Libre Albedrío, Gracia y Predestinación en San Agustín: Un Recorrido por su Filosofía

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La Voluntad y el Libre Albedrío

La voluntad es la facultad del alma que nos impulsa a actuar o abstenernos de hacerlo. Según San Agustín, la voluntad es libre de apartarse de Dios y adherirse a bienes mutables, lo que la conduce a la desgracia. O bien, puede adherirse a Dios, alcanzar la verdad y el bien, y así ser buena y feliz. Esta capacidad de elegir entre el bien y el mal es lo que se conoce como libre albedrío.

El Pecado y la Necesidad de la Gracia

El hombre se encuentra en el mal porque ha pecado. El pecado, que se extiende a todos los hombres a partir del pecado original de Adán, consiste en anteponer lo sensible a Dios. A diferencia del neoplatonismo, Agustín no identifica el mal con lo sensible o la materia, ya que esta también fue creada por Dios.

Una vez caído en el pecado, el hombre no puede salvarse por sí mismo. Está más inclinado hacia el mal que hacia el bien y necesita de la gracia, un don gratuito, absoluto e inmerecido que Dios envía a través de Cristo. Los hombres reciben la gracia en el bautismo para la redención de los pecados. La gracia es la intervención de Dios a favor del hombre, permitiéndole hacer el bien. Es decir, el hombre es habitado por Dios mismo. La gracia permite al hombre elegir el bien y liberarse de los obstáculos que le impedían amar a Dios. A esta capacidad de elegir orientada hacia el bien, Agustín la llama libertad.

La Gracia y la Predestinación

Dios ofrece la gracia al pecador, toma la iniciativa. Pero el pecador debe responder con su voluntad: si acepta la gracia de Dios, su respuesta es la conversión. Sin embargo, Dios solo concede la gracia a quien quiere, en virtud de designios que solo Él conoce. Dios ya sabe de antemano quién se salvará y quién no. El hombre, sin embargo, desconoce la voluntad de Dios y, por eso, es libre para elegir qué camino seguir en su vida. La doctrina de la predestinación a la bienaventuranza (salvación) o a la condenación, propuesta por Agustín de Hipona, tendrá un enorme efecto en la cristiandad occidental.

Adoptando una concepción maniquea mitológica, San Agustín afirma que Dios, para llenar el vacío dejado por los ángeles caídos, ha predestinado a la felicidad solo a un número fijo y relativamente pequeño de personas, en contraposición a la gran masa condenada.

La Bondad de Dios y la Predestinación

¿Es esto compatible con la idea de la bondad de Dios? Según Agustín, sí, por dos razones:

  • En la salvación de los hombres se manifiesta la misericordia de Dios, que regala la bienaventuranza eterna sin derecho jurídico alguno.
  • En el rechazo de la gran mayoría se manifiesta la justicia de Dios, que no quiere el mal, pero lo permite (en virtud de la voluntad libre del hombre) y deja que la mayoría siga su camino a la condenación eterna.

El Amor Cristiano: Caridad y Concupiscencia

El proceso que conduce a la libertad tiene como consecuencia el amor cristiano. Platón privilegiaba el eros, pero con el cristianismo, ya desde Pablo de Tarso, pasa a primer plano el amor entendido como caridad. La caridad es una disposición de la voluntad que lleva al disfrute de Dios por él mismo y que mueve a amar al prójimo por Dios. Es consecuencia de la aceptación de la gracia. A la caridad se opone la cupiditas o concupiscencia, que es el amor a la criatura considerada en sí misma (y que Agustín tiende a identificar con el placer sexual).

La Virtud y la Voluntad

Aquí se produce un cambio en la concepción de la virtud respecto al mundo griego y helenístico, donde la virtud estaba vinculada al conocimiento y la falta de virtud a la ignorancia. Con Agustín, la virtud se vincula a la voluntad, pues la entiende como la disposición de la voluntad que lleva al amor entendido como caridad. De este modo, Agustín reorientó el cristianismo, que en ese momento se basaba en demasía en la justificación por las obras (excesivo moralismo), hacia la gracia de Dios. Según San Agustín, el cristianismo debía presentarse no como una religión de obras y de la Ley, sino como una religión de la gracia y del amor.

Conclusión

Frente al primado griego de la inteligencia, San Agustín defendió la primacía de la voluntad y del amor, a pesar de ser también responsable en gran parte de la concepción represiva de la sexualidad en la Iglesia y del temor a la predestinación que influiría en la espiritualidad occidental posterior. Su audaz frase "ama y haz lo que quieras" resume su pensamiento.

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