Ópera, Música Instrumental y Piano en el Romanticismo: Autores y Obras Clave

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La Ópera en el Romanticismo

Autores Destacados de la Ópera Francesa

Autores que consiguieron éxitos inenarrables en este estilo de ópera son:

  • Charles Gounod (1818-1893): Figura más representativa de la nueva tendencia operística en el comienzo de la segunda mitad del siglo XIX. Compositor de música religiosa, donde más fama alcanzó fue como operista con cerca de una docena de óperas entre las que sobresalen: Mireille, Romeo y Julieta y, sobre todo, Fausto, sobre texto de Goethe.
  • Camille Saint-Saëns (1835-1921): Discípulo de Gounod, compuso también una docena de óperas entre las que destacan Sansón y Dalila, Ascanio y Enrique VIII.
  • Jules Massenet (1842-1912): Compositor, como Gounod, de música religiosa (oratorios y cantatas), tiene unas 21 óperas, siendo Manon la más conocida.

Después de Gounod, las concepciones wagnerianas influyen en la ópera francesa sin perder esta su don melódico. Así, se abandona la clásica división en números para dar mayor continuidad a la acción, algunos autores hacen uso de leitmotivs, la orquesta adquiere mayor desarrollo y un mayor protagonismo, etc.

Las tendencias operísticas de finales de siglo y de tránsito hacia el siglo XX se rebelan ya contra las influencias wagnerianas al tiempo que aumenta el interés por lo psicológico y simbólico. En tal línea podrían colocarse algunas óperas de Gabriel Fauré, Vincent d'Indy y Ernest Chausson.

La Opereta Francesa y Vienesa

De la ópera cómica nace, en la década de los sesenta, un género inferior, la opereta. Se trata se obritas breves en un solo acto, de uno a cuatro personajes, sobre asuntos sentimentales, satíricos, frívolos o humorísticos, en las que se mezclan escenas cantadas con otras habladas, con armonías y texturas muy sencillas pensadas para un público menos culto y con sencillas y pegadizas melodías de gran sentimentalismo que incluyen ritmos de carácter ciudadano.

Jacques Offenbach (1819-1880) será el creador de dicho género. Entre sus obras más notables destacamos Orfeo en los infiernos, La bella Helena, La vie Parisienne y Barba azul. Al final de su vida se propuso volver a la ópera seria con Los cuentos de Hoffmann.

El género tendría muchos adeptos. En Francia destacó Léo Delibes (Coppelia, Sylvia y Lakmé), en Inglaterra Gilbert y Sullivan, y en Alemania los Strauss (padre e hijo).

La Ópera en España

El panorama operístico español durante el siglo XIX es pesimista: no produce ninguna figura de talla. España se limita a vivir del repertorio operístico italiano y, en menor medida, del francés. Los operistas españoles del momento se limitan a copiar a los italianos. Entre ellos podemos citar a Ramón Carnicer, Basilio Basili, Emilio Arrieta e Hilarión Eslava. Podemos citar también otros músicos españoles que trabajan en el extranjero:

Ruperto Chapí, Francisco Barbieri, Tomás Bretón, Joaquín Gaztambide, etc., fundan una sociedad con el propósito de establecer una ópera auténticamente española. Los logros (Marina, de Arrieta, Margarita la tornera, de Chapí, Los amantes de Teruel, de Bretón, etc.), no pasan de simple intento, mezcla de ambiente populista con influencias wagnerianas e italianas.

A partir de la segunda mitad del siglo, gracias al impulso de compositores como Barbieri, podemos observar claramente un renacimiento de la zarzuela.

Fernando Sor, después de componer algunas óperas en el estilo de la época, se dedica a la composición de obras para guitarra que son las que más fama le darían más tarde. Melchor Gomis, de gran renombre en París, escribió la ópera El diablo en Sevilla y Mariano Obiols triunfa en Italia con su ópera La batalla de Lepanto.

En la segunda mitad del siglo: vanos sueños de ópera nacional y renacimiento de la zarzuela. En 1850 se inaugura el Teatro Real. Los autores italianos siguen siendo los más representados. La música de compositores españoles es mirada despectivamente y apenas si se representa.

En 1847 varios compositores, entre los que podemos destacar a Eslava, Basili y Arrieta.

La Música Instrumental en el Romanticismo

El Piano Romántico

El siglo XIX es el siglo del piano: sustituirá al clavecín y brillará por encima de cualquier otro instrumento convirtiéndose en el instrumento más popular de la música burguesa (piano vertical) y en el soporte del más desaforado virtuosismo profesional (piano de concierto). Toda una serie de perfeccionamientos técnicos (mecánica de los macillos, mecanismo de repetición, etc.) hicieron de él un instrumento con una sonoridad potente y graduable que lo hace igualmente apto tanto para las evocaciones íntimas del salón como para el concierto, en donde debe oponerse a toda una orquesta sinfónica.

Después de Beethoven, los compositores escribirán una menor cantidad de conciertos y de sonatas para piano. En contrapartida, aparecen gran cantidad de nuevos estilos: piezas libres, de carácter casi improvisado, sin ninguna forma especial predeterminada. Entre ellas podemos citar: nocturnos, romanzas, caprichos, preludios, momento musical, balada, etc.

Los mejores compositores abordaron también series de estudios pianísticos. En ellos codifican las nuevas conquistas técnicas para convertirlas en soporte de músicas más ambiciosas. La calidad musical de algunos de ellos (Chopin y Liszt) los convierte por vez primera en piezas de concierto.

La Música de Cámara en el Romanticismo

La música de cámara no fue en el siglo XIX un género tan practicado como lo fuera en la época del clasicismo. Los compositores románticos perciben que la música de cámara es una vía demasiado estrecha que limita sus ansias de expresión. Es el género más respetuoso con la tradición, donde mejor se refugian las formas clásicas. Resulta natural que un género como éste no sea muy practicado por el exaltado compositor romántico que quiere verse libre de toda tradición académica y formal. (Ni Berlioz, ni Liszt, ni Wagner practicaron la música de cámara).

A pesar de todo ello, la música de cámara puede realzar el carácter íntimo del romanticismo. Entre sus cultivadores podemos citar a Beethoven, Schubert, Schumann, Mendelssohn y Brahms.

El Sinfonismo Romántico

Durante el siglo XIX, la orquesta y las formas sinfónicas muestran un fructífero y amplio desarrollo. La técnica de la orquestación recibirá un fuerte impulso después de Beethoven, especialmente con Berlioz, Wagner y, a finales de siglo, con Rimsky-Korsakov.

La trayectoria sinfónica en el siglo XIX discurre por dos carriles paralelos, ambos románticos, partiendo ambas de Beethoven:

Es un compositor determinante en el impulso del Romanticismo sinfónico a través de dos corrientes:

  • Corriente conservadora: parte de la 8ª sinfonía, se encuentra más a gusto dentro de las estructuras heredadas del clasicismo, tendiendo hacia la música absoluta y pura. Felix Mendelssohn y Johannes Brahms son dos importantes representantes de esta tendencia.

  • Corriente innovadora: parte de la 9ª y 6ª sinfonías y se siente más influida por ideas literarias o extramusicales. En esta línea se inserta la música programática y en ella militan Hector Berlioz, Franz Liszt y Richard Wagner.

Formas y Estilos Sinfónicos

  • Sinfonía: Beethoven desarrolla ya la sinfonía clásica con cierta libertad de expresión. Durante el Romanticismo, la forma sonata siguió siendo la forma básica de la música sinfónica. Sin embargo, esta estructura será tratada de manera cada vez más libre por los compositores románticos, teniendo cada vez más importancia los elementos programáticos.

  • Concierto: sobre todo se componen conciertos para piano, violín y violonchelo. Su extensión ha aumentado respecto del concierto clásico. Se pueden observar dos tendencias en el concierto romántico: una primera que concede más importancia al elemento sinfónico orquestal (Beethoven y Brahms), y una segunda que atribuye al solista la máxima importancia en detrimento de la orquesta (Liszt y, sobre todo, Chopin).

  • Poema sinfónico: obra para orquesta, en un solo movimiento, de forma muy libre, que desarrolla sin palabras y sin forma definida algún tema inspirado o derivado de alguna manera de un elemento extramusical (texto, símbolo, leyenda, hecho histórico, cuadro, etc.). Nació como contraposición a la música pura (El contenido de la música son formas en movimiento, nada más.). El verdadero creador, a mediados de siglo, del poema sinfónico en un solo movimiento es Liszt con Mazeppa, Tasso, Años de peregrinación y, sobre todo, Los preludios. Entre sus antecedentes podemos citar: la Sinfonía pastoral de Beethoven y, sobre todo, la Sinfonía fantástica, de H. Berlioz. Entre sus seguidores: Richard Strauss (Así habló Zaratustra, Don Quijote), Bedřich Smetana (Mi patria), Saint-Saëns (Danza macabra), Modest Músorgski (Una noche en el monte pelado), Aleksandr Borodin (En las estepas del Asia central), etc.

  • Obertura concierto: Al lado de la obertura ligada al drama, concebida como anticipo y resumen de lo que va a suceder, surge en el siglo XIX un nuevo concepto de obertura, de carácter sinfónico y desconectada de la ópera. Es una pieza sinfónica sin drama, variante de la forma del Allegro de sonata.

Cultivadores de la Música Instrumental

Franz Schubert (1797-1828)

Semejante a Mozart en precocidad y fecundidad (compuso un total catalogado de 965 obras en sus 31 años de vida), es el único contemporáneo de Beethoven digno de medirse con él. Se considera a Schubert el primer compositor romántico.

Schubert tiene el don, casi milagroso, de la melodía. Sin embargo, sus melodías son escasamente aptas para el desarrollo al modo beethoveniano. En las obras breves (canciones y piezas pianísticas cortas) tal hecho carece de importancia. Pero no es así en las obras grandes: sonatas, conciertos y sinfonías.

Su obra instrumental más ambiciosa:

  • 9 sinfonías. Las seis primeras son completamente clásicas y no plantean problemas formales. La nº 8, Inacabada, y la nº 9, La grande, son auténticas obras maestras.

  • Intentó 23 veces la sonata pianística. Su ya comentada poca aptitud para el desarrollo tuvo que ser compensada mediante la yuxtaposición de episodios en los que varía las células melódicas. Obtuvo con este procedimiento una dilatación de la forma clásica muy moderna y distinta de la de Beethoven.

  • 15 cuartetos de cuerda.

Hector Berlioz (1803-1869)

Berlioz será el único representante del sinfonismo francés en la primera mitad del siglo.

Su música, como la de Beethoven, es una autobiografía de su propia personalidad: cada obra refleja una parte de su vida, con sus luchas, fracasos y desengaños.

Musicalmente es uno de los principales innovadores del siglo XIX: ninguna de sus obras se sujeta a las formas clásicas. Fue el primero en defender que tras la Sinfonía coral de Beethoven los modelos clásicos no podían ser útiles al verdadero romántico. La intención programática es la característica que distingue a su estilo. La Sinfonía fantástica, estrenada en 1830, supone la consagración del Romanticismo y de la música programática. En esta introdujo muchas novedades: una narración autobiográfica en la que el protagonista está representado por una idea musical que reaparece y se transforma dando unidad, junto con el programa, a los diferentes episodios al tiempo que anticipa el leitmotiv wagneriano.

No escribe conciertos, sonatas ni música de cámara. Detesta el piano. Se encuentra a sí mismo en las grandes y potentes masas instrumentales que tan sabiamente sabe combinar. Su dominio de la orquesta hace que sea considerado como el padre de la instrumentación moderna. Su famoso Tratado de instrumentación ha llegado hasta nosotros como un manual indispensable para el compositor.

Alguna de sus obras: La condenación de Fausto.

Las sinfonías Harold en Italia, inspirada en Byron, Sinfonía fantástica, obra que abre las puertas de par en par al Romanticismo en Francia y a la música de programa, y la sinfonía dramática con coros Romeo y Julieta.

Felix Mendelssohn (1809-1847)

Por su estilo (importancia de la melodía que para él es lo primero, equilibrio y perfección formal de su música) ha sido calificado como el más clásico entre los románticos; pero romántico en espíritu por su inclinación hacia lo fantástico, la poesía y el gusto por el paisaje.

Escribió para todos los géneros e instrumentos. Entre lo más destacado de su producción podemos señalar:

  • Su combinación preferida es la orquesta: 2 conciertos para piano y orquesta, 1 concierto para violín y orquesta y 5 sinfonías, siendo las más populares la nº 3 (La escocesa), la nº 4 (La italiana), y la nº 5 (De la reforma, para el centenario de Lutero). Los subtítulos indican con claridad los nuevos tiempos.

  • Apenas cultivó la ópera. En sus dos oratorios Elías y Pablo pone al día los ejemplos de Haendel, Bach y Haydn a los que tanto admira. En cambio, sí cultivó la música de escena para acompañar el Sueño de una noche de verano, de Shakespeare, y las oberturas La gruta del Fingal, Las Hébridas y Mar en calma. En ellas funde armoniosamente la forma clásica con un programa extramusical, bellísimo en la pintura de paisajes, antecedente indudable del poema sinfónico de Liszt.

  • En la música para piano, a pesar de componer 4 sonatas, muestra preferencia por las pequeñas formas del Romanticismo. En esta línea cabe citar su brillante Rondó caprichoso y sus sencillas y poéticas Romanzas sin palabras.

  • Música de cámara: en sus 7 cuartetos de cuerda, 3 tríos, 2 quintetos, etc. se plantea la gran forma clásica en contextos románticos, pero muy lejos de las tensiones del último Beethoven.

Frédéric Chopin (1810-1849)

Casi se dedica en exclusiva al piano. Sus formas favoritas no se ciñen al esquema clásico, sino que son piezas de corta extensión (baladas, estudios, impromptus, mazurcas, nocturnos, polonesas, preludios, valses, scherzos, etc.) en las que la música se convierte en la traductora fiel de sus estados anímicos, sus atormentados sentimientos y pasiones. Su estilo se basa en una asimilación prodigiosa de ritmos procedentes de la música de salón (valses), de su país natal, Polonia (polonesas) y en la adaptación al teclado de la melodía italianizante puesta en boga por Bellini en sus óperas. En su estilo pianístico reviste especial importancia el rubato: él mismo lo define como un ligero apresurar y retardar dentro de la frase en la parte de la mano derecha mientras que la izquierda se ajusta estrictamente al ritmo.

Entre su producción podemos destacar:

  • Dos conciertos para piano y orquesta: son obras de juventud. En ellos la orquesta aparece en estilo algo pianístico y subordinada en todo momento al piano que es el rey. Chopin piensa siempre en el piano.

  • 27 estudios: es el primero que hace del estudio, pieza concebida con el objetivo de practicar para dominar una determinada destreza técnica, una obra de arte en sí misma, rica en expresión y musicalidad, que podía ejecutarse en concierto. Muestran cierto virtuosismo.

  • 58 mazurcas y 16 polonesas: impregnadas de esencias y giros populares polacos que testimonian su nostalgia y amor a la patria. En este sentido puede concebírsele como al padre del nacionalismo polaco.

  • 4 baladas, 14 valses (estiliza el vals de los salones haciendo de él una brillante composición de concierto), 4 Scherzos, 20 nocturnos (quizá sean sus piezas más subjetivas e introspectivas: lentas, melancólicas, de gran intensidad lírica, con atrevida y refinada armonía).

  • 26 preludios: tomando por modelo a Bach, cada uno está en un tono y modo. Muy populares el nº 6 (Marcha fúnebre) y el nº 15 (De la gota de agua).

Robert Schumann (1810-1856)

En lo referido a su música para piano destaca por su gran lirismo, por ello se le llama el poeta del piano: muestra, como Chopin, predilección por las formas breves y libres pero de expresión muy concentrada. Son como una autobiografía de su propio mundo interior y dan expresión a los sueños, tristezas y apasionamientos que surcan su vida. Sus piezas pretenden ser como pequeños cuadros, pinceladas o matizaciones psicológicas de un estado de ánimo.

Su escritura es a veces ligeramente polifónica, siendo en este sentido patente la influencia que sobre él ejercieron Bach y Haendel, a los que admiró profundamente.

Entre sus obras para piano podemos destacar: Álbum para la juventud, Escenas de niños, Carnaval (sugiere la vida alegre de Viena), Papillons, Kreisleriana (variaciones cuyo nombre proviene del excéntrico maestro de capilla Kreisler, héroe de los Cuentos de Hoffmann), Noveletten, Escenas del bosque, Nocturnos, Impromptus, Intermedios, etc.

Sus sonatas reflejan también su entronque con la tradición clásica de esta forma.

Respecto a su música sinfónica, Schumann sobresale también en las formas grandes, resultando su sinfonismo más refinado y menos espectacular que el de Berlioz.

  • 4 sinfonías: destacan la 1ª, Primavera, y la 3ª, Renana. En esta hay un programa extramusical que gira en torno al Rin y la principal ciudad por la que pasa, Colonia, con su catedral.

  • Conciertos para piano, violonchelo y violín.

Respecto a su Música de cámara destacan sus tríos con piano, cuartetos, cuartetos con piano, quinteto con piano, etc.

Franz Liszt (1811-1886)

Su producción total es inmensa: cerca de 1300 obras (400 originales y el resto transcripciones para piano de fragmentos de óperas, canciones y de obras clásicas de una gran variedad de autores). Dejando de lado su producción profano-vocal, que podemos considerar como obras menores, el mundo de Liszt está constituido por el piano y la orquesta.

Obra para Piano

Es el primer pianista virtuoso del siglo XIX y uno de los mayores maestros de este instrumento.

Su obra pianística, especialmente sus estudios, suponen una revolución en la concepción técnica del piano que le elevan a cotas sonoras nunca antes alcanzadas y ni tan siquiera soñadas. Comparado con Chopin, Liszt resulta más espectacular, grandilocuente, brillante, de escritura más recargada y virtuosa, mientras que aquel era más íntimo, lírico y poético.

Entre su obra para piano podemos destacar:

  • 1 sonata para piano.

  • Los estudios Los años de peregrinación, 24 grandes estudios, 12 estudios de ejecución trascendente, 6 estudios según Paganini (célebres los de La campanela y La caza).

Obra Sinfónica

  • 2 conciertos para piano y orquesta, en los que el virtuosismo es la nota predominante.

  • Influido por la Sinfonía fantástica de Berlioz, lleva a la práctica sus ideas sobre la música de programa abordando la composición de 12 poemas sinfónicos (fue el primero en emplear tal término): siempre con un título revelador del contenido o programa, están basados en uno o varios temas que aseguran la unidad de la obra y que son reflejo de una idea, persona o situación psicológica. En ellos se aparta del plan sinfonía, ya que se trata de varios episodios entrelazados libremente en un solo movimiento. Los más populares: Mazeppa, Vals Mephisto, Lo que se oye en la montaña, Orfeo, Los preludios, etc.

  • Las sinfonías Dante y Fausto no son poemas sinfónicos por estar compuestas por varios movimientos. Ambas están inspiradas respectivamente en la Divina comedia, de Dante, y en el Fausto, de Goethe, cuyos personajes trata de pintar, guardando como elemento unitario a través de toda la obra los temas cíclicos.

Los años finales de Liszt son, desde el punto de vista creador, un verdadero enigma: su arte explora nuevos efectos armónicos que, en el piano al menos, prefiguran claramente el impresionismo, convirtiéndose en un verdadero adelantado de la modernidad.

Anton Bruckner (1824-1896)

Destaca sobre todo en la música religiosa (cinco misas, un réquiem, un Te Deum y preludios corales y fugas para órgano).

Música Sinfónica

Lo que más fama le ha dado son sus nueve sinfonías, especialmente la séptima. Son obras de una emoción desacostumbrada y una enorme extensión lograda mediante el empleo sistemático de repeticiones secuenciales. A causa de esta monumentalidad, fue acusado por sus críticos de ser incapaz de mantener la unidad de sus obras. En la actualidad, sin embargo, es considerado como uno de los más modernos creadores de su tiempo. En Las fuentes de la Villa d'Este, del último cuaderno de Años de peregrinaje, utiliza escalas de tonos enteros, coquetea con la disolución de las funciones tonales, etc.

Johannes Brahms (1833-1897)

Brahms realiza la síntesis del Clasicismo y el Romanticismo:

  • Bajo el influjo de Beethoven se le considera el último clásico de la sinfonía, por su defensa a ultranza de esta forma en contra de las corrientes dominantes. Es el más sólido arquitecto musical después de Beethoven. La sonata es la base de la mayoría de su producción instrumental. Con un lenguaje musical al día, ofrece una renovación completa de las formas instrumentales del pasado sin destruirlas.

  • Es el máximo contrapuntista después de Bach.

  • Es el heredero de Schubert en la inspiración popular de sus lieder.

Brahms cultivó todos los géneros excepto la ópera:

  • Música sinfónica: sus cuatro sinfonías pueden considerase lo mejor de su producción y lo más representativo del repertorio sinfónico después de Beethoven. Destacan por su forma impecable y clasicista. Al lado de sus sinfonías hay que citar sus dos oberturas (Festival académico y La trágica), sus conciertos (dos para piano, uno para violín y otro doble para violín y violonchelo).

  • Música para piano: tres sonatas (dignas sucesoras de las de Beethoven), variaciones (sobre temas de Paganini, Haydn, Haendel), valses, danzas húngaras, rapsodias, etc.

  • Música de cámara: en este género superó a todos sus contemporáneos y a casi todos sus predecesores después de Beethoven. Podemos destacar: 3 cuartetos de cuerda, 3 sonatas para violín y piano, etc.

  • Música coral: escribió cerca de 200 canciones (ver tema anterior) y, sobre todo, un Réquiem escrito en alemán sobre textos libremente extraídos por él de la Biblia.

La Música Instrumental en la España del Siglo XIX

El panorama instrumental español del siglo XIX no es nada halagüeño.

Juan Crisóstomo Arriaga (1806-1826): prometía ser uno de los grandes de la música. Gran violinista y compositor desde los once años. A los 18 años es profesor de armonía después de dos años de estudios en París en los que asombró a sus maestros. Cherubini y otros creyeron ver en él al nuevo Mozart. Ha dejado obras tan apreciadas como Tres cuartetos de cuerda, Sinfonía en Re m, y la obertura Los esclavos felices. Sus obras son aún de época escolar y tienen un cariz mozartiano con atisbos románticos similares a los de Weber.

En lo que respecta a la música para violín destaca Pablo Sarasate (1844-1908): niño prodigio del violín, cuya sorprendente técnica solo es comparable a la de Paganini, asombró al mundo entero que recorrió en giras de conciertos mereciendo que le dedicaran sus obras los más grandes compositores del momento: Lalo, Saint-Saëns, etc. En su obra, a pesar de estar influenciada por las corrientes europeas, se aprecia ya un deseo de partir de un material folclórico. Sus obras para el violín se caracterizan por un virtuosismo de buen gusto basado en lo popular hispánico. Entre ellas podemos destacar: Zapateado, Jota Navarra, Habanera, Romanza andaluza, Aires bohemios, Fantasía sobre la ópera Carmen, Tarantela, Canción gitana, etc.

A principios del siglo XIX, la guitarra pretende superar el papel de mero acompañante de la canción popular y aspira al concierto, gracias a la labor de grandes compositores concertistas como los italianos Carulli (1778-1841), Giuliani (1780-1820) y los españoles Fernando Sor (1778-1839) y Dionisio Aguado (1784-1849).

A finales de siglo, después de un breve paréntesis, la figura del castellonense Francisco Tárrega (1854-1909) atrae de nuevo la atención del público y el interés de muchos compositores del siglo XX sobre este instrumento.

Fue considerado casi otro Paganini de la guitarra.

El piano: antes de Albéniz hay pocos compositores dignos de ser mencionados. Si podemos consignar célebres intérpretes extranjeros que, al triunfar en España, suscitaron la afición española por el instrumento sin que España pudiese aportar grandes figuras ni en el campo compositivo ni tampoco en el interpretativo.

Música sinfónica: el panorama en este apartado es todavía más desalentador. En la primera mitad del siglo el papel de la orquesta se reduce a acompañar las óperas y la música religiosa. Las sinfonías de Beethoven comienzan a escucharse a partir de 1860. En el último tercio del siglo comienzan a aparecer tímidamente obras orquestales en el estilo pintoresquista; tal sucede con Chapí y con Bretón. La mejor música sinfónica española del siglo XIX la hacen los compositores extranjeros. Entre los autores y obras extranjeras sobre temática española destacan: “rapsodia española”, “jota aragonesa” y “folías de España”, de Liszt, “jota” y “una noche en Madrid”, de Glinka, “capricho español”, de Rimsky, “España”, de Chabrier, “sinfonía española”, de Lalo, “Don Quijote”, de Strauss, “Iberia”, de Debussy, “Bolero” y “rapsodia española”, de Ravel.

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