Teoría de la iluminación | San Agustín
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3.1. La Teoría de la Iluminación: la Verdad infinita al alcance de la mente. Demostración de Dios
3.1.1. La luz divina como luz de conocimiento
Para superar la limitación de la mente humana (finita, temporal, mudable, etc) y poder alcanzar estas verdades inmutables y eternas, el hombre precisa de esa ayuda divina que consiste en iluminarlo con esa luz divina y así ser capaz de aprehender, captar lo que trasciende de nuestras mentes. El hombre busca esa Verdad, iluminado por dios, en su propio interior (La Verdad habita en el interior del hombre, este es el camino para llegar a Dios). Una vez que haya recibido de Dios la luz natural estará capacitado para ver las verdades esenciales y necesarias. ?No vayas fuera, vuelve a ti mismo. En el hombre interior habita la verdad.?
Su punto de partida es, pues, la intimidad de la conciencia, que por un proceso ascendente lleva al hombre más allá de sí mismo. A través de los grados de conocimiento que va alcanzando progresivamente la verdad:
1. la aversión al mundo sensible
2. descubrimiento de las ideas como modelos eternos (Introversión)
3. unión con Dios como fundamento último (Trascendencia)
Sólo aquellos hombres que se esfuercen y desplieguen su interioridad serán dignos de alcanzar la ?gracia divina?. Es la ayuda sobrenatural concedida por Dios al hombre para practicar el bien y alcanzar la bienaventuranza. Mediante ella volvemos al estado de inocencia que Dios concedió a nuestros primeros padres, nos hace ?casi libres?. La libertad era el estado en que vivía el hombre antes del pecado original (la libertad consiste en no poder pecar); después fue el ?libre albedrío?, que consiste en poder no pecar. El hombre tras la Caída tiene la posibilidad de elegir entre el bien y el mal; Se aparta de la felicidad-libertad y tiene posibilidad de elegir el mal, la facultad de caer. Por consiguiente , el mal no puede ser atribuido a Dios.
Sólo aquellos que elijan hacer el bien, serán los iluminados y llegarán a la contemplación de las verdades, que es la que le aportará la verdadera Felicidad. Estas verdades han sido depositadas de alguna manera por Dios en la mente humana. Dios es como el sol platónico e ilumina nuestras mentes. De este modo, la búsqueda en el interior del ser humano encuentra por las verdades eternas algo que trasciende al alma hacia Dios. Como Platón, se pregunta San Agustín: ¿cómo puedo yo juzgar que esa cosa es bella si no tengo un conocimiento de la belleza en sí misma? Las sensaciones son privadas, individuales (lo que a uno le parece frío, a otro le parece caliente, lo que a uno le parece bueno, a otro le parece malo, lo que uno le parece dulce, a otro le parece amargo o salado...), pero las verdades universales son comunes a todos, han de existir. Platón las colocaba en el mundo de las Ideas, San Agustín como pensamientos de Dios que están en la mente divina. Pero ¿cómo las puede conocer el hombre?
No podemos conocer la verdad inmutable a menos que esté iluminada como por un sol, ese sol es Dios. La luz que ilumina la mente humana procede de Dios. Así como la luz del sol (en Platón) hace visibles las cosas corpóreas, la iluminación divina hace visibles a la mente, las verdades eternas.
La mente humana, mutable, no puede captar la verdad inmutable, que es superior a nuestra mente. Necesitamos la iluminación divina para poder captar lo que trasciende nuestra mente. Estas verdades no pueden ser captadas por los sentidos; hay que buscarlas en el interior del espíritu. En su interior encuentra verdades inmutables (desde verdades matemáticas has verdades universales e indubitables)
Estas verdades desbordan lo mudable de la naturaleza humana; luego no pueden tener su fundamento en la naturaleza humana, que es mudable; lo han de tener en la inteligencia divina. Y el hombre no puede conocerlas sin una ayuda exterior, porque es un ser contingente, y las verdades son absolutas y necesarias. Luego Dios ilumina al hombre para que pueda conocer la Verdad .
Si Dios es la verdad y el conocimiento humano es posible por la iluminación divina, se comprende que para San Agustín no haya colisión entre fe y razón, sino perfecta armonía, y la razón puede asistir a la fe: ?comprende para creer, cree para comprender. La fe no se opone a la razón como algo irracional, sino que busca la inteligencia- La fe orienta e ilumina a la razón, y ésta a su vez aclara los contenidos de la fe. Ahora bien, la razón debe seguir a la fe, he aquí de nuevo, la filosofía como servidora ?ancilla? de la fe
Como consecuencia inmediata de esta teoría del conocimiento, nos encontramos con la demostración de la existencia de Dios
3.1.1. La luz divina como luz de conocimiento
Para superar la limitación de la mente humana (finita, temporal, mudable, etc) y poder alcanzar estas verdades inmutables y eternas, el hombre precisa de esa ayuda divina que consiste en iluminarlo con esa luz divina y así ser capaz de aprehender, captar lo que trasciende de nuestras mentes. El hombre busca esa Verdad, iluminado por dios, en su propio interior (La Verdad habita en el interior del hombre, este es el camino para llegar a Dios). Una vez que haya recibido de Dios la luz natural estará capacitado para ver las verdades esenciales y necesarias. ?No vayas fuera, vuelve a ti mismo. En el hombre interior habita la verdad.?
Su punto de partida es, pues, la intimidad de la conciencia, que por un proceso ascendente lleva al hombre más allá de sí mismo. A través de los grados de conocimiento que va alcanzando progresivamente la verdad:
1. la aversión al mundo sensible
2. descubrimiento de las ideas como modelos eternos (Introversión)
3. unión con Dios como fundamento último (Trascendencia)
Sólo aquellos hombres que se esfuercen y desplieguen su interioridad serán dignos de alcanzar la ?gracia divina?. Es la ayuda sobrenatural concedida por Dios al hombre para practicar el bien y alcanzar la bienaventuranza. Mediante ella volvemos al estado de inocencia que Dios concedió a nuestros primeros padres, nos hace ?casi libres?. La libertad era el estado en que vivía el hombre antes del pecado original (la libertad consiste en no poder pecar); después fue el ?libre albedrío?, que consiste en poder no pecar. El hombre tras la Caída tiene la posibilidad de elegir entre el bien y el mal; Se aparta de la felicidad-libertad y tiene posibilidad de elegir el mal, la facultad de caer. Por consiguiente , el mal no puede ser atribuido a Dios.
Sólo aquellos que elijan hacer el bien, serán los iluminados y llegarán a la contemplación de las verdades, que es la que le aportará la verdadera Felicidad. Estas verdades han sido depositadas de alguna manera por Dios en la mente humana. Dios es como el sol platónico e ilumina nuestras mentes. De este modo, la búsqueda en el interior del ser humano encuentra por las verdades eternas algo que trasciende al alma hacia Dios. Como Platón, se pregunta San Agustín: ¿cómo puedo yo juzgar que esa cosa es bella si no tengo un conocimiento de la belleza en sí misma? Las sensaciones son privadas, individuales (lo que a uno le parece frío, a otro le parece caliente, lo que a uno le parece bueno, a otro le parece malo, lo que uno le parece dulce, a otro le parece amargo o salado...), pero las verdades universales son comunes a todos, han de existir. Platón las colocaba en el mundo de las Ideas, San Agustín como pensamientos de Dios que están en la mente divina. Pero ¿cómo las puede conocer el hombre?
No podemos conocer la verdad inmutable a menos que esté iluminada como por un sol, ese sol es Dios. La luz que ilumina la mente humana procede de Dios. Así como la luz del sol (en Platón) hace visibles las cosas corpóreas, la iluminación divina hace visibles a la mente, las verdades eternas.
La mente humana, mutable, no puede captar la verdad inmutable, que es superior a nuestra mente. Necesitamos la iluminación divina para poder captar lo que trasciende nuestra mente. Estas verdades no pueden ser captadas por los sentidos; hay que buscarlas en el interior del espíritu. En su interior encuentra verdades inmutables (desde verdades matemáticas has verdades universales e indubitables)
Estas verdades desbordan lo mudable de la naturaleza humana; luego no pueden tener su fundamento en la naturaleza humana, que es mudable; lo han de tener en la inteligencia divina. Y el hombre no puede conocerlas sin una ayuda exterior, porque es un ser contingente, y las verdades son absolutas y necesarias. Luego Dios ilumina al hombre para que pueda conocer la Verdad .
Si Dios es la verdad y el conocimiento humano es posible por la iluminación divina, se comprende que para San Agustín no haya colisión entre fe y razón, sino perfecta armonía, y la razón puede asistir a la fe: ?comprende para creer, cree para comprender. La fe no se opone a la razón como algo irracional, sino que busca la inteligencia- La fe orienta e ilumina a la razón, y ésta a su vez aclara los contenidos de la fe. Ahora bien, la razón debe seguir a la fe, he aquí de nuevo, la filosofía como servidora ?ancilla? de la fe
Como consecuencia inmediata de esta teoría del conocimiento, nos encontramos con la demostración de la existencia de Dios