La Naturaleza Social del Ser Humano: De Aristóteles a la Socialización
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La naturaleza social del hombre: Aristóteles
El problema de la naturaleza social del hombre ha sido abordado prácticamente desde los orígenes mismos de la racionalidad. Aristóteles se ocupó de responder de una manera sistemática a la cuestión planteada. Su inclinación hacia la observación minuciosa de los hechos le llevó a examinar las formas concretas de sociabilidad, desde las más elementales hasta las más complejas.
En el comienzo, la forma de sociabilidad más elemental es la unidad doméstica, la unidad formada por la familia y los esclavos. Por agregación de familias, se forma la aldea y la asociación de aldeas da origen a la polis, que era considerada como la sociedad perfecta porque, por sí misma, es autárquica y reúne todas las condiciones necesarias para que el hombre alcance su fin último.
La sociedad existe por naturaleza, y consecuentemente el hombre es por naturaleza un ser social, "hombre es un animal político", por lo que se es hombre cuando se es animal social. En dos hechos se encuentra la confirmación irrefutable de la sociabilidad humana: la posesión del lenguaje y la imposibilidad de satisfacer sus necesidades aisladamente.
El hombre es ser social porque es el único que posee lenguaje como medio de comunicación, la palabra como signo dotado de significación, es propiedad exclusiva del hombre. Puede transmitir conceptos como el placer o el dolor, o algunos puramente humanos como el bien. Hay otro elemento que apoya la definición aristotélica, y es que el individuo no puede bastarse a sí mismo para satisfacer sus necesidades. Solamente la tendencia de la naturaleza humana a formar asociaciones puede superar esa incapacidad. Esto será retomado siglos más tarde por Santo Tomás y utilizado como prueba explicativa del hombre en tanto de ser sociable.
El individuo frente a la sociedad: Hobbes y Rousseau
El planteamiento de Aristóteles que hace depender la sociabilidad humana del inacabamiento biológico del hombre, así como del lenguaje y del pensamiento abstracto, se ha demostrado correcto. En el binomio individuo-sociedad durante el siglo XVII y XVIII se ha puesto el acento en el primero, destacando el carácter voluntario y contractual de la sociedad. Otros, en el siglo XIX han otorgado primacía a la sociedad sobre el individuo, al afirmar la existencia real de lo social.
En la primera postura encontramos autores como Hobbes y Rousseau. Al hablar de un estado de naturaleza en el hombre previo a su ingreso en sociedad establecieron una contraposición entre naturaleza humana y sociedad. Si podemos pensar en una naturaleza humana previa y al margen de su dimensión social, estamos negando que, como dijo Aristóteles, el hombre sea social ya por naturaleza.
Contra lo que postuló Aristóteles, Hobbes estima que la sociedad no es un hecho natural, sino más bien el fruto artificial de un pacto voluntario, de un cálculo interesado. En estado de naturaleza los hombres poseen un derecho omnímodo sobre todas las cosas de la Naturaleza. De ahí que el estado de naturaleza sea un estado de guerra permanente de todos contra todos. El Estado nace mediante un pacto voluntario por el que los individuos renuncian a sus derechos para garantizar el orden y la supervivencia. Como vemos, su pesimismo justifica el Estado absolutista.
El tema central de la obra de Rousseau será el contraste entre el hombre natural y el hombre artificial, el hombre degenerado en su contacto con la sociedad, que es el origen de todo lo que en el hombre es antinatural como la injusticia, la desigualdad, el egoísmo, etc. Por eso, para él, el progreso social debe entenderse como un retorno al estado natural, que quiere decir ordenar la sociedad de acuerdo con los principios que son naturales al hombre: libertad y justicia. El estado natural del que habló Rousseau, debe entenderse como una norma de juicio que nos permite conocer cómo es en sí misma la naturaleza humana, para ajustar a sus exigencias el ordenamiento social. Pero hablar de naturaleza del hombre al margen de la dimensión social es olvidar que el hombre ya por naturaleza es un ser social.
El concepto de socialización
Somos los seres humanos quienes viviendo juntos y relacionándonos, creamos la cultura, que a su vez se convierte en uno de los marcos de referencia esenciales en la configuración de nuestra personalidad individual. Y aunque existen fundamentos genéticos que capacitan al hombre para producir, transmitir y aprender cultura, las realizaciones culturales concretas carecen en sí mismas de una determinación biológica y deben ser entendidas como producto de la interacción de los hombres y de los hombres y el medio. La diversidad de formas culturales que testimonian los registros etnográficos, el panorama multiforme de costumbres, valores, tradiciones, formas de organización social y política, etc, delatan la infinita productividad y creatividad del hombre en sus modos de organización social y cultural.
Aquí lo que queremos es analizar el proceso por el que el individuo, que desde su nacimiento ya pertenece a un grupo social, aprende e interioriza la cultura de la sociedad en la que nace. Aunque puedan darse innovaciones culturales y progreso, la cultura de una sociedad tiende a ser similar de una generación a otra. Esta continuidad se mantiene por un proceso que entre los sociólogos y antropólogos ha recibido muy diversos nombres como inculturación, y que aquí denominaremos con el nombre genérico de socialización.
H.M. Johnson define socialización como el aprendizaje que capacita a un individuo a realizar roles sociales. Rocher, la define como el proceso por cuyo medio la persona humana aprende e interioriza, en el transcurso de su vida, los elementos socioculturales de su medio ambiente, los integra a la estructura de su personalidad, bajo la influencia de experiencias y de agentes sociales significativos, y se adapta así al entorno social en cuyo seno debe vivir.
Mecanismos de socialización
La Naturaleza de estos mecanismos que se activan y de la forma en que se produce el proceso de socialización, ha sido objeto de debate durante mucho tiempo entre los científicos sociales. Se trata de analizar la razón por la que se ajusta el comportamiento a patrones culturales de un grupo en un proceso en el que la sociedad impone coactivamente al individuo sus normas y valores y, sin embargo, es el propio individuo el que se identifica con ellas, la interioriza y se adhiere a ellas hasta el punto de que pasan a formar parte de su propia personalidad social.
Punto de vista de G. Tarde y Durkheim
Tarde creyó que el proceso de socialización es simplemente fruto de la imitación. Todos los fenómenos sociales pueden reducirse a la relación entre dos personas de las cuáles una ejerce influencia mental sobre la otra, que se limita a imitarla. La perpetuación de las sociedades y de sus culturas es producto de la imitación que, en el plano psicológico y social, juegan el mismo papel que la herencia en el plano biológico.
Durkheim reaccionó contra esta reducción de lo social a lo psicológico y defendió el carácter sui generis de lo social, irreductible a la mera suma de las manifestaciones individuales. La conciencia colectiva, existente y distinta tanto de las conciencias individuales como de la mera suma de todas ellas, presiona al individuo a acatar las normas sociales para que se sienta constreñido a seguirlas.
A pesar del carácter excluyente con que Durkheim quiso presentar su teoría en relación con la de Tarde, ambos puntos de vista no son incompatibles y pueden integrarse en una teoría unitaria. No cabe duda de que la socialización es en buena parte fruto de la presión en virtud de la cual la sociedad se impone al individuo y le exige modos de pensar o de sentir, siempre que entienda esta imposición no como algo que el individuo asimila pasivamente sino como un proceso mediante el cual el sujeto se identifica con el grupo. A su vez, es indudable que la imitación juega también un papel fundamental, como quiso Tarde, en el proceso de socialización.
Motivación y aprendizaje social
Un análisis más exhaustivo del proceso de socialización debe hacer referencia a dos mecanismos: aprendizaje motivado y la interiorización del otro, para identificar el sí-mismo. Cuando un niño nace carece de interés por adecuarse a buenos modales, la renuncia voluntaria a satisfacer inmediatamente sus deseos. Aquí la motivación juega un papel importante, los patrones culturales que el niño debe aprender no se le presentan de forma emocionalmente neutra, sino como otras tantas motivaciones para la acción.
El aprendizaje social es eficaz porque se encuentra motivado, primero el niño repite la conducta que observa en sus mayores, para él es un juego donde a veces acierta y otras fracasa. Los adultos premian la conducta esperada e inhiben la conducta errónea con castigos, esta cadena refuerza en el niño la aceptación de patrones y de formas de conducta esperadas. Siendo estos los mecanismos básicos en el aprendizaje social.
Conciencia de “sí-mismo” e interiorización del “otro”
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La socialización no es sólo producto del aprendizaje, también se basa e el hecho de que como han demostrado los trabajos de Cooley y Mead, el hombre sólo puede alcanzar la conciencia de sí-mismo a través de la interiorzación simultanea del otro.
Cooley habla de que la conciencia que cada uno tiene de sí-mismo es algo social desde sus orígenes, porque únicamente es posible llegar a alcanzar conciencia de sí por el espejo del otro. La imagen de mi mismo que tengo la tengo desde los ojos de otro, es por tanto una imagen especular, un yo-espejo, porque es el resultado de la imagen que cada uno cree ofrecer a los demás.
En la obra de Mead, el juego desempeña un papel fundamental en el proceso de socialización. El niño se da cuenta de que sus padres esperan de él que actúe de acuerdo a unos patrones que son progresivamente más complejos, en un inicio el niño los asimila como un simple juego, pero el juego se va transformando en realidad y el niño empieza a verse a sí mismo dentro del rol que actúa en el juego. Al aprender las reglas del juego y ajustarse a ellas, acaba identificándose con su propio papel como miembro del grupo. La interiorización del otro, de los roles de los demás, es el requisito básico para la identificación del sí-mismo como miembro del grupo.