Nietzsche, la Muerte de Dios y la Respuesta de la Fe desde el Vaticano II

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Friedrich Nietzsche

Sus ideas

Parten de la insatisfacción que experimentamos frente a la realidad. Necesitamos apoyarnos en algo o en alguien porque en nuestra debilidad no somos capaces de soportar solos la vida. Aparece así un resentimiento hacia lo real que hace surgir un 'supramundo': el mundo de la moral, de Dios, de la metafísica, a base de falsos razonamientos: si este mundo es aparente, debe haber un mundo verdadero.

La moral cristiana, con su exaltación de la humildad, es la consolidación de un concepto débil de la existencia. Jesús fue utilizado para una religión de débiles y de resentidos. Nietzsche intuye una inminente crisis de la humanidad al desaparecer Dios de su horizonte. Es un acontecimiento inevitable. Hay que provocarlo y asumir la nueva situación. Nietzsche proclama la 'muerte de Dios'.

Muerto Dios, queda el hombre. Sin moral y sin Dios, queda el nihilismo. Esta nueva humanidad que debe surgir 'más allá del bien y del mal' está representada por el 'superhombre'. Este será el vencedor de Dios y de la moral, diciendo 'sí' a la vida misma.

Respuestas desde la fe

La crítica que hace Nietzsche parte de una forma desviada de entender la humillación de Jesús y la humildad del creyente. El sentido de la vida que propugna es, en el fondo, un sinsentido. Adoptarlo dificultaría:

  • La construcción de una personalidad estructurada, puesto que la persona quedaría a merced de sus instintos vitales.
  • La integración solidaria en colectividad, porque el 'superhombre', librado de toda moral, tiende al individualismo y a la imposición de su voluntad.

Concilio Vaticano II

La Iglesia se planteó cuál debía ser su actitud y su mensaje frente a quienes piensan que la fe cristiana es incompatible con la autonomía y la libertad de las personas.

Como a la Iglesia se le ha confiado la manifestación del misterio de Dios, que es el fin último del hombre, Él mismo le descubre al hombre el sentido de su propia existencia. Responde a las ansias más profundas del corazón humano, que nunca se sacia plenamente con el alimento terreno. Pues el hombre deseará siempre saber el significado de su vida, de su actividad y de su muerte. Solo Dios, que creó al hombre a su imagen y lo redimió del pecado, puede dar una respuesta total a estos problemas, mediante la revelación en su Hijo, que se hizo hombre.

La dignidad personal y la libertad del hombre no encuentran en ninguna ley humana mayor seguridad que la que encuentran en el Evangelio de Cristo.

El reconocimiento de Dios no se opone a la dignidad humana, ya que esta dignidad tiene en Dios su fundamento y perfección. Es Dios Creador el que constituye al hombre inteligente y libre, llamado, como hijo, a la unión con Dios. La esperanza escatológica no merma la importancia de las tareas temporales, más bien proporciona nuevos motivos para su ejercicio.

Cuando faltan ese fundamento divino y esa esperanza de la vida eterna, la dignidad humana sufre lesiones gravísimas, y los enigmas de la vida, de la muerte, de la culpa y del dolor quedan sin solucionar. Todo hombre resulta para sí mismo un problema no resuelto; a ese problema solo Dios da respuesta plena, llamando al hombre a una búsqueda incesante de la verdad.

El remedio del ateísmo hay que buscarlo en la exposición adecuada de la doctrina y en la integridad de la vida de la Iglesia y de sus miembros. La Iglesia hace presentes y como visibles a Dios Padre y a su Hijo encarnado, bajo la guía del Espíritu Santo. Esto se logra principalmente con una fe viva y adulta, educada para poder percibir con lucidez las dificultades y poderlas vencer.

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