Mitos Griegos: Historias de Amor, Venganza y Transformación
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Narciso y Eco
Hijo de Céfiso y Liríope, era tan hermoso que desde el momento de nacer fue amado por todas las ninfas. Sin embargo, el adivino Tiresias predijo que viviría mucho tiempo si no se veía a sí mismo. Un día, la ninfa Eco paseaba por el bosque y vio a Narciso. Se enamoró de él al instante y comenzó a seguirlo. Narciso la sorprendió escondida detrás de un árbol. Eco quiso abrazarlo, pero Narciso la rechazó. Desolada, el cuerpo de Eco comenzó a flaquear hasta que desapareció, quedando solo su voz. Así hizo Narciso con otros jóvenes. Uno de los despreciados rogó a los dioses que Narciso amara aquello que no pudiera poseer. Némesis, la diosa de la venganza, escuchó sus súplicas. Mientras Narciso bebía de una laguna, se enamoró de sí mismo al verse reflejado en el agua. Ya solo le importaba su imagen, pero no podía poseerla porque al tocar el agua, desaparecía. Permaneció inmóvil durante largo tiempo contemplando su imagen hasta que murió. En su lugar, apareció una flor: el narciso.
Pigmalión
Pigmalión, admirable escultor, no se había casado y estaba harto de la soledad. Su opinión sobre las mujeres le impedía encontrar compañera, pues creía que la naturaleza les había dado muchos vicios. A pesar de esto, un día decidió esculpir una estatua femenina a la que llamó Galatea. Era de marfil blanco y más hermosa que cualquier mujer. Tan bella que Pigmalión se enamoró de su creación. En la fiesta de Venus, Pigmalión fue a su altar y rogó que le concediera una esposa semejante a la de marfil. Venus entendió la súplica y, cuando Pigmalión llegó a casa y besó la estatua, sintió que estaba tibia. Poco a poco, el marfil se ablandó, convirtiéndose en carne y hueso. Las venas latían bajo sus dedos. Pigmalión dio gracias a la diosa por el regalo y, al besar los labios de la joven, ésta abrió los ojos y vio el rostro de su enamorado. Venus asistió a la boda y, nueve meses después, Galatea dio a luz a una niña a la que llamaron Pafos.
Efecto Pigmalión: Expectativas sobre una persona que hacen que su rendimiento sea mejor.
Atalanta e Hipómenes
Una osa benevolente encontró a una niña recién nacida, llamada Atalanta, abandonada al pie de una montaña por su padre por ser mujer. La osa la crio como a uno de sus hijos, enseñándole a cazar y a recolectar miel y bayas. Al crecer, Atalanta se convirtió en seguidora de Diana, la cazadora. Vivía sola y feliz, recorriendo bosques y campos. Apolo apoyaba su modo de vida y le recomendó que no se casara nunca para no perder su identidad. Sin embargo, siempre estaba rodeada de pretendientes. Cansada de esta situación, Atalanta ideó un plan para liberarse de ellos. Confiando en su destreza física, los desafió a una carrera: quien la venciera se casaría con ella, pero quien perdiera, moriría. Atalanta estaba segura de que nadie querría participar, pero muchos hombres estuvieron dispuestos a arriesgar su vida. Un día, un extranjero llamado Hipómenes pasó por la región y se burló de los participantes. Pero al conocer a Atalanta, también quiso arriesgarse para ser su esposo. Hipómenes, nieto de Neptuno, impresionó a Atalanta con su arrogancia. Ella le pidió que se fuera, temiendo por su vida, pero él no cedió. Atalanta, con gran pesar, consintió en competir. Hipómenes rogó a Venus que lo ayudara. La diosa le dio tres manzanas de oro para que las lanzara durante la carrera y distrajera a Atalanta. Las dos primeras manzanas lograron que Atalanta retrocediera para recogerlas. Con la tercera, Hipómenes la lanzó lo más lejos posible. Atalanta estuvo a punto de ignorarla, pero Venus tocó su corazón, haciéndola abandonar el camino para recoger la manzana. Hipómenes ganó la carrera y a Atalanta como esposa. Sin embargo, olvidó agradecer a Venus, quien, enfurecida, junto con Diana, castigó a la pareja convirtiéndolos en leones. Atalanta e Hipómenes vivieron como leones en el bosque, dominados por la luna.
Aracne
Aracne, hija de Idmón, un tintorero, nació en Lidia. Era famosa por su habilidad para tejer y bordar. Incluso las ninfas admiraban su trabajo. Su prestigio creció tanto que se creía que era discípula de Atenea. Aracne era habilidosa y hermosa, pero orgullosa. No quería deber sus habilidades a nadie. Retó a Atenea, quien aceptó. Primero, Atenea se le apareció como una anciana, aconsejándole modestia. Aracne, insolente, la insultó. Atenea, enfurecida, se reveló e inició la competencia. En su tapiz, Atenea mostró a los dioses del Olimpo y las derrotas de los humanos que los desafiaban. Aracne representó los amoríos deshonrosos de los dioses. Su obra era perfecta, pero Atenea, encolerizada, rompió el tapiz y golpeó a Aracne. Humillada, Aracne se ahorcó. Atenea la convirtió en araña para que tejiera por la eternidad.
Orfeo
Orfeo, enamorado de Eurídice, la convirtió en su esposa. Un día, huyendo de Aristeo, Eurídice pisó una serpiente y murió. Desconsolado, Orfeo lloró a orillas del río Estrimón, entonando canciones tan tristes que los dioses lo incitaron a descender al inframundo. Con su música, Orfeo esquivó peligros y conmovió a demonios. Convenció a Hades y Perséfone de que le permitieran a Eurídice regresar al mundo de los vivos, con la condición de que Orfeo caminara delante de ella sin mirarla hasta que ambos estuvieran bajo el sol. El camino de regreso fue largo. Orfeo resistió la tentación de mirar a Eurídice. Ya en la superficie, Orfeo giró la cabeza, creyendo que todo había terminado. Pero Eurídice aún tenía un pie en la sombra y se desvaneció para siempre.