La noche estrellada de la Edad Media
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COMIENZA LA NOCHE ESTRELLADA
¿Una Edad Media tenebrosa?—Fe y superstición—Los santos estilitas—Los benedictinos—La salvación del legado de la Antigüedad—Importancia de los monasterios en el norte—El bautismo de Clodoveo—Función del clero en el reino merovingio—Bonifacio.
Es probable que también tú creas que las invasiones de los bárbaros fueron una especie de tormenta, pero sin duda te parecerá extraño que la Edad Media se haya de considerar una noche estrellada. Sin embargo, así fue. Quizá hayas oído hablar de la «tenebrosa Edad Media». Con esta expresión se quiere decir que, en aquella época, tras la caída del imperio romano sólo unas pocas personas sabían leer y escribir, que desconocían lo que ocurría en el mundo, que contaban toda clase de milagros y cuentos fabulosos y, sobre todo, que eran muy supersticiosas. Que las casas eran entonces pequeñas y oscuras, los caminos y las carreteras construidos por los romanos se habían deteriorado y estropeado y las ciudades y campamentos romanos eran ruinas cubiertas de hierba. Que las buenas leyes romanas habían caído en el olvido y las hermosas esculturas griegas estaban destrozadas. En realidad, no era de extrañar, tras los terribles periodos de guerra de las invasiones de los bárbaros. Pero eso no es todo. No se trataba de una noche cerrada, sino de una noche estrellada, pues por encima de toda aquella oscuridad y de la inquietante incertidumbre que provocaba en las personas el temor a magos y brujas, al demonio y a los espíritus malignos, como niños en un lugar sin luz, sobre todo ello brillaba, no obstante, el cielo estrellado de la nueva fe que les indicaba un camino. De la misma manera que uno no se pierde fácilmente en el bosque si ve las estrellas, la Osa Mayor o la estrella Polar, tampoco la gente llegó a extraviarse del todo en aquel tiempo, por más a menudo que tropezara en la oscuridad. Una cosa sabían con certeza: que todos los seres humanos han recibido su alma de Dios, que todos son iguales ante Él, el pordiosero lo mismo que el rey, y que, por tanto, no debía haber esclavos a quienes se tratara como objetos. Que el Dios único e invisible que ha creado el mundo y salva a los humanos por medio de su gracia quiere que seamos buenos. No es que entonces hubiera únicamente gente buena. En Italia, al igual que en las comarcas germánicas, había numerosos guerreros terriblemente crueles, salvajes, brutales y duros de corazón que actuaban de manera maliciosa, sanguinaria y despiadada. Pero ahora lo hacían con peor
conciencia que en tiempo de los romanos. Sabían que eran malos. Y temían la venganza de Dios.
Muchas personas deseaban vivir enteramente de acuerdo con la voluntad divina. No querían permanecer en medio del ajetreo de las ciudades y de la gente, donde se corre tan a menudo el peligro de hacer algo injusto. De manera muy similar a los ermitaños, marchaban al desierto para rezar y hacer penitencia. Eran los monjes.
Gombrich, E. H.: Breve Historia del Mundo (91-92)