Italia en la Encrucijada: De la Crisis de la Posguerra al Fascismo

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La Crisis de las Democracias Liberales

Las Consecuencias de la Primera Guerra Mundial

La victoria de Estados Unidos dio lugar a la desmembración de los imperios autoritarios y al nacimiento de nuevos países que se convirtieron en repúblicas y adoptaron sistemas políticos de carácter liberal parlamentario. Fue el caso de Alemania, Austria, Checoslovaquia, Polonia o Hungría. En los países de Europa occidental, la democracia se consolidó. El sufragio universal masculino se implantó en Gran Bretaña e Italia. Ingleses y franceses adoptaron la jornada de 8 horas y se ampliaron las prestaciones por desempleo o enfermedad.

Ahora bien, en la Europa de la década de 1920 se vivieron unas difíciles circunstancias económicas. En primer lugar, se produjo una altísima inflación y los precios se triplicaron o cuadriplicaron. Gran parte de las producciones ligadas a la guerra se hundieron, las empresas acumularon stocks y el paro aumentó de forma espectacular. La crisis de 1929 acabó de complicar la situación económica. Estas dificultades se vieron acompañadas de una crisis social que revistió en ocasiones características revolucionarias.

En 1919 y 1920 se produjeron huelgas en Gran Bretaña, Francia, Alemania e Italia. Las movilizaciones fueron duramente sofocadas por la policía y el ejército, y se acabaron limitando los derechos sindicales. Los sindicatos y partidos socialistas y comunistas se reforzaron recordando a los trabajadores que la Revolución soviética había llevado al poder a la clase obrera. Todo ello condujo a una fuerte oposición hacia las democracias, tanto por parte del proletariado, insatisfecho con la represión de sus derechos, como desde la burguesía, temerosa de la situación revolucionaria.

Las Democracias ante la Crisis

Ante la crisis económica y la agitación social, los países con fuerte arraigo del parlamentarismo y una mejor organización de las fuerzas democráticas consiguieron integrar en el sistema al socialismo emergente, a través del sufragio universal y de la formación de coaliciones políticas amplias. Así fue posible aislar a los partidos más radicales y consolidar la democracia parlamentaria.

Este fue el caso de Gran Bretaña, cuya situación económica era grave: las industrias tradicionales se habían quedado anticuadas, sus productos eran poco competitivos y sus exportaciones se redujeron. En 1920 tenía 1,2 millones de desempleados y 2,5 en 1921. Agravó la situación la guerra en Irlanda, donde los católicos se alzaron en armas contra los británicos. En 1921, el gobierno británico aceptó la partición de Irlanda. La mayor parte de la isla, de mayoría católica, consiguió una amplia autonomía que derivaría en independencia. En los condados del norte, que continuaban anexionados al Reino Unido, hubo un fuerte enfrentamiento entre católicos y protestantes.

A pesar de la dureza con la que se reprimieron las huelgas obreras, especialmente la huelga general de 1926, la acción del partido laborista permitió canalizar de forma parlamentaria las demandas populares y reconducir la crisis. En Francia, la situación de crisis económica fue algo más tardía, en la década de 1930, con protestas obreras y movilizaciones de los sectores más radicales de la derecha. Ello originó una gran coalición de radicales, socialistas y comunistas que formaron el llamado Frente Popular en 1936, dentro del marco parlamentario y democrático. En Suiza, Bélgica y Holanda, la estabilidad se consiguió a partir de coaliciones gubernamentales, mientras que en Noruega, Suecia y Dinamarca la socialdemocracia desempeñó un papel decisivo.

Sin embargo, preocupadas por sus propios problemas económicos y sociales, las democracias se encerraron en sí mismas y contemplaron con impotencia el ascenso de las dictaduras en otros países de Europa.

La Aparición de Regímenes Autoritarios

En los países donde el sistema liberal-parlamentario tenía escasa tradición y los partidos liberales-conservadores se veían impotentes ante la crisis económica y la revuelta social, se establecieron sistemas políticos autoritarios. Eran dictaduras que prometían restablecer el orden, exaltaban el nacionalismo y se apoyaban en los grandes propietarios, el ejército y la iglesia, con el objetivo de combatir el avance de las ideas socialistas y comunistas.

De esta manera, en 1920, Hungría se convirtió en una dictadura y, en 1926, lo hicieron Polonia, Lituania y Portugal. Hacia 1933, el canciller Dolfus se hizo con el poder en Austria y, en 1934, se instalaron regímenes autoritarios en Letonia y Estonia. Las dictaduras se extendieron a lo largo de la década de 1930 por Grecia, Rumanía y Bulgaria. En España, el general Primo de Rivera protagonizó un golpe de estado en 1923 e instauró una dictadura que daría paso a una república democrática (1931-1936). Esta experiencia democrática fue abortada a raíz del levantamiento militar dirigido por el general Franco, que desembocó en una larga dictadura.

De todos estos procesos, cabe destacar, por su enorme trascendencia y por la importancia de su contenido ideológico, la llegada al poder en Italia del Partido Nacional Fascista, dirigido por Mussolini en 1922, y la del partido nazi en Alemania en 1933, liderado por Adolf Hitler.

La Italia Fascista (1922-1939)

La Crisis de la Posguerra

Durante la Primera Guerra Mundial, el coste de la vida en Italia había subido mucho más rápidamente que los salarios y el nivel de vida de la clase trabajadora había bajado. En 1918, los salarios reales eran un tercio inferiores a los de 1913. Al acabar el conflicto, las organizaciones obreras intentaron recuperar esas pérdidas de poder adquisitivo. Este fue el origen de un movimiento huelguístico que alcanzó gran virulencia y que, a menudo, presentó objetivos revolucionarios. En 1919, se produjeron más de 1800 huelgas y, en 1920, los obreros ocuparon numerosas fábricas en el norte de Italia. En el campo, sobre todo en el centro del país, se desarrolló un movimiento de ocupación de tierras de los grandes propietarios.

Todos estos movimientos fueron reprimidos, pero el temor a la bolchevización y al estallido de una revolución social se extendió entre las burguesías, que reclamó la necesidad de soluciones estrictas. En el ámbito político, la monarquía constitucional atravesaba una situación de fuerte inestabilidad y ningún partido conseguía obtener mayorías estables y gobiernos duraderos. Así, entre 1919 y 1922, se sucedieron cinco gobiernos diferentes. El régimen constitucional se apoyaba en una coalición de partidos liberales de centro, que empezó a verse fuertemente contestada tanto por el Partido Socialista como por el Partido Popular, de inspiración católica, que recogía aspiraciones de los sectores antisocialistas.

A todo lo anterior hay que sumar el nacionalismo derivado de la frustración tras la Primera Guerra Mundial, ya que las promesas de recuperar las tierras irredentas no se habían cumplido totalmente. Así sucedía con tierras de población italiana en la costa dálmata, bajo control yugoslavo, o con la ciudad de Fiume, disputada por italianos y yugoslavos, y que había quedado bajo control de la Sociedad de Naciones (SDN). El nacionalismo, muy arraigado entre los excombatientes, condujo a un grupo de ellos, liderados por el poeta fascista Gabriele d'Annunzio, a protagonizar la anexión de Fiume en 1924.

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