Kant y los Fundamentos Morales: Los Postulados de la Razón Práctica

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Los Postulados de la Razón Práctica en Kant

Los postulados de la razón práctica son principios prácticos que funcionan como condiciones indispensables para la posibilidad de la vida moral. Se consideran hipótesis teóricas que no constituyen un conocimiento teórico en sí mismo, sino un acto de fe racional. Esta fe permite al ser humano creer en la posibilidad de alcanzar el bien supremo.

Estos postulados morales (entendiendo "postulado" como algo no demostrable) se suponen como condición necesaria de la moral misma. A través de ellos, se rehabilita la metafísica tradicional desde la perspectiva de la razón práctica y la moralidad. Es importante destacar que no podemos saber si la inmortalidad, la libertad y Dios existen de manera real y objetiva, ya que esto excede los límites de la experiencia posible y, por lo tanto, del conocimiento teórico.

Los postulados son, en esencia, una exigencia de la razón práctica, que se dota a sí misma de estos principios para orientar su acción y como condición fundamental para alcanzar una vida virtuosa y feliz. Son tres los postulados principales:

1. La Inmortalidad del Alma

El ser humano debe creer en la posibilidad de alcanzar una adecuación perfecta entre su voluntad y la ley moral (lo que Kant denomina santidad). Dado que esta santidad no es plenamente realizable en una existencia finita, se hace necesario postular la existencia y permanencia indefinida de la persona: la inmortalidad del alma. Se trata de una exigencia de la razón pura práctica que no puede ser demostrada racionalmente.

2. La Existencia de Dios

Este postulado permite conciliar la moralidad y la felicidad. Frecuentemente, nos encontramos divididos entre lo que debemos hacer (según la ley moral) y lo que deseamos o nos gustaría hacer (nuestra felicidad). Es más, actuar moralmente puede implicar, en muchos casos, sacrificar nuestra felicidad personal, ya que la virtud a menudo requiere más esfuerzo y es más árida que la satisfacción inmediata del deseo. Por esta razón, postulamos la existencia de una causa suprema de la naturaleza que armonice y contenga, como idénticas, la felicidad y la moralidad o virtud. Esta causa es Dios, quien garantiza que un obrar virtuoso pueda conducir finalmente a la felicidad.

Como se observa, Kant no considera que la existencia de Dios pueda ser demostrada racionalmente (es solo una idea pura de la razón). Dios puede ser pensado, pero no conocido. Es la razón práctica la que nos lleva a presuponer su existencia como un ideal necesario. En este marco, la religión emana de la moralidad, y no al contrario. La moralidad kantiana es autónoma, situándose por encima de cualquier otra consideración.

3. La Libertad

Como ya se ha mencionado implícitamente, la libertad es la condición de posibilidad fundamental de la moralidad. Sin libertad, las obligaciones morales (como el deber de obrar conforme al imperativo categórico) carecerían de sentido. Por lo tanto, se debe suponer que el ser humano es libre, capaz de vencer los obstáculos que le impiden cumplir la ley moral y, así, aspirar a la felicidad.

Religión Natural y Fe Racional en Kant

La concepción kantiana deriva en una religión natural, puramente racional (acorde con la noción ilustrada), basada en la fe racional (no revelada). Esta religión no impone más obligaciones que el culto moral a Dios. La revelación se admite únicamente como una creencia histórica que no debe contradecir la fe racional, la cual es universal.

Sus obras más representativas en este ámbito son La religión dentro de los límites de la mera razón (1793) y El Conflicto de las facultades. En la primera obra, Kant, como racionalista puro, se enfoca en la religión natural y analiza el cristianismo desde una perspectiva racional para transformarlo en dicha religión natural. Los argumentos principales se pueden resumir en los siguientes puntos:

  1. Distingue en el ser humano dos inclinaciones contradictorias: una inclinación al bien (observar la ley moral) y una inclinación al mal (el "amor a uno mismo" o egoísmo como criterio moral), que se corresponde con la noción teológica del pecado original. La tarea del cristianismo, interpretado racionalmente, sería producir una "revolución de intenciones" que lleve al hombre a pasar del "amor a uno mismo" a la primacía de la ley moral.
  2. Cristo es presentado como el ideal del hombre moral. La fe en él se interpreta como la fe en la posibilidad que tiene el ser humano de alcanzar la conformidad con la ley moral.
  3. La Iglesia se concibe como un estado ético, una república universal regida "según la ley de la virtud". Se distingue entre una Iglesia invisible (compuesta por todos los hombres de buena voluntad) y una Iglesia visible (con sus libros sagrados, normas y cultos específicos).

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