométrico, practicada hasta hoy. Un sistema estructural de elementos ordenados, isótropo (dom-ino), se mezcló con el cubismo fundamentado en la experiencia subjetiva. La renuncia al sistema constructivo y la crítica al pensamiento arcaico pusieron en crisis las ideas academicistas y resurgió el término de ‘composición’ como ‘un valor esencial en el arte’ (Mondrian) o la ‘estructuración geométrica que subyace bajo las formas’ (Kandinsky). Esta visión de la composición fue absorbida por generaciones posteriores: el artista contemporáneo usa parámetros como la línea, el plano, la función y se apoya en la matemática y la geometría, aunque con un lenguaje evolucionado.
Las circunstancias tras la 1ª Guerra Mundial, como la crisis económica y la escasez, unidas a la aceptación del sistema industrial, llevaron a un planteamiento ‘cientificista’ de la producción arquitectónica bajo principios mecanicistas e higienistas. La casa se convirtió en una máquina para habitar. Se generó una arquitectura a partir del uso, bajo un diseño igualitario y sistemático, marcado por la economía, la eficacia constructiva y estructural. Apareció el concepto de TIPO y PROTOTIPO, se estandarizó todo para tener un código industrial y se abogó por una vivienda mínima eficiente. Mies y Le Corbusier fueron grandes exponentes de este pensamiento, reflejado en sus obras con la distribución, el uso del color blanco y la búsqueda de la planta libre. Hoy en día, en la revolución digital, podemos variar la forma con un ordenador y que la máquina la reproduzca.
La llegada de la 2ª Guerra Mundial puso fin a la creencia en la razón. Un nuevo modelo pos-productivista llevó del sistema industrial al sistema del consumo a gran escala, donde el envoltorio es tan importante como el contenido. Lo importante es llegar a los arquetipos del inconsciente para entender la sociedad. Una tolerancia estética inundó una arquitectura que debía llegar a la masa social a través de la imagen. La posmodernidad puso fin al utopismo moderno. Obras como la casa Vanna Venturi (62-64) o la Piazza de Italia (Moore) mostraron un manejo indiscriminado y caricaturesco de la historia. Así surgió la primacía de la forma sobre la función. Las formas definen la ciudad, no la función (Rossi), y esas formas vienen de recuerdos de la memoria colectiva. A partir de 1983-84, el posmodernismo fue desestimado, aunque se siguió trabajando con su lenguaje.
La crisis de la razón ilustrada, que comenzó en el s. XX, introdujo el concepto de diferencia de la mano de Derrida. La disonancia entre los juicios kantianos y hegelianos chocó con el asistematismo y la discontinuidad de una sociedad heterogénea y compleja. Se volvió al romanticismo, donde arte y verdad se unieron, poniendo en crisis el racionalismo y buscando la experimentación de la arquitectura por sí misma. Se rompió con el espacio euclidiano, se distorsionó la geometría clásica y se acentuó la diferencia, el conflicto entre figuras, la des-estructuración. La deconstrucción trató de revelarse contra la razón, pero no se salió de ella, cayendo en el irracionalismo. Esta arquitectura es variable, manifestando la combinatoria, el azar, recordando a la narrativa vanguardista. Se negó al límite y pretendió una continuidad de la arquitectura con el entorno.
Hay teorías que defienden 3 fases en el desarrollo deconstructivista: el neoconstructivismo (neohistoricismo apoyado en movimientos soviéticos, como el Parque de la Villette de Tschumi), la deconstrucción y la arquitectura del pliegue, a partir de los 90. La línea desaparece, no se respetan los 90º, se usan perspectivas de fuga curvada. La sociedad está en constante cambio, y con ella, la arquitectura. Su legado serían edificios que quiebran el bloque lineal, con varias tramas, trabajando con formas sobre las que ya hay un discurso intelectual. Un lenguaje barroco o romántico reflejado en la sociedad actual.
La arquitectura del pliegue buscaba una heterogeneidad ‘suave’, mezclando elementos que no renunciaban a su identidad original. ‘La arquitectura no representa una forma especial, sino una forma que empieza a ser’ (Eisenman). Surgió la arquitectura suceso, que pretende recoger todos los estados, pasado, presente y futuro, curvando sus pliegues en una arquitectura blanda, topológica. No representa lo absoluto, pero tampoco se opone a lo anterior. Se habla de la estructura de rizoma, que deja atrás la de árbol racionalista. Un ejemplo es el museo de Fran Güeri en Bilbao. Folding: museo judío de Daniel Libeskind, Berlin.
Todo esto se debió a la nueva concepción del universo, donde el espacio se expande, nada es plano, hay pliegues. Fenómeno que vuelve a pasar con la genética y las nuevas tecnologías. En esta época se empezaron a estudiar las formas de la naturaleza e imitarlas en los proyectos, algo que también pasará en el s. XXI, pero con un lenguaje técnico más desarrollado.
Hemos pasado del Renacimiento con su simetría, centralidad y unidad, al Barroco del dinamismo, las vanguardias y la contemporaneidad en un mundo plasmático. La búsqueda por llevarlo todo al límite del manierismo hace pensar que seguimos en una época barroca, pero hoy debemos encontrar el camino en un mundo de recursos limitados.
Con la llegada del s. XXI surgieron nuevos paradigmas: la energía como base desde inicios del s. XX y el descubrimiento de la luz artificial, que permitió que los objetos arquitectónicos ya no fueran bañados por la luz, sino que fueran emisores de luz, según Le Corbusier. Se busca una transparencia compositiva, veladuras, pieles en las fachadas, marcado por la revolución digital (código, diagrama y pixel) y la preocupación por el medio ambiente. El ser humano siempre ha tendido al crecimiento a base del consumo, y cuanto más crece el consumo, más grave es el problema medioambiental. Nos encontramos en un proceso de supremacía de la abstracción, que sitúa la realidad de nuestro pensamiento sobre la realidad física, y por ello hemos dominado y usado la naturaleza hasta el límite, aunque haya aumentado el confort y la calidad de vida. Es paradójico llamar progreso a lo que lleva al deterioro y destrucción de su lugar de partida.
Desde los primeros ejemplos hasta la actualidad, la arquitectura ha recorrido un proceso de desplazamiento del hecho compositivo concentrado en la construcción y ornamentación como generadoras del espacio, a la búsqueda del espacio a partir de la no materia, en un proceso de desmaterialización. Esto se manifestó en la arquitectura contemporánea gracias a nuevos materiales como el vidrio laminado, el policarbonato, el plexiglás o la fibra de vidrio. Jean Nouvel indagó en la desmaterialización con obras como la Fundación Cartier (94). Juegos con la refracción de la luz, fachadas desdobladas y fusión de la arquitectura con el entorno, algo que ya se visualizaba desde el siglo anterior.
De una arquitectura higienista que trabajaba con el espacio y la luz, se ha pasado a una arquitectura medioambientalista, donde el problema se encuentra a escala territorial. Desde la máquina de vapor hasta la revolución digital, en pocas décadas se electrificó y digitalizó un mundo que plasmó cada innovación en sus creaciones: fachadas como códigos de barras, cromatismo simbolizando el pixel. Mientras que la fachada clásica se apoyaba en el ritmo uniforme y la moderna vinculaba los huecos a las funciones, en la actualidad los huecos son un juego entre orden y desorden, como se observa en el Centro Comercial Puerta Cinegia. Las TIC dotan a la arquitectura de una nueva identidad: aquella capaz de generarse y modificarse a partir de la información que recibe. Estamos en un cambio de paradigma, moviéndonos hacia la minimización del flujo antientrópico. A esto se suma la concienciación de que la arquitectura es una de las acciones humanas que más recursos consume. No es compatible un desarrollo indefinido con la sostenibilidad. Todo es a costa de la destrucción ambiental, resultado de un pensamiento racionalista. Hay que encontrar un punto de equilibrio.
Para no comprometer el futuro, habría que minimizar el impacto ambiental, mantener dentro de límites sostenibles su consumo e integrar el sistema proyectado en el ecosistema del entorno. Han surgido variantes como la arquitectura verde, enriqueciendo las edificaciones y comprometiéndose con el medio ambiente, y la biotecnología y nuevas técnicas de reciclaje están trabajando en soluciones. La naturaleza es la realidad, y va más allá de nuestro pensamiento. El hombre no es el centro del universo y hasta que no se ha visto en riesgo no se ha planteado trabajar en conjunto con él. Este problema puede deberse al asentamiento del pensamiento occidental, ya que el oriental no da tanta importancia al ser humano, aceptando lo cambiante con un lenguaje de conceptos.
Hemos pasado de lo simple (EUCLIDES, punto-línea-plano-espacio) a lo complejo (FRACTAL, polvos-curvas irregulares-parábolas). La diferencia entre la revolución industrial y la digital es que en la primera se diseña un PROTOTIPO y todo se reproduce igual. En la segunda no hay prototipo, todo se hace desde un programa. Se pueden modificar las piezas, aunque por motivos ambientales se está volviendo al sistema constructivo mecánico antiguo.
Desde finales del s. XIX hasta la actualidad, el hombre ha plasmado en la arquitectura las ideas de pensamiento de cada etapa, buscando siempre lo mejor, lo novedoso, recogiendo ideas historicistas o bien oponiéndose a ellas. Siempre se ha mirado hacia el progreso, adaptándose a la materialidad correspondiente con el progreso industrial y técnico de cada época, materialidad que acabó siendo efímera, intuitiva y volátil, hasta plasmática. La necesidad existencial del ser humano por poner en duda lo ya visto, por innovar y por pertenecer a un grupo ha producido que muchos pensamientos se reinventaran continuamente, para después ser cuestionados, en un ciclo que se repite a lo largo de la historia. Las formas contemporáneas han vuelto al vanguardismo.
Construcciones que antes eran imposibles se levantan hoy en día, mientras que se observan las edificaciones del pasado con nostalgia y respeto, fascinados por una identidad que no podrá volver a producirse en las mismas condiciones, y el valor artístico que ocultan. En un mundo cambiante, constituido por su pasado, presente y visión a futuro, se produce un fenómeno de admiración y análisis entre todos los espacio-tiempo que han existido. La arquitectura será tan posible como el entendimiento del humano comprenda, y evolucionará hasta puntos que hoy no podemos concebir.
El condicionante medioambiental actual, que puede limitar el libertinaje con el que se proyectan las nuevas edificaciones, es un reto temporal que implica una crisis, que a su vez supone una revolución en el pensamiento humano y la adaptación del hombre a una situación desconocida que, cuando sea confrontada, nos pondrá en la tesitura de una nueva preocupación.
Nosotros somos un código, una forma en hacerse y, como hemos comprobado a lo largo de la Historia, los nuevos problemas que surgen por nuestra propia existencia podrán ser afrontados con el mismo grado de profundidad con el que el ser humano sea capaz de comprender el Universo.