San Agustín: Predestinación, Amor, Caridad y la Ciudad de Dios
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San Agustín: Predestinación, Gracia y Libre Albedrío
San Agustín combatió las tesis pelagianas, lo que lo llevó a desarrollar su doctrina de la predestinación. Según esta, Dios sabe desde la eternidad quiénes serán condenados, pero estos continúan siendo libres de salvarse. Agustín lo explica así: “Dios ofrece la posibilidad de salvación a los hombres, pero algunos libremente la rechazan”.
Desarrolló una importante distinción entre libre albedrío y libertad:
- Libre albedrío: Es la capacidad que puede llevar a elegir el mal o el bien.
- Libertad: Es la capacidad de elegir que se orienta al bien, la cual es permitida por la gracia divina.
Finalmente, abordó el problema de la explicación del pecado original, que San Agustín resuelve mediante el traducianismo (la transmisión del alma de padres a hijos, y con ella, el pecado original).
El Amor y la Caridad en el Pensamiento Agustiniano
La concepción del amor en el neoplatonismo como eros se transforma en el cristianismo, especialmente con San Pablo, en el amor como caridad. La caridad consiste en que la voluntad decide amar primero a Dios y luego a los hombres en función de Dios. La caridad es lo opuesto al pecado: si el pecado era amor a lo sensible antes que a Dios, la caridad respeta la jerarquía del ser y ama en primer lugar a Dios.
San Agustín denomina al pecado como amor a lo sensible concupiscencia (cupiditas). De este modo, la noción de virtud aparece en Agustín y en el cristianismo vinculada a la voluntad. Mientras que para los griegos, tanto en Platón y Aristóteles como en el helenismo, la virtud era referida de un modo u otro al conocimiento, con San Agustín la virtud es una disposición de la voluntad que lleva al amor entendido como caridad.
La Historia y la Ciudad de Dios: Una Visión Lineal
Con Agustín se inicia en la filosofía la concepción de la historia lineal, en contraposición a la historia cíclica de los griegos. Para los griegos, la historia había sido entendida como un proceso cíclico en el que la degeneración y la regeneración del mundo se sucedían continuamente.
Con el cristianismo, se pasa a entender la historia como un proceso lineal: la historia se inicia con la creación del mundo por Dios a partir de la nada y continúa a través de hitos sucesivos (el pecado de Adán, la Alianza de Dios con Israel, el nacimiento de Jesús...), hasta llegar al final de la historia (el Juicio Final). La historia es, por tanto, el escenario en que se desarrolla la salvación del hombre.
San Agustín divide a la humanidad en dos tipos de hombres:
- “Los que aman a Dios hasta el desprecio de sí mismos”.
- “Los que se aman a sí mismos hasta el desprecio de Dios”.
Los primeros forman la Ciudad de Dios, los segundos la Ciudad Terrenal. Las dos ciudades se encuentran mezcladas y nada permite distinguirlas desde fuera. Solo cada hombre, preguntándose a sí mismo, podrá saber a cuál de las dos ciudades pertenece. La historia es, entonces, la lucha de estas dos ciudades que acabará con el triunfo de la Ciudad de Dios al final de la historia.