Mario y Vicente: Contemplación y Acción en la Obra de Buero Vallejo

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Mario: La Contemplación como Refugio

Mario encarna la contemplación. Se diría que vive de ascuas, lo cual no disminuye su fuerza dramática, pues su reflexión conduce al descubrimiento de la verdad y la autenticidad, y a la derrota de las apariencias y falsos valores. No en vano, se opone a Vicente: se sitúa al margen del sistema, se niega a integrarse en una sociedad cuya estructura rechaza. No ha querido formar parte del mundo de los vencedores de la Guerra Civil y, en un sentido más radical, no ha querido formar parte de un mundo regido por la "acción", cualesquiera que sean sus presupuestos y sus consecuencias, acción dirigida a un único fin: no ser destruido, no quedarse al margen, "no perder el tren".

Quizá porque la condición para subir al tren sea destruir, empujar, hacer víctimas, escoge ser víctima. Su modelo ha sido la religión de la rectitud, incluida por el padre, que no parece tener vigencia en los tiempos que corren. Su ideal, con algunas connotaciones de raigambre estoica, es la pasividad impasible, que le permita contemplar las cosas sin mezclarse con ellas.

En un recuerdo muy claro de la famosa metáfora de Calderón, el sótano en el que se encierra es semejante a la prisión-sepulcro de Segismundo, y la vida de Mario parece discurrir como un sueño que su hermano quiere romper. Por una parte, su deseo de no implicarse le inclina a un egoísmo insolidario. Él mismo anunciará que el contacto con los demás le parece insoportable. De ahí procede su tristeza y el propósito de hallar la salvación para sí mismo.

No obstante, su postura dista de ser del todo negativa. Al fin y al cabo, ha entablado una relación con Encarna y se preocupa de la suerte de Beltrán. Además, en él se encierra igualmente una insólita capacidad de preocupación por los demás, que lo aproxima a su padre, a quien no toma en broma.

La Dualidad entre "Buenos" y "Malos"

El mismo Buero nos previno ante la tentación de convertir el drama en el conflicto de "buenos y malos". La culpa de Vicente no consistió ni consiste en "tomar el tren" ni en luchar por seguir montado en él, sino en hacer y seguir haciendo víctimas para subirse y mantenerse en él. Pero Mario no es inocente solo por no haberse montado en él, porque no hacer, no actuar, no luchar es también una forma deficiente de asumir la condición humana como individuo y como miembro.

El ideal sería, según el autor, una síntesis entre los dos, de acción y contemplación.

Vicente: La Acción y sus Consecuencias

Vicente representa, por un lado, la acción. Es el que ha cogido el tren, se ha integrado en el sistema y representa una sociedad regida por el materialismo, la insolidaridad y el lucro a toda costa. El personaje goza de un bienestar envidiable, pero su vida no es satisfactoria, le presiona la culpa, es un hombre agónico.

Está obsesionado con el tren: "Y del tren, ¿te acuerdas?". La madre quiere la concordia y le da la razón, pero en ese momento él revela su íntimo desasosiego: "¿Cómo iba yo a olvidar aquello?". Mario no está presente y, sin embargo, adivina lo que ocurre en la conciencia de su hermano.

Las Visitas al Sótano: Un Intento de Redención

Por eso se producen las visitas de Vicente al sótano. Sus bajadas al "pozo", como se denomina el aposento del tragaluz, son sus intentos de aplacar lo que se esconde en su conciencia. En la confesión final, admite sin rodeos la verdad y busca un castigo que le deje tranquilo definitivamente.

Vicente, como no puede ser de otra manera en una tragedia, paga al cabo por lo que ha hecho. Frente a él, se levanta Mario y la oposición entre ellos revive el mito de Caín y Abel.

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