El Legado Monástico: De Eremitas a Monasterios Benedictinos

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Los Inicios del Monacato

La labor de los monjes resultó decisiva para el progreso de la civilización occidental. Si bien en las primeras prácticas monásticas difícilmente se trasluce la enorme influencia que los monasterios llegarían a ejercer en el mundo exterior, los primeros indicios de vida monástica se observan ya en el siglo III. Para entonces, algunas mujeres católicas elegían consagrarse como vírgenes a una vida de oración y sacrificio, dedicada al cuidado de los pobres y los enfermos. De esta temprana tradición proceden las monjas.

Eremitas: La Búsqueda de la Perfección Espiritual

Otra de las fuentes de la tradición monacal la hallamos en San Pablo de Tebas y, más popularmente, en San Antonio de Egipto, quien vivió entre mediados de los siglos III y IV. La hermana de San Antonio vivía en una casa de vírgenes consagradas. Él se hizo eremita y se retiró a los desiertos de Egipto en busca de la perfección espiritual, atrayendo con su ejemplo a millares de personas.

El principal rasgo del eremita era el retiro a las soledades remotas y la renuncia a los bienes terrenales, en favor de una concentración plena en su vida espiritual. Los anacoretas vivían normalmente en solitario, o en grupos de dos o tres; se refugiaban en cuevas o en simples chozas y se sustentaban con lo que podían producir en sus pequeños campos o realizando tareas como la cestería. Había anacoretas que apenas comían o dormían, otros que permanecían sin moverse semanas enteras o que se hacían enterrar en tumbas y se quedaban allí durante años, recibiendo tan solo el mínimo alimento necesario a través de las grietas de la construcción.

Cenobitas: La Vida Monástica en Comunidad

Los monjes cenobitas (los que conviven en un monasterio), los más conocidos para la mayoría, surgieron en parte como reacción contra la vida de los eremitas y como reconocimiento de la necesidad humana de vivir en comunidad. Esta fue la posición de San Basilio Magno, quien desempeñó un importante papel en el desarrollo de la tradición monacal de Oriente. Pese a todo, la vida del anacoreta nunca llegó a extinguirse por completo; mil años después de San Pablo de Tebas, un eremita fue elegido Papa y adoptó el nombre de Celestino V.

San Benito y la Regla Benedictina

La influencia de la tradición monástica de Oriente llegó a Occidente por distintas vías. La influencia más destacada fue la de San Benito de Nursia, quien estableció doce pequeñas comunidades de monjes en Subiaco, a sesenta kilómetros de Roma, antes de desplazarse otros setenta y cinco kilómetros al sur, donde fundó Montecassino, el gran monasterio por el que es recordado. Fue en este lugar, en torno a 529, donde compuso la famosa Regla de San Benito, de cuya excelencia da cuenta el hecho de que se adoptase casi universalmente en todo el occidente europeo en el curso de los siglos posteriores.

La moderación de la Regla de San Benito, así como el orden y la estructura que proporcionaban, propició su difusión por toda Europa. A diferencia de los monasterios irlandeses, conocidos por su extrema austeridad (que no obstante atraían a un significativo número de hombres), los monasterios benedictinos partían de la base de que el monje debía recibir alimento y sueño en cantidad adecuada, aun cuando su régimen pudiera ser más austero durante los períodos de penitencia.

Organización de los Monasterios Benedictinos

Cada casa benedictina era independiente de las demás, y todas se hallaban bajo la dirección de un abad, responsable de sus asuntos y de su buen gobierno. Hasta entonces, los monjes habían tenido libertad para deambular de un lugar a otro, pero San Benito concibió un estilo de vida monástica que exigía a los monjes permanecer en el propio monasterio.

San Benito invalidó asimismo la posición social del aspirante a monje, tanto si con anterioridad había llevado una vida de riqueza como de miseria y servidumbre, pues todos eran iguales en Cristo (Dios no distingue entre unos y otros).

El Impacto de los Monasterios en la Civilización Occidental

La labor de los monjes resultó decisiva para la civilización occidental. No era su intención realizar grandes hazañas, si bien, andando el tiempo, tomaron conciencia de la tarea para la cual parecían haber sido llamados.

La tradición benedictina logró sobrevivir en una época de gran turbulencia, y sus monasterios fueron siempre oasis de orden y de paz. La historia de Montecassino, la casa madre de la Orden, simboliza esta perseverancia. Saqueada por los bárbaros lombardos en 589, destruida por los sarracenos en 884, sacudida por un terremoto en 1349, desvalijada por las tropas francesas en 1799 y arrasada por las bombas en la Segunda Guerra Mundial, en 1944, la casa se negó a desaparecer, y sus monjes regresaban para reconstruirla tras cada desastre.

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