Los Diez Mandamientos: Significado y Aplicación en la Vida Cristiana

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Los Diez Mandamientos: Una Reflexión Detallada

6) No Cometer Actos Impuros

El sexto mandamiento se centra en la pureza sexual y el respeto por la dignidad humana. Cuando Dios creó al hombre, lo hizo a su imagen, varón y hembra, y los bendijo. La sexualidad abarca todos los aspectos de la persona, en la unidad de cuerpo y alma. Todos deben reconocer y aceptar su identidad sexual. Las diferencias físicas, morales y espirituales están orientadas a los bienes del matrimonio y al desarrollo de la vida familiar. Dios otorga la misma dignidad personal a ambos sexos.

Vocación a la Castidad

La castidad implica la integración exitosa de la sexualidad en la persona, logrando la unidad interior del ser humano en su dimensión corporal y espiritual.

Ofensas a la Castidad

La lujuria es un deseo o goce desordenado del placer venéreo. El placer sexual es moralmente desordenado cuando se busca por sí mismo, separado de sus fines procreativos y unitivos.

La regulación de la natalidad es un aspecto de la paternidad y maternidad responsables. Sin embargo, la legitimidad de las intenciones de los esposos no justifica el uso de métodos moralmente reprobables, como la esterilización directa o la anticoncepción. El adulterio, el divorcio, la poligamia y la unión libre son ofensas graves a la dignidad del matrimonio y al sexto mandamiento.

7) No Robar

El séptimo mandamiento prohíbe tomar o retener injustamente los bienes del prójimo, así como perjudicarlo de cualquier manera en relación con sus bienes. Este mandamiento prescribe la práctica de la justicia y la caridad en el uso de los bienes terrenales y los frutos del trabajo. Los bienes de la creación están destinados a todo el género humano. El derecho a la propiedad privada es legítimo, pero no anula el destino universal de los bienes. La ley moral prohíbe los actos que, con fines mercantiles o totalitarios, llevan a esclavizar a los seres humanos, comprarlos, venderlos o cambiarlos como si fueran mercancía. La limosna a los pobres es un testimonio de caridad fraterna y una práctica de justicia que agrada a Dios.

8) No Dar Falso Testimonio ni Mentir

El octavo mandamiento prohíbe falsear la verdad en las relaciones con los demás. Este precepto moral se deriva de la vocación del pueblo santo a ser testigo de su Dios, que es la Verdad y quiere la verdad. Las ofensas a la verdad expresan, mediante palabras o acciones, un rechazo a comprometerse con la rectitud moral. Son infidelidades a Dios y, en este sentido, socavan los fundamentos de la Alianza. El Antiguo Testamento proclama que Dios es fuente de toda verdad: su Palabra es verdad y su Ley es verdad. Dado que Dios es la Verdad absoluta, su pueblo está llamado a vivir en la verdad. Los seres humanos no podrían convivir si no existiera la confianza recíproca, es decir, si no se dijeran la verdad. La mentira consiste en decir algo falso con la intención de engañar al prójimo, quien tiene derecho a la verdad.

9) No Desear a la Mujer del Prójimo

"Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón" (Mateo 5, 28). El noveno mandamiento advierte contra el desorden o concupiscencia de la carne. La lucha contra la concupiscencia carnal implica la purificación del corazón y la práctica de la templanza. La pureza de corazón nos permite ver a Dios y nos da la capacidad de ver todas las cosas según Dios. La purificación del corazón se logra mediante la oración y la castidad. La pureza de corazón requiere pudor, paciencia, modestia y discreción. El pudor preserva la intimidad de la persona.

10) No Codiciar los Bienes Ajenos

El décimo mandamiento prohíbe el deseo desordenado, nacido de la pasión inmoderada por las riquezas y el poder. La envidia es la tristeza que se experimenta ante el bien del prójimo y el deseo desmesurado de apropiárselo, aunque sea indebidamente. Es un pecado capital. El Bautismo combate la envidia mediante la benevolencia, la humildad y el abandono en la providencia de Dios. Los fieles cristianos están llamados a desprenderse de las riquezas para poder entrar en el Reino de los Cielos: "Bienaventurados los pobres de corazón" (Mateo 5, 3).

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