San Agustín y Santo Tomás de Aquino: Conocimiento, Dios, Ser Humano, Ética y Política
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San Agustín y Santo Tomás de Aquino: Conocimiento, Dios, Ser Humano, Ética y Política
San Agustín de Hipona
Conocimiento en San Agustín
San Agustín aborda el problema del conocimiento a través de una fusión de la filosofía platónica y la doctrina cristiana. Para él, el conocimiento verdadero no proviene solo de la razón humana, sino de la iluminación divina. Este conocimiento solo puede alcanzarse cuando el alma humana es guiada por Dios, lo que refleja su visión de que la verdad última está más allá del alcance de la razón sin la fe.
Influenciado por Platón, Agustín sostiene que el alma humana tiene una capacidad innata para conocer las ideas eternas, las cuales no son perceptibles a través de los sentidos, sino que solo pueden ser conocidas por medio de la razón iluminada por Dios. En este contexto, las ideas eternas son arquetípicas e inmutables, mientras que el mundo sensible, por el contrario, está sujeto a cambio y corrupción. Esto lleva a Agustín a distinguir entre dos tipos de conocimiento: sapientia y scientia.
- Scientia: Se refiere al conocimiento de las cosas sensibles, como el conocimiento de las regularidades del mundo físico. Este tipo de conocimiento es valioso, pero es inferior porque lo que conocemos a través de los sentidos es efímero y no refleja la realidad eterna.
- Sapientia: Es el conocimiento superior que lleva al alma a conocer lo eterno y lo divino, especialmente a Dios, quien es la fuente última de todo lo que existe.
La relación entre fe y razón es un aspecto clave del pensamiento agustiniano. Para él, la razón humana tiene un papel importante, pero está limitada sin la guía de la fe. La razón plantea preguntas y problemas, pero es la fe la que proporciona las respuestas necesarias para llegar a la comprensión de la verdad. Así, la fe y la razón no se oponen, sino que colaboran. Agustín expresa que se debe "creer para comprender" y "comprender para creer", destacando que la fe no solo precede al entendimiento, sino que también ilumina la razón.
En respuesta al escepticismo, Agustín defiende la certeza del conocimiento al afirmar la indudabilidad del pensamiento. Los escépticos pueden dudar de la existencia del mundo exterior, pero Agustín sostiene que no se puede dudar de la realidad del pensamiento: "Si dudo, pienso; y si pienso, soy". Este argumento subraya que la mente humana, en su capacidad de pensar, es incuestionable y, por lo tanto, garantiza una base firme para el conocimiento.
Además, Agustín plantea una prueba de la existencia de Dios basada en la naturaleza de las ideas eternas. Si las ideas no son producto de la mente humana y son universales e inmutables, deben tener su origen en un ser eterno y perfecto, es decir, en Dios. Así, el conocimiento verdadero, para Agustín, se encuentra en las ideas eternas, que son reflejos de la mente divina.
En resumen, el conocimiento, según San Agustín, no es solo el producto de la razón humana, sino que depende de la iluminación divina. La razón, al estar limitada, debe ser guiada por la fe para alcanzar la verdad. El pensamiento agustiniano defiende la compatibilidad entre fe y razón, subrayando que solo a través de la intervención divina es posible conocer la realidad eterna y, en última instancia, conocer a Dios.
Dios según San Agustín
San Agustín desarrolla un pensamiento profundo sobre la existencia de Dios y su relación con el mundo, que abarca aspectos metafísicos, epistemológicos y teológicos. Para él, Dios es el principio absoluto de todo lo que existe, el fundamento último de la realidad y la fuente de la verdad. Dios es la esencia misma de la existencia, la fuente de la perfección y el bien absoluto. Su existencia es incuestionable porque es el ser en sí mismo, mientras que todo lo demás depende de Él para su existencia.
San Agustín defiende la existencia de Dios a través de varias razones:
- Evidencia psicológica: La mente humana, al buscar respuestas sobre su origen y propósito, llega a la conclusión de que debe haber una causa primera, algo eterno e inmutable.
- Consenso universal: La creencia en un ser supremo, presente en todas las culturas y religiones, refuerza la idea de la existencia de Dios.
- Orden del universo: Solo un ser perfecto y eterno, como Dios, puede explicar la armonía del mundo. Las cosas finitas y cambiantes siguen un orden que refleja una causa trascendente.
Para Agustín, Dios es lo que verdaderamente es, en contraposición a las cosas sensibles, que solo existen de manera temporal. Esta concepción está influenciada por el platonismo, que distingue entre el mundo sensible y el mundo de las ideas eternas. Así como las ideas platónicas son inmutables, Dios es la esencia de la existencia, la verdad última que da sentido a todo lo que es. Las cosas materiales participan de la realidad de manera imperfecta, mientras que Dios es la fuente de todo lo que existe.
Dios es también único, perfecto y bien en sí mismo. Su perfección es infinita, eterna y omnisciente, y su bondad no es algo que posea, sino que Él es el Bien Supremo. A partir de esta perfección, Dios se presenta como la luz que ilumina la realidad y la verdad, pues todo depende de Él para existir. Su luz no solo se refiere a la creación material, sino también al entendimiento humano, que solo puede conocer la verdad a través de la iluminación divina.
Un aspecto clave de su pensamiento es la concepción de la creación. Agustín afirma que Dios creó el mundo instantáneamente, no de forma gradual, sino mediante un acto de voluntad eterna. Para explicar esta creación, introduce las razones seminales, gérmenes divinos que contienen la potencialidad de todo lo que ocurrirá. Aunque las criaturas viven en el tiempo, Dios, siendo eterno, no está sujeto a él. Las razones seminales explican cómo el mundo se desarrolla conforme al plan divino, revelando la naturaleza ordenada y racional del universo.
En conclusión, San Agustín sostiene que Dios es el fundamento de toda la realidad, tanto en su perfección como en su capacidad para explicar el orden del mundo. La existencia de Dios se confirma tanto por la experiencia interior como por el consenso universal, y su creación se desarrolla a través de las razones seminales. Este pensamiento agustiniano presenta una visión unificada entre la filosofía y la teología, donde Dios es la causa primera y última de todo lo que existe.
El Ser Humano en la Filosofía de San Agustín
San Agustín presenta una visión profunda del ser humano, considerando su naturaleza como una unidad compuesta por alma y cuerpo. El ser humano, según él, es una persona única cuya existencia depende de la interacción entre estos dos elementos. En este contexto, Agustín explora varios aspectos fundamentales de la naturaleza humana, tales como el alma, el tiempo, la memoria, el entendimiento y la voluntad.
Adopta la división aristotélica del alma, que distingue tres facultades:
- Vegetativa: Relacionada con funciones biológicas básicas.
- Sensitiva: Capacidades de sentir y percibir.
- Racional: Capacidad de razonar y entender.
No obstante, Agustín también introduce una división interna del alma según sus capacidades: memoria, entendimiento y voluntad. Estas facultades son esenciales para la vida humana y para alcanzar el conocimiento de la verdad y la relación con Dios.
La memoria es crucial, ya que no solo almacena información, sino que también proporciona una imagen de uno mismo, permitiendo la continuidad personal. Gracias a la memoria, las personas pueden reconocer su identidad a través del tiempo, lo que les conecta con su historia personal. El entendimiento es otra facultad vital, ya que nos permite comprender la verdad y alcanzar el conocimiento. Según Agustín, el entendimiento humano está iluminado por Dios, permitiéndonos acceder a la verdad eterna, más allá de lo sensible. Finalmente, la voluntad se refiere a la capacidad de amar y elegir. Es la facultad que guía nuestras decisiones y nos lleva a amar lo bueno. La voluntad está dividida entre el Amor Dei (amor a Dios) y el amor sui (amor a uno mismo), dos fuerzas opuestas que marcan la vida humana.
Un tema central en la filosofía de Agustín es el tiempo. Para él, los seres humanos viven en el tiempo, un continuo de cambio y movimiento. Los humanos somos conscientes del paso del tiempo, lo que nos permite medir los cambios en relación con algo eterno que no cambia. En la profundidad de la conciencia humana, hay una dimensión que no está sujeta al tiempo: algo eterno dentro de nosotros. A través de la memoria y la expectación, el alma se proyecta hacia el pasado y el futuro, y de este modo se asemeja a la eternidad divina. La memoria conecta al ser humano con el pasado, mientras que la expectación nos conecta con el futuro, pero ambas facultades están limitadas por el tiempo presente.
San Agustín introduce una teoría de los dos amores: el Amor Dei (amor a Dios) y el amor sui (amor a uno mismo). Estos dos amores reflejan la tensión interna del ser humano entre buscar lo divino y ceder a los deseos egoístas. El amor hacia Dios lleva a la verdad y la salvación, mientras que el amor a uno mismo puede desviar al ser humano del camino hacia Dios.
En conclusión, para San Agustín, el ser humano es una combinación de cuerpo, alma y espíritu, con una naturaleza que busca constantemente comprenderse a sí misma. La memoria, el entendimiento y la voluntad son las facultades que permiten al ser humano alcanzar el conocimiento y la relación con Dios, mientras que la tensión entre los dos amores es una característica esencial de la vida humana.
Ética Agustiniana: El Problema del Mal y la Libertad
La ética agustiniana se enmarca dentro de la teodicea, que busca defender la bondad de Dios ante la acusación de permitir o provocar el mal en el mundo. San Agustín distingue entre dos tipos de mal:
- Mal físico: Se refiere a los sufrimientos y desastres naturales, como terremotos o enfermedades. Agustín sostiene que, aunque parecen malos desde nuestra perspectiva humana, no son verdaderamente malvados. Si los viéramos desde la perspectiva divina, comprenderíamos que forman parte de un plan mayor, cuyo propósito es incomprensible para nosotros pero que no contradice la bondad de Dios.
- Mal moral: Es el causado por las acciones humanas, fruto de la libertad de elección. Agustín rechaza la visión maniquea, que veía el mal como una fuerza independiente opuesta a Dios. Según él, el mal no es algo creado por Dios ni una fuerza autónoma, sino una privación de ser, es decir, la falta de algo que debería existir.
Al crear el mundo, Dios otorgó a los humanos libre albedrío, la capacidad de elegir entre el bien y el mal. Esta libertad es necesaria para que haya amor y virtud verdaderos. Sin embargo, debido a la caída del ser humano, su naturaleza se ha visto afectada por el pecado, lo que limita la libertad humana.
Los humanos, al ser finitos y egoístas, no siempre eligen el bien. En consecuencia, el mal moral surge cuando el ser humano se aparta de la voluntad divina. Para Agustín, este estado de caída está relacionado con el pecado original, que genera una inclinación hacia el mal. La libertad humana, por tanto, no es absoluta, ya que está condicionada por esta naturaleza caída. Para superar esta inclinación, los humanos deben recibir la gracia divina, que les permite restaurar su voluntad y orientarla nuevamente hacia el bien.
La gracia es un don inmerecido que Dios concede para que los humanos puedan volverse hacia Él y alcanzar la salvación. Sin ella, el ser humano no puede encontrar la verdadera libertad ni vivir de acuerdo con la voluntad de Dios. La verdadera libertad, para Agustín, consiste en servir a Cristo y seguir su ejemplo, lo que requiere una transformación interna a través de la gracia. Sin embargo, Agustín reconoce que esta libertad plena no es posible en este mundo. Los humanos continúan luchando con sus inclinaciones egoístas, lo que hace que la libertad en la vida terrenal sea incompleta.
La experiencia cristiana de la libertad es dramática. A pesar de la gracia, el ser humano sigue enfrentando la lucha entre el bien y el mal. Esta tensión define la vida humana en el mundo, donde la verdadera libertad solo puede alcanzarse en la vida eterna, cuando los humanos se unan plenamente a Dios. En conclusión, la ética agustiniana vincula la libertad humana con la gracia divina, entendiendo la verdadera libertad como el sometimiento a la voluntad de Dios. Solo a través de esta libertad restaurada el ser humano puede alcanzar la salvación.
Política y Sociedad en San Agustín: La Ciudad de Dios y la Ciudad del Hombre
La concepción de la sociedad en San Agustín está profundamente relacionada con su visión teológica, especialmente en su obra La Ciudad de Dios, escrita como defensa del cristianismo ante la acusación de ser la causa de la decadencia del Imperio Romano. Para Agustín, la historia humana debe ser entendida teológicamente como una historia de salvación, no simplemente como una sucesión de eventos políticos o sociales. En esta interpretación, los acontecimientos están guiados por la providencia divina, que, aunque incomprensible para nosotros, tiene como propósito final la redención de la humanidad y la construcción de la Ciudad de Dios.
Agustín introduce la idea de dos "ciudades" que coexisten en el mundo:
- Ciudad de Dios: Es una comunidad eterna, regida por el amor a Dios, y está formada por los elegidos: los fieles que han sido salvados. Esta ciudad no está vinculada a las estructuras terrenales ni depende de un gobierno humano. Es una comunidad espiritual, cuya unidad se basa en el amor a Dios, y su existencia es más allá del tiempo y del espacio. No importa si los ciudadanos de la Ciudad de Dios están en la Tierra o en el Cielo, ya que lo que los une es la fe en Dios y el deseo de alcanzar la salvación eterna.
- Ciudad del Hombre: Está regida por el amor a sí mismo, el egoísmo, la dominación y la búsqueda de placer. Esta ciudad está constituida por aquellos que buscan el bienestar personal y material, viviendo según los principios del egoísmo y el desorden, sin tener en cuenta la voluntad divina. La Ciudad del Hombre refleja el orden social fundamentado en el pecado, donde las personas son libres de elegir, pero esta libertad se ve distorsionada por su inclinación al mal.
La coexistencia de estas dos ciudades genera un conflicto constante en las sociedades humanas, ya que los individuos tienen la libertad de elegir entre vivir según el amor a Dios o el amor propio. Agustín no ve este conflicto como algo destructivo o irreconciliable, sino como parte de un proceso divino guiado por la providencia de Dios. La historia humana tiene un propósito y es parte del plan divino para la redención. En última instancia, las dos ciudades serán separadas el Día del Juicio, cuando aquellos que han vivido según el amor a Dios serán salvados, mientras que los que han vivido según el amor propio serán condenados.
La historia está orientada hacia la construcción de la Ciudad de Dios en la Tierra, aunque Agustín reconoce que no siempre podemos entender cómo se manifiesta la caridad de Dios en los eventos históricos. Para los cristianos, vivir en la Ciudad del Hombre significa estar en medio de este conflicto, pero siempre con la esperanza de que la verdadera patria está en la Ciudad de Dios. En este sentido, la vida humana está marcada por una tensión constante entre los principios del amor a Dios y el amor propio, y esta lucha define el camino hacia la salvación.
En conclusión, la concepción de la sociedad en San Agustín no solo trata sobre las instituciones terrenales, sino sobre la relación entre los principios divinos y humanos. La historia y las sociedades humanas son parte del plan divino, y aunque vivimos en la Ciudad del Hombre, nuestra verdadera patria está en la Ciudad de Dios. A través de esta lucha entre los dos amores, los seres humanos buscan alcanzar la salvación, confiando en la providencia divina que guía todo hacia el cumplimiento de la voluntad de Dios.
Santo Tomás de Aquino
Conocimiento y Realidad en Santo Tomás
El problema del conocimiento en la filosofía de Santo Tomás de Aquino se aborda en el contexto de las relaciones entre fe y razón. Santo Tomás intenta conciliar las enseñanzas de Aristóteles con la fe cristiana, proponiendo que ambas pueden colaborar en la búsqueda de la verdad. Para él, existen tres tipos de verdades:
- Artículos de fe: Solo se conocen a través de la fe.
- Verdades naturales: Se comprenden mediante la razón.
- Preámbulos de la fe: Son reveladas por Dios, pero también pueden ser demostradas racionalmente.
En caso de conflicto, la fe es el criterio último de la verdad.
Santo Tomás sigue la filosofía de Aristóteles en cuanto a que el conocimiento humano comienza con los sentidos, que perciben las propiedades particulares del mundo. A partir de ahí, el entendimiento agente abstrae los conceptos universales de las experiencias sensoriales, y el entendimiento paciente los organiza. Santo Tomás rechaza el innatismo, afirmando que todo conocimiento proviene de la experiencia, no de ideas innatas.
Respecto a la realidad, Santo Tomás distingue entre esencia (lo que algo es) y existencia (el hecho de que algo exista). A diferencia de San Anselmo, quien sostenía que la existencia es una propiedad intrínseca de la esencia, Santo Tomás argumenta que la existencia no forma parte de la esencia, sino que es algo añadido. La realidad se divide en dos: Dios, quien es existencia pura, y la creación, que es hecha de la nada por Dios y está compuesta por seres que tienen tanto esencia como existencia.
Una idea fundamental de la filosofía tomista es la equivalencia entre potencia y acto y entre esencia y existencia. Dios es acto puro, es decir, existencia pura, mientras que los seres creados son potencia, pues tienen la capacidad de existir, pero su existencia depende de Dios. Esto implica que solo Dios tiene existencia plena y necesaria, mientras que todo lo demás existe de manera contingente.
Santo Tomás también establece una jerarquía en la creación: Dios es el principio de todo, seguido por los ángeles, seres espirituales sin materia, luego los humanos, que son seres compuestos de alma inmortal y cuerpo material, y finalmente, los seres materiales y mortales. Esta jerarquía refleja cómo Dios distribuye la existencia en niveles, otorgando existencia perfecta solo a Él.
En resumen, para Santo Tomás, el conocimiento humano se desarrolla desde los sentidos hasta la razón, con la fe proporcionando un marco último de comprensión. La realidad está dividida entre Dios, como existencia pura, y la creación, que tiene una existencia contingente que depende de la voluntad divina.
Las Cinco Vías de Santo Tomás para Demostrar la Existencia de Dios
El problema de la existencia de Dios es uno de los temas fundamentales en la filosofía de Santo Tomás de Aquino. Este filósofo presenta su argumentación a través de las "Cinco Vías", cinco pruebas racionales que intentan demostrar la existencia de Dios a partir de la observación del mundo natural. A diferencia del argumento ontológico de San Anselmo, que intenta probar la existencia de Dios desde la idea misma de un ser perfecto, Santo Tomás parte de la experiencia y los principios básicos que rigen el mundo para llegar a la conclusión de que debe existir un ser supremo, que identifica como Dios.
- Primera vía (Movimiento): Todo en el universo está en constante movimiento. Sin embargo, cada movimiento implica que algo ha sido movido por otra cosa. Si seguimos esta cadena de movimientos, no puede haber una sucesión infinita, ya que el movimiento nunca habría comenzado. Debe existir un primer motor inmóvil, y ese motor es Dios, la causa de todo movimiento. Este primer motor es esencial para que el universo se mueva y exista tal como lo conocemos.
- Segunda vía (Causalidad eficiente): Todo efecto tiene una causa, y cada causa depende de otra causa anterior. Si no hubiera una causa primera, no existiría ninguna otra causa. Debe existir una causa primera que no dependa de nada más, y esa causa es Dios, la causa inicial de todo lo que existe. Sin esta causa primera, la cadena de causas y efectos se detendría, y el universo no podría existir.
- Tercera vía (Contingencia): Las cosas que existen son contingentes, es decir, podrían existir o no. Si todo fuera contingente, no habría existido nada en algún momento, y nada podría haber comenzado a existir. Debe haber un ser necesario cuya existencia no dependa de nada más, y ese ser es Dios, cuya existencia es fundamental para el universo. Dios es el único ser cuya existencia es necesaria para que todo lo demás exista.
- Cuarta vía (Grados de perfección): En el mundo observamos diferentes grados de bondad, belleza y perfección. Para reconocer estos grados, debe haber un ser que sea el máximo en cada cualidad. Este ser perfectamente perfecto es Dios, quien posee todas las perfecciones en su máxima expresión. La perfección de Dios no tiene comparación con ninguna otra cosa en el mundo, pues Él es el origen de todas las perfecciones.
- Quinta vía (Orden en el universo): Las cosas irracionales, como los astros o las leyes naturales, siguen un orden determinado. Este orden no puede ser el resultado del azar, ya que las cosas irracionales no tienen inteligencia propia. Debe existir una inteligencia que guíe este orden, y esa inteligencia es Dios, quien da propósito al universo. La armonía y el propósito que vemos en la naturaleza son indicios claros de una mente divina que los organiza.
A través de estas cinco vías, Santo Tomás demuestra no solo la existencia de Dios, sino también sus características fundamentales: es el motor inmóvil, la causa primera, el ser necesario, el ser perfecto y la inteligencia ordenadora. Estos argumentos muestran cómo la razón humana puede conocer a Dios observando el mundo natural. De esta forma, la filosofía de Santo Tomás proporciona un camino lógico para llegar al conocimiento de la existencia de un ser supremo y su perfección absoluta.
El Ser Humano según Santo Tomás: Alma, Cuerpo y Relación con Dios
El problema del ser humano en la filosofía de Santo Tomás de Aquino se articula en torno a la comprensión de su naturaleza, su origen y su relación con Dios. Según Tomás, el ser humano es una creación de Dios, quien le ha dado su existencia de manera contingente. Es decir, el ser humano pudo no haber existido, pero, por gracia divina, ha recibido la existencia. En cuanto a su esencia, Santo Tomás adopta una visión aristotélica del ser humano, pero corrige dos aspectos fundamentales: el alma humana es inmortal y ha sido creada por Dios.
Siguiendo la doctrina de Aristóteles, Santo Tomás considera al ser humano como una composición de cuerpo y alma. El cuerpo, según él, es nuestra materia, mientras que el alma es la forma que da vida y orden a esa materia. La unión de ambos es sustancial, es decir, el alma y el cuerpo forman una unidad indisoluble durante la vida del ser humano. Sin embargo, la visión de Santo Tomás difiere de la aristotélica en cuanto a la inmortalidad del alma. Mientras Aristóteles veía el alma como algo mortal, que se disuelve con la muerte del cuerpo, Santo Tomás sostiene que el alma es inmortal. Esta inmortalidad del alma humana está vinculada con su creación por Dios, quien le otorga una existencia que trasciende la muerte del cuerpo.
El alma humana, según Santo Tomás, se divide en tres partes, tal como Aristóteles había propuesto:
- Vegetativa: Se refiere a aquellas funciones que están relacionadas con la nutrición y el crecimiento.
- Sensitiva: Está relacionada con los sentidos y las pasiones.
- Racional: Es la facultad que permite al ser humano conocer y razonar.
Santo Tomás otorga una especial prioridad a la parte racional del alma, ya que es a través de la razón que el ser humano puede comprender la verdad y, por lo tanto, desear el bien. El acto de conocer es lo que permite al ser humano desear el bien verdadero y, en consecuencia, alcanzar la felicidad plena en su relación con Dios.
El ser humano, según Santo Tomás, está llamado a vivir en comunidad con Dios, su creador. La razón por la cual el ser humano ha sido creado por Dios es para alcanzar la perfección a través de su relación con Él. La vida humana debe orientarse hacia el bien supremo, que es Dios mismo. Esta relación con Dios es esencial para el cumplimiento del propósito para el cual el ser humano ha sido creado.
En la jerarquía de las criaturas, Santo Tomás sitúa al ser humano entre los animales y los ángeles. Los animales tienen un alma sensible, pero carecen de inmortalidad, y su vida está completamente subordinada a las necesidades materiales. Los ángeles, por su parte, son seres puramente espirituales, sin cuerpo, y se encuentran en una jerarquía superior a la humana. El ser humano, en cambio, tiene un alma inmortal unida a un cuerpo material, lo que le permite participar tanto de la vida material como de la espiritual. Esta condición hace que el ser humano sea único, capaz de conocer la verdad, de razonar y de establecer una relación consciente y libre con Dios.
En resumen, la concepción de Santo Tomás sobre el ser humano está profundamente influenciada por su visión cristiana, que lo ve como una criatura creada por Dios con un propósito trascendental. A través de su alma inmortal, que trasciende la muerte del cuerpo, el ser humano está llamado a alcanzar la perfección y la felicidad eterna en la comunión con Dios.
Ética Tomista: Ley Eterna, Ley Natural y Leyes Humanas
La ética de Santo Tomás de Aquino está fundamentada en vivir de acuerdo con el orden divino establecido por Dios. Para explicar cómo deben actuar los seres humanos moralmente, Santo Tomás distingue tres tipos de leyes:
- Ley eterna: Es la ley con la que Dios gobierna todo el universo. Este principio divino regula el orden cósmico y todo lo que existe, desde los movimientos de los astros hasta las acciones humanas. Sin embargo, la ley eterna es inaccesible directamente para los seres humanos, ya que es divina e infinita. Aunque no podemos conocer completamente la ley eterna, podemos entenderla en sus manifestaciones a través de la ley natural y las leyes humanas, que son reflejos de esa ley universal.
- Ley natural: Es la participación del orden divino en la naturaleza humana. A través de la razón, los seres humanos pueden descubrir los principios morales que deben guiar sus vidas. La ley natural se basa en la razón humana, que puede reconocer lo que es bueno y lo que es malo, ya que está inscrita en la naturaleza misma del ser humano. Esta ley natural tiene tres inclinaciones fundamentales: la preservación de la existencia, que nos lleva a proteger la vida; la preservación de la especie, que nos impulsa a procrear; y la inclinación hacia el conocimiento de la verdad y la justicia, propias de nuestra dimensión racional. Estas inclinaciones están orientadas al bien y a la perfección que los seres humanos deben buscar a lo largo de su vida.
- Leyes humanas: Son las leyes específicas que las sociedades crean para regular la vida política y social. Estas leyes tienen la finalidad de organizar la convivencia y asegurar el bienestar común, y deben basarse en los principios de la ley natural.
La ley natural, para Santo Tomás, es universal e inmutable, pues refleja el orden eterno de Dios. Esto significa que los principios fundamentales de la ley natural son aplicables a todas las personas, sin importar su cultura o época. La ley natural establece una moralidad universal que debe guiar todas las acciones humanas, basándose en principios como la justicia, la verdad, la equidad y el respeto por la dignidad humana. De este modo, Santo Tomás defiende un universalismo moral, en el que todas las acciones humanas deben ajustarse a los mandatos de esta ley natural, ya que es un reflejo del orden divino.
Sin embargo, no siempre las leyes humanas se ajustan a la ley natural. Cuando las leyes humanas son injustas o contradicen la ley natural, Santo Tomás sostiene que los seres humanos tienen el derecho y el deber moral de desobedecerlas. Esto ocurre porque la ley natural, que refleja el orden divino, es superior a las leyes creadas por los seres humanos.
En resumen, la ética de Santo Tomás de Aquino está estructurada alrededor de la ley eterna, que es el orden divino que gobierna el universo. A través de la ley natural, los seres humanos pueden conocer los principios morales fundamentales, que son universales e inmutables. Las leyes humanas deben ajustarse a estos principios, pero cuando no lo hacen, los seres humanos deben actuar conforme a la ley natural. Así, la ética tomista subraya la importancia de vivir de acuerdo con la ley natural, que nos lleva a la perfección y a la salvación, guiados por la razón y en comunión con Dios.
Política y Bien Común en Santo Tomás
El problema de la política en la filosofía de Santo Tomás de Aquino se basa en la concepción del ser humano, la ley natural y el bien común. Para él, la política no es solo una estructura de organización social, sino un medio para alcanzar el bienestar integral de la comunidad humana, tanto en el ámbito material como espiritual. El fin último de la política es el desarrollo del ser humano hacia la felicidad y la comunión con Dios, entendiendo que el orden político tiene una dimensión ética y teológica que busca la perfección del individuo y la sociedad.
Santo Tomás adopta una visión aristotélica de la sociabilidad humana. Según Aristóteles, el ser humano es por naturaleza un ser social, y vivir en comunidad no es solo una necesidad práctica, sino también una inclinación moral. El hombre no puede alcanzar su pleno potencial ni la felicidad viviendo de manera aislada; necesita vivir en sociedad para lograr el bien común. El bien común, en la concepción tomista, no solo implica la prosperidad material, sino también la justicia, la paz, el orden social y el bienestar integral de los miembros de la comunidad. La vida social permite que los individuos desarrollen sus capacidades y vivan de acuerdo con la ley natural, que refleja el orden divino.
En cuanto a la organización política, Santo Tomás sostiene que el gobierno debe velar siempre por el bien común, anteponiendo los intereses colectivos a los particulares. Para él, el gobierno legítimo es el que busca la justicia, la paz y la prosperidad de la comunidad. La política debe tener un objetivo moral claro: fomentar la virtud, la justicia y el bienestar integral de los ciudadanos. El poder político es un medio para orientar a los individuos hacia su perfección, y los gobernantes tienen la responsabilidad de garantizar el orden, la justicia y la paz en la sociedad.
Santo Tomás defiende que la política debe estar subordinada a la ley natural, una manifestación del orden divino. La ley natural es universal, inmutable y accesible a través de la razón humana. Las leyes humanas deben reflejar los principios de la ley natural. Si un gobierno promulga leyes contrarias a esta, pierde su legitimidad. Los gobernantes deben actuar según los principios divinos y trabajar para asegurar el bienestar de la comunidad.
Santo Tomás, influenciado por Aristóteles, favorece la monarquía, pues un gobierno centralizado bajo una sola autoridad puede proporcionar estabilidad y unidad a la comunidad. También defiende la aristocracia y la democracia, siempre que busquen el bien común. La democracia puede degenerar si los intereses particulares prevalecen.
En resumen, la política en la filosofía de Santo Tomás de Aquino tiene como fin el bien común, el cual debe prevalecer sobre los intereses individuales. El gobierno debe ajustarse a la ley natural y estar orientado a la justicia, la paz y el bienestar integral de la sociedad. Santo Tomás favorece la monarquía como la forma más eficaz de gobierno, pero también reconoce las virtudes de la aristocracia y la democracia, siempre que su objetivo sea el bien común.