Literatura de compromiso social la poesía de protesta y revolucionaria
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La Guerra Civil (1936-1939), el inicio de la dictadura franquista y el exilio de muchos españoles, entre ellos
numerosos intelectuales, interrumpen la evolución de la cultura y de la literatura españolas, en especial, las
tendencias de vanguardia, y las sumen en un profundo aislamiento, vigilado por una férrea censura política e
ideológica.
En una posguerra reducida por la falta de libertad y en una sociedad cercada por la miseria y el hambre, la
literatura y la poesía emprenden un camino difícil entre 1939 y 1950. Sólo parecen posibles dos posturas: o
aprobar la nueva situación, o reflejar la desesperanza en el presente y el futuro, definidas por Dámaso Alonso
como literatura «arraigada» y literatura «desarraigada», respectivamente.
ETAPAS
1. La poesía arraigada: cultivada por autores de la Generación del 36, complacientes con el régimen de la
dictadura, adopta una forma clasicista (sonetos al estilo de Garcilaso) y un tono heroico (cuando recurre al
pasado imperial español para ensalzar el orden presente) e intimista (cuando ensalza la belleza de la tierra o el
sentimiento religioso). Su tono contrasta con la pobreza y desilusión diarias en que viven la mayoría de las
personas.
Los poetas más importantes son: Luis Rosales (La casa encendida, 1949), Leopoldo Panero (Escrito a cada
instante, 1949), Dionisio Ridruejo (Poesía en armas, 1940), Luis Felipe Vivanco (Tiempo de dolor, 1940) y
José García Nieto (Poesía, 1944).
2. La poesía desarraigada: al contrario de la anterior, refleja la vivencia individual del ser humano en
tiempos de angustia y dolor y de falta de fe en el futuro. Se trata de una poesía existencialista, realista, que
evolucionará muy pronto hacia la poesía social.
Dentro de esta poesía destaca la obra de Dámaso Alonso Hijos de la ira. Otros poetas destacados, que
defienden que la realidad y la vida cotidiana deben ser centrales en su poesía, son: Victoriano Crémer,
Eugenio de Nora, José Luis Hidalgo, José Hierro, Ángela Figuera, Carlos Bousoño, José María Valverde y
Gabriel Celaya.
3. La poesía social: La literatura desarraigada (existencialista) desemboca en la literatura social realista
(1950-1964). Los escritores salen de su angustia interior e intentan presentar con objetividad la vida colectiva
española y sus conflictos, mediante un tono de testimonio, protesta y denuncia de la situación social. Los
poetas toman conciencia de su papel en la sociedad y de la importancia de la sociedad en su poesía como
motor de cambio. En realidad, son los mismos (Celaya, Crémer, Nora, Hierro, etc.) que en la década anterior
habían gritado contra el dolor y manifestado sus angustias y sus búsquedas.
A partir de 1950 denuncian la marginación, el paro y la falta de libertad, y exigen la justicia y la paz para
España, que se convierte en protagonista de sus versos: Que trata de España (Otero); España, pasión de vida
(Nora); Canto a España (Hierro); Canto total a España (Crémer).
- Gabriel Celaya: (Guipúzcoa, 1911- Madrid, 1991) es autor de una extensa y desigual producción. Aunque
comienza a publicar antes de la Guerra Civil, su obra más conocida se desarrolla a partir de 1947. La crítica ha
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reconocido su enérgico compromiso social, pero también ha denostado su voluntario prosaísmo. En su etapa
existencialista publica Tranquilamente hablando (1947) y Las cosas como son (1949); de su época social
destacan Las cartas boca arriba (1951) y Cantos iberos (1955). Posteriormente, Celaya escribe poesía
experimental, como muestra su obra Función de uno, equis, ene (1973).
- Blas de Otero: (Bilbao, 1916- Madrid, 1979) es el gran poeta de la posguerra y su obra resume la evolución
de la poesía española desde 1939 hasta su muerte. Abogado y profesor de Letras, censurado y prohibido en
repetidas ocasiones, tanto por sus actitudes personales como por la fuerza de su palabra, reparte su vida entre
viajes, conferencias y recitales poéticos. Como hemos dicho, sus tres etapas poéticas coinciden con las de la
poesía española:
- Primera etapa: Existencialista y estremecedora por su tono desgarrado, se centra en la búsqueda
angustiosa de Dios, del amor y del sentido de la existencia humana. Obras: Ángel fieramente humano
(1949) y Redoble de conciencia (1951), publicadas más tarde con el título global de Ancia (palabra
formada por la primera sílaba de la primera obra y la última de la segunda).
- Segunda etapa: Significa su entrada en la poesía social, en el compromiso y la solidaridad testimonial con
los problemas colectivos de España. Obras: Pido la paz y la palabra (1955), En castellano (1959) y Que
trata de España (1964).
- Tercera etapa: Supone un cambio formal importante, casi cercano al experimentalismo. Obra: Hojas de
Madrid (1968-1979).
- José Hierro: (Madrid, 1922-2002) se inicia en la poesía existencialista, de intensa proyección lírica y
personal, con Tierra sin nosotros (1947), Alegría (1947) y Con las piedras, con el viento (1950); más tarde se
integra en la poesía social con Quinta del 42 (1952) y Cuanto sé de mí (1959). Libros posteriores, quizá los
mejores, son Libro de las alucinaciones (1964) y Agenda (1991).
4. La poesía de la Generación del 50: Esta Generación o «generación del medio siglo» está formada por un
grupo de poetas que comienzan a publicar en la década de 1950. Los más representativos son José Ángel
Valente, Jaime Gil de Biedma y Antonio Gamoneda.
Algo más jóvenes que los poetas sociales, comparten con ellos, sin embargo, la visión crítica de la realidad, la
actitud humanista, su preocupación por los problemas del ser humano, tanto morales y sociales como
existenciales e históricos. Ahora bien, en ningún momento hacen de ello bandera o proclama política abierta,
como los poetas sociales, sino que lo preservan en su recinto personal.
Por otra parte, en la mayoría hay una consciente voluntad de estilo y un mayor esmero en el cuidado del
lenguaje y de las formas poéticas, así como una vuelta a los eternos temas de la poesía –el amor, el dolor, la
soledad y la muerte– y a otros más personales –la amistad, la familia, el recuerdo y la biografía–, que los
apartan de la poesía social.
- José Ángel Valente (Orense, 1929- Suiza, 2000) residíó muchos años fuera de España (Oxford, París y
Ginebra). De tono intelectual y simbolista, parte de la vida cotidiana o de una situación inmediata, pero de
pronto las trasciende hacia ámbitos del conocimiento mediante una depuración extrema del lenguaje que, por
otra parte, se intensifica con los años. Sus obras más destacadas son: A modo de esperanza (1955), Poemas a
Lázaro (1960), La memoria y los signos (1966), Interior con figuras (1976), El fulgor (1984), Al Dios del
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lugar (1989) y Breve son (1968). Valente, autor también de textos narrativos y poéticos en prosa, cultivó
asimismo la poesía en su lengua natal, el gallego.
- Jaime Gil de Biedma (Barcelona, 1929-1990), nacido en el seno de una familia de la alta burguésía, ejerce
una gran influencia en la generación actual. Su poesía, irónica y de enunciación, muy cercana a lo cotidiano,
se orienta hacia el desenmascaramiento de las contradicciones de la burguésía y de su propia experiencia, lo
cual le conduce al escepticismo y a una visión negativa de la realidad. Entre sus libros están Compañeros de
viaje (1959), Moralidades (1966), Poemas póstumos (1968) y Las personas del verbo (1975).
- Antonio Gamoneda (Oviedo, 1931) alterna en su poesía la actitud crítica de la poesía social con la
expresión de la experiencia personal y biográfica en doloroso desequilibrio con el mundo exterior:
Sublevación inmóvil (1960), Descripción de la mentira (1977), Blues castellano (1982), Lápidas (1986) y
Sólo luz (2000) son sus obras destacadas.
5. La Generación de los Novísimos: Dos fechas hay que tener en cuenta al hablar de esta etapa: 1966, año de
la publicación de Arde el mar de Pere Gimferrer, libro que rompe con las poéticas anteriores, y 1970, año en
que José María Castellet publica Nueve novísimos poetas españoles, antología que da nombre a la generación.
Los Novísimos son presentados como un movimiento de ruptura vanguardista y portador de un nuevo
lenguaje que llega, incluso, al experimentalismo formal. Estos poetas ya no piensan que la poesía pueda
cambiar la realidad, así que se alejan del compromiso, del testimonio o de la solidaridad, y adoptan una actitud
formalista. Entre sus carácterísticas formales destacan: la despreocupación hacia las fórmulas tradicionales,
hacia las normas preceptivas, y la libertad formal (escritura automática vanguardista); introducción de
elementos exóticos, provenientes de las lecturas literarias y artificiosidad. Sin embargo, salvo la
experimentación de la llamada poesía visual, poco hay de nuevo en este movimiento.
En los contenidos, por ejemplo, o vuelven su mirada a temas y asuntos de otras épocas, de origen cultural e
histórico, como el arte y la música, por lo que también han recibido el nombre de «culturalistas», o asimilan,
con excepciones, una mitología frívolá procedente del cine, de la música popular o del cómic.
En lo formal recogen aspectos de las vanguardias del Siglo XX, en especial del Surrealismo, a través de
Aleixandre, y alternan un lenguaje exuberante de imágenes opacas y visionarias con otros aspectos novedosos
(las estructuras espaciales a la manera de Mallarmé o la métrica culta del Modernismo.
Sus representantes más destacados, nacidos entre 1939 y 1950, y no todos incluidos en la citada antología,
son: Pere Gimferrer (Arde el mar, 1966), Guillermo Carnero (Dibujo de la muerte, 1967), Antonio Colinas
(Truenos y flautas en un templo, 1972), Luis Alberto de Cuenca (Elsinore, 1972), Manuel Vázquez Montalbán
(Una educación sentimental, 1967) y Leopoldo María Panero (Así se fundó Carnaby Street, 1970).
6. La poesía última: La poesía posterior a 1975, más realista, no presenta una ruptura con la anterior de los
Novísimos, sino más bien indiferencia hacia ella, y los poetas, llevados por un personalismo extremo, se
adscriben a diversas tendencias, unas continuistas y otras recuperadas del pasado, es decir, o se vuelve a la
tradición o se afirma la individualidad, bien por razones de estilo, bien por un deseo de diferenciación.
Entre los autores destacan: Ana Rosseti (Indicios vehementes, 1985), Luis García Montero (El jardín
extranjero, 1983), Juan Manuel Bonet (La patria oscura, 1983), Fernando de Villena (Soledades tercera y
cuarta, 1981)…
numerosos intelectuales, interrumpen la evolución de la cultura y de la literatura españolas, en especial, las
tendencias de vanguardia, y las sumen en un profundo aislamiento, vigilado por una férrea censura política e
ideológica.
En una posguerra reducida por la falta de libertad y en una sociedad cercada por la miseria y el hambre, la
literatura y la poesía emprenden un camino difícil entre 1939 y 1950. Sólo parecen posibles dos posturas: o
aprobar la nueva situación, o reflejar la desesperanza en el presente y el futuro, definidas por Dámaso Alonso
como literatura «arraigada» y literatura «desarraigada», respectivamente.
ETAPAS
1. La poesía arraigada: cultivada por autores de la Generación del 36, complacientes con el régimen de la
dictadura, adopta una forma clasicista (sonetos al estilo de Garcilaso) y un tono heroico (cuando recurre al
pasado imperial español para ensalzar el orden presente) e intimista (cuando ensalza la belleza de la tierra o el
sentimiento religioso). Su tono contrasta con la pobreza y desilusión diarias en que viven la mayoría de las
personas.
Los poetas más importantes son: Luis Rosales (La casa encendida, 1949), Leopoldo Panero (Escrito a cada
instante, 1949), Dionisio Ridruejo (Poesía en armas, 1940), Luis Felipe Vivanco (Tiempo de dolor, 1940) y
José García Nieto (Poesía, 1944).
2. La poesía desarraigada: al contrario de la anterior, refleja la vivencia individual del ser humano en
tiempos de angustia y dolor y de falta de fe en el futuro. Se trata de una poesía existencialista, realista, que
evolucionará muy pronto hacia la poesía social.
Dentro de esta poesía destaca la obra de Dámaso Alonso Hijos de la ira. Otros poetas destacados, que
defienden que la realidad y la vida cotidiana deben ser centrales en su poesía, son: Victoriano Crémer,
Eugenio de Nora, José Luis Hidalgo, José Hierro, Ángela Figuera, Carlos Bousoño, José María Valverde y
Gabriel Celaya.
3. La poesía social: La literatura desarraigada (existencialista) desemboca en la literatura social realista
(1950-1964). Los escritores salen de su angustia interior e intentan presentar con objetividad la vida colectiva
española y sus conflictos, mediante un tono de testimonio, protesta y denuncia de la situación social. Los
poetas toman conciencia de su papel en la sociedad y de la importancia de la sociedad en su poesía como
motor de cambio. En realidad, son los mismos (Celaya, Crémer, Nora, Hierro, etc.) que en la década anterior
habían gritado contra el dolor y manifestado sus angustias y sus búsquedas.
A partir de 1950 denuncian la marginación, el paro y la falta de libertad, y exigen la justicia y la paz para
España, que se convierte en protagonista de sus versos: Que trata de España (Otero); España, pasión de vida
(Nora); Canto a España (Hierro); Canto total a España (Crémer).
- Gabriel Celaya: (Guipúzcoa, 1911- Madrid, 1991) es autor de una extensa y desigual producción. Aunque
comienza a publicar antes de la Guerra Civil, su obra más conocida se desarrolla a partir de 1947. La crítica ha
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LITERATURA
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reconocido su enérgico compromiso social, pero también ha denostado su voluntario prosaísmo. En su etapa
existencialista publica Tranquilamente hablando (1947) y Las cosas como son (1949); de su época social
destacan Las cartas boca arriba (1951) y Cantos iberos (1955). Posteriormente, Celaya escribe poesía
experimental, como muestra su obra Función de uno, equis, ene (1973).
- Blas de Otero: (Bilbao, 1916- Madrid, 1979) es el gran poeta de la posguerra y su obra resume la evolución
de la poesía española desde 1939 hasta su muerte. Abogado y profesor de Letras, censurado y prohibido en
repetidas ocasiones, tanto por sus actitudes personales como por la fuerza de su palabra, reparte su vida entre
viajes, conferencias y recitales poéticos. Como hemos dicho, sus tres etapas poéticas coinciden con las de la
poesía española:
- Primera etapa: Existencialista y estremecedora por su tono desgarrado, se centra en la búsqueda
angustiosa de Dios, del amor y del sentido de la existencia humana. Obras: Ángel fieramente humano
(1949) y Redoble de conciencia (1951), publicadas más tarde con el título global de Ancia (palabra
formada por la primera sílaba de la primera obra y la última de la segunda).
- Segunda etapa: Significa su entrada en la poesía social, en el compromiso y la solidaridad testimonial con
los problemas colectivos de España. Obras: Pido la paz y la palabra (1955), En castellano (1959) y Que
trata de España (1964).
- Tercera etapa: Supone un cambio formal importante, casi cercano al experimentalismo. Obra: Hojas de
Madrid (1968-1979).
- José Hierro: (Madrid, 1922-2002) se inicia en la poesía existencialista, de intensa proyección lírica y
personal, con Tierra sin nosotros (1947), Alegría (1947) y Con las piedras, con el viento (1950); más tarde se
integra en la poesía social con Quinta del 42 (1952) y Cuanto sé de mí (1959). Libros posteriores, quizá los
mejores, son Libro de las alucinaciones (1964) y Agenda (1991).
4. La poesía de la Generación del 50: Esta Generación o «generación del medio siglo» está formada por un
grupo de poetas que comienzan a publicar en la década de 1950. Los más representativos son José Ángel
Valente, Jaime Gil de Biedma y Antonio Gamoneda.
Algo más jóvenes que los poetas sociales, comparten con ellos, sin embargo, la visión crítica de la realidad, la
actitud humanista, su preocupación por los problemas del ser humano, tanto morales y sociales como
existenciales e históricos. Ahora bien, en ningún momento hacen de ello bandera o proclama política abierta,
como los poetas sociales, sino que lo preservan en su recinto personal.
Por otra parte, en la mayoría hay una consciente voluntad de estilo y un mayor esmero en el cuidado del
lenguaje y de las formas poéticas, así como una vuelta a los eternos temas de la poesía –el amor, el dolor, la
soledad y la muerte– y a otros más personales –la amistad, la familia, el recuerdo y la biografía–, que los
apartan de la poesía social.
- José Ángel Valente (Orense, 1929- Suiza, 2000) residíó muchos años fuera de España (Oxford, París y
Ginebra). De tono intelectual y simbolista, parte de la vida cotidiana o de una situación inmediata, pero de
pronto las trasciende hacia ámbitos del conocimiento mediante una depuración extrema del lenguaje que, por
otra parte, se intensifica con los años. Sus obras más destacadas son: A modo de esperanza (1955), Poemas a
Lázaro (1960), La memoria y los signos (1966), Interior con figuras (1976), El fulgor (1984), Al Dios del
LENGUA Y LITERATURA
LITERATURA
2º BACHILLERATO
lugar (1989) y Breve son (1968). Valente, autor también de textos narrativos y poéticos en prosa, cultivó
asimismo la poesía en su lengua natal, el gallego.
- Jaime Gil de Biedma (Barcelona, 1929-1990), nacido en el seno de una familia de la alta burguésía, ejerce
una gran influencia en la generación actual. Su poesía, irónica y de enunciación, muy cercana a lo cotidiano,
se orienta hacia el desenmascaramiento de las contradicciones de la burguésía y de su propia experiencia, lo
cual le conduce al escepticismo y a una visión negativa de la realidad. Entre sus libros están Compañeros de
viaje (1959), Moralidades (1966), Poemas póstumos (1968) y Las personas del verbo (1975).
- Antonio Gamoneda (Oviedo, 1931) alterna en su poesía la actitud crítica de la poesía social con la
expresión de la experiencia personal y biográfica en doloroso desequilibrio con el mundo exterior:
Sublevación inmóvil (1960), Descripción de la mentira (1977), Blues castellano (1982), Lápidas (1986) y
Sólo luz (2000) son sus obras destacadas.
5. La Generación de los Novísimos: Dos fechas hay que tener en cuenta al hablar de esta etapa: 1966, año de
la publicación de Arde el mar de Pere Gimferrer, libro que rompe con las poéticas anteriores, y 1970, año en
que José María Castellet publica Nueve novísimos poetas españoles, antología que da nombre a la generación.
Los Novísimos son presentados como un movimiento de ruptura vanguardista y portador de un nuevo
lenguaje que llega, incluso, al experimentalismo formal. Estos poetas ya no piensan que la poesía pueda
cambiar la realidad, así que se alejan del compromiso, del testimonio o de la solidaridad, y adoptan una actitud
formalista. Entre sus carácterísticas formales destacan: la despreocupación hacia las fórmulas tradicionales,
hacia las normas preceptivas, y la libertad formal (escritura automática vanguardista); introducción de
elementos exóticos, provenientes de las lecturas literarias y artificiosidad. Sin embargo, salvo la
experimentación de la llamada poesía visual, poco hay de nuevo en este movimiento.
En los contenidos, por ejemplo, o vuelven su mirada a temas y asuntos de otras épocas, de origen cultural e
histórico, como el arte y la música, por lo que también han recibido el nombre de «culturalistas», o asimilan,
con excepciones, una mitología frívolá procedente del cine, de la música popular o del cómic.
En lo formal recogen aspectos de las vanguardias del Siglo XX, en especial del Surrealismo, a través de
Aleixandre, y alternan un lenguaje exuberante de imágenes opacas y visionarias con otros aspectos novedosos
(las estructuras espaciales a la manera de Mallarmé o la métrica culta del Modernismo.
Sus representantes más destacados, nacidos entre 1939 y 1950, y no todos incluidos en la citada antología,
son: Pere Gimferrer (Arde el mar, 1966), Guillermo Carnero (Dibujo de la muerte, 1967), Antonio Colinas
(Truenos y flautas en un templo, 1972), Luis Alberto de Cuenca (Elsinore, 1972), Manuel Vázquez Montalbán
(Una educación sentimental, 1967) y Leopoldo María Panero (Así se fundó Carnaby Street, 1970).
6. La poesía última: La poesía posterior a 1975, más realista, no presenta una ruptura con la anterior de los
Novísimos, sino más bien indiferencia hacia ella, y los poetas, llevados por un personalismo extremo, se
adscriben a diversas tendencias, unas continuistas y otras recuperadas del pasado, es decir, o se vuelve a la
tradición o se afirma la individualidad, bien por razones de estilo, bien por un deseo de diferenciación.
Entre los autores destacan: Ana Rosseti (Indicios vehementes, 1985), Luis García Montero (El jardín
extranjero, 1983), Juan Manuel Bonet (La patria oscura, 1983), Fernando de Villena (Soledades tercera y
cuarta, 1981)…