Mito de Apolo y Dafne: Amor no Correspondido y Transformación
Enviado por Programa Chuletas y clasificado en Latín
Escrito el en español con un tamaño de 3,77 KB
El Mito de Apolo y Dafne: Un Amor No Correspondido
El irascible Eros, dios del amor, preparó dos flechas: una de oro y otra de hierro. La flecha de oro estaba destinada a incitar el amor apasionado, mientras que la de hierro provocaba el odio y el rechazo. Con un giro del destino, Eros disparó la flecha de hierro a la ninfa Dafne, y la de oro al corazón de Apolo.
Apolo, dios de la luz y las artes, se inflamó de una pasión incontenible por Dafne. Sin embargo, ella, herida por la flecha del odio, lo aborreció profundamente. Dafne, una ninfa amante de la libertad, había rechazado previamente a numerosos pretendientes, prefiriendo la caza y la exploración de los bosques a los lazos del matrimonio.
Su padre, el dios río Peneo, deseaba que Dafne se casara y le diera nietos. Pero ella, inspirada por la independencia de Artemisa, hermana gemela de Apolo y diosa de la caza, rogó a su padre que la dejara permanecer soltera. Peneo, aunque complaciente, advirtió a Dafne que su belleza atraería inevitablemente a muchos admiradores.
La Persecución y la Metamorfosis
Apolo persiguió incansablemente a Dafne, suplicándole que aceptara su amor. Pero la ninfa, aterrorizada, huía sin cesar. La persecución continuó hasta que, agotada y desesperada, Dafne imploró la ayuda de su padre, Peneo.
En el momento en que Apolo estaba a punto de alcanzarla, una transformación milagrosa comenzó a ocurrir. La piel de Dafne se endureció, convirtiéndose en corteza de árbol; su cabello se transformó en hojas, y sus brazos en ramas. Sus pies, antes veloces, se arraigaron firmemente en la tierra. Dafne se había convertido en un laurel.
Apolo, desconsolado, abrazó las ramas del árbol, sintiendo cómo incluso éstas se contraían y alejaban de él. Incapaz de tomarla como esposa, Apolo juró amar a Dafne eternamente como su árbol sagrado. Prometió que sus ramas coronarían las cabezas de los héroes y que, usando sus poderes de eterna juventud e inmortalidad, la mantendría siempre verde.
Libro X de la Eneida: Batalla y Destino
Júpiter, rey de los dioses, prohíbe a las demás deidades intervenir en la batalla entre troyanos y rútulos. Venus, madre de Eneas y protectora de los troyanos, suplica clemencia para su pueblo, mientras que Juno, reina de los dioses y enemiga de Troya, se muestra indiferente. Júpiter decide entonces que no favorecerá a ninguno de los bandos.
La Llegada de Eneas y la Furia de Turno
Eneas, héroe troyano, regresa por mar con nuevas alianzas. Le acompañan guerreros valientes como Másico, Abante, Asilas y Astur. Las naves troyanas, transformadas en ninfas por la diosa Cibeles, se acercan a Eneas y le informan sobre la situación de la batalla.
Eneas y sus aliados desembarcan en el campo de batalla, donde Turno, príncipe de los rútulos, continúa su feroz ataque. Se desata un combate encarnizado. Turno, desesperado, pide ayuda a su hermana, la diosa Juturna. Palante, joven aliado de Eneas, es asesinado por Turno, quien le arrebata sus armas como trofeo. Eneas, consumido por la ira, mata a numerosos rútulos en venganza.
Intervención Divina y el Destino de Turno
Júpiter provoca a Juno, y ésta le pide que retrase la muerte inevitable de Turno. Juno, adoptando la forma de Eneas, engaña a Turno y lo atrae lejos del combate, salvándolo temporalmente. Turno, al darse cuenta del engaño, intenta regresar, pero la diosa se lo impide.
Mezencio, rey etrusco y aliado de Turno, toma su lugar en la batalla, que es observada atentamente por los dioses. Eneas hiere a Mezencio, y su hijo Lauso, al intentar proteger a su padre, es asesinado por el héroe troyano. Mezencio, lleno de dolor, regresa a la batalla para vengar a su hijo, pero también encuentra la muerte a manos de Eneas.