Homero, Virgilio y Cicerón: Una inmersión en la Roma Antigua
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Homero y la Iliada (I)
Los dioses asistían a un gran banquete de bodas para celebrar el matrimonio de Tetis y Peleo. Sin embargo, la diosa Eris no había sido invitada. Furiosa, irrumpió llena de rabia en la sala donde tenía lugar el banquete y arrojó a los comensales una manzana dorada en la que podía leerse la siguiente inscripción: “Para la más bella”. La manzana se convirtió en fuente de grandes males.
Las diosas Juno, Minerva y Venus reclamaron para sí el título de más bella. Ningún dios estaba dispuesto a tomar una decisión al respecto, puesto que el juez tendría que enfrentarse a la cólera de las dos perdedoras. Por eso, Júpiter decidió que un mortal mediara en la disputa y eligió para ello a París, príncipe troyano famoso por su gran hermosura.
Así, las diosas volaron hasta el monte Ida, cerca de Troya, donde París estaba apacentando sus rebaños. Las tres diosas ofrecieron regalos para que les entregara la manzana:
- Juno le prometió un reino inmenso;
- Minerva, la gloria militar;
- Venus, la mujer más hermosa del mundo: Helena, esposa del rey espartano Menelao.
París decidió aceptar el ofrecimiento de Venus y le concedió la manzana a la diosa. A continuación, partió hacia Esparta y fue recibido con agrado por el rey Menelao. Helena y él se enamoraron y huyeron a Troya.
Menelao y su hermano Agamenón, rey de Micenas, dirigieron una expedición griega contra Troya para llevar de nuevo a casa a la esposa infiel. La guerra duró diez años. La Iliada se inicia con el relato de la violenta disputa surgida cuando el rey Agamenón arrebata a Aquiles, el más valiente de los guerreros griegos, una joven esclava que le había tocado en suerte como botín y a la que tenía en gran estima. Encolerizado por semejante afrenta contra su honor, Aquiles rehusa combatir y se retira a la orilla del mar.
En el episodio de la guerra de Troya que Flavio relata a sus discípulos, asistimos a las desastrosas consecuencias que la ofensa de Agamenón a Aquiles acarrea para los griegos.
La Iliada (II)
Para los griegos era una desgracia terrible no dar sepultura a un hombre, puesto que ello implicaba que su espíritu no encontraría descanso en el otro mundo. Los dioses ven con desagrado el modo en que Aquiles ultraja el cadáver de Héctor, por lo que Apolo extiende su protección sobre el cuerpo impidiendo que sufra daño alguno.
Júpiter decide que Aquiles devuelva el cuerpo de Héctor a su padre, Príamo, y envía a Iris, la diosa del arco iris, a decirle al anciano que acuda por la noche al campamento griego para suplicar a Aquiles que le permita llevarse el cadáver de su hijo. Ordena a Tetis, madre de Aquiles, que visite a su hijo para asegurarse de que atenderá la petición del rey troyano.
Cuando se aproximan a las líneas enemigas, Mercurio les sale al encuentro, disfrazado, y los conduce a la tienda de Aquiles. Logran pasar inadvertidos a todos los griegos. Aquiles observa cómo el anciano entra, se arrodilla ante él y le coge las manos que han dado muerte a tantos de sus hijos. Príamo le ruega que acepte el rescate y le devuelva el cadáver de Héctor. Los dos hombres lloran juntos. Príamo recuerda a Héctor y Aquiles piensa en su propio padre, Peleo, condenado a no ver a su hijo nunca más, ya que Aquiles, cuando le fue ofrecida la oportunidad, eligió una vida breve y fama inmortal frente a una existencia larga pero oscura.
La ira de Aquiles se desvanece y accede a la súplica de Príamo. Comen juntos durante la noche. El anciano rey abandona el campamento griego de nuevo bajo la protección de Mercurio y regresa a la ciudad con el cuerpo de su hijo en la carreta que antes había transportado el rescate. Por fin, podrán los troyanos tributar a Héctor honras fúnebres durante la tregua concedida por Aquiles.
Virgilio y la Eneida (I)
Virgilio nació en el 70 a. C. Era, por tanto, cinco años mayor que Horacio, con quien le unió una estrecha amistad. Pertenecía al círculo de poetas que elogiaron en su obra a Augusto, el primer emperador romano. Horacio, que describe a Virgilio como “animae dimidium meae”, también formaba parte de este grupo.
El poema más importante de Virgilio es la Eneida, compuesta por doce libros. El poema relata la huida de las ruinas humeantes de Troya y su azaroso viaje hasta llegar a tierras de Italia, donde el Destino había establecido que fundara la estirpe romana.
Los troyanos se entregaron al sueño ebrios tras las alegres celebraciones. El espectro de Héctor visitó a Eneas cuando este dormía. El troyano quedó hondamente impresionado por la aparición, ya que el semblante de Héctor estaba ennegrecido por la tierra sobre la que Aquiles lo había arrastrado después de darle muerte. Pero Héctor le reveló que Troya había caído en manos del enemigo y le ordenó salvar a los dioses de la ciudad en llamas y poner rumbo a una nueva Troya que habría de fundar en un lejano país.
Eneas subió a lo alto de su casa y contempló la ciudad totalmente envuelta en llamas. Las palabras de Héctor se desvanecieron de su mente y, lanzándose a las calles, luchó con tremendo valor y mató a muchos griegos. Cuando llegó al palacio real, presenció una escena espantosa: el rey Príamo yacía en las gradas del altar de los dioses, brutalmente asesinado a manos del hijo de Aquiles. Cegado por la cólera, Eneas clamó venganza por la destrucción de Troya; sin embargo, apareció ante él su madre, la diosa Venus, para recordarle que tenía que velar por su familia y debía intentar ponerlos a salvo.
Eneas comprendió que Venus estaba en lo cierto. Ya no podía hacer nada por Troya. Se apresuró a volver a su casa y, tras reunir rápidamente a sus seguidores, abandonó la ciudad cargando en hombros a su anciano padre, quien transportaba las estatuillas de los dioses del hogar, y llevando de la mano a su hijo, Ascanio. Su esposa Creusa los seguía a pocos pasos. De repente, Eneas se dio cuenta de que su esposa ya no estaba con ellos. Desesperado, regresó corriendo a la ciudad. Al fin, el espectro de Creusa se le apareció y le comunicó que había muerto, pero él debía partir hacia una nueva tierra que estaba aguardándole.
Cicerón
El joven Cicerón
Nació en el año 106 a. C., cerca de Arpino. Su familia pertenecía a la nobleza. Pronto se reveló la inteligencia de Cicerón; su padre lo envió a Roma para que aprendiera con los mejores profesores y, más tarde, a Grecia. En la vida de Cicerón, una serie de terribles guerras asolaron el mundo romano. Cuando tenía diecisiete años, combatió en la llamada Guerra Social. A lo largo de toda su vida, Cicerón luchó por afianzar las instituciones tradicionales, pero esa pretensión, como veremos, estaba condenada al fracaso.
Cicerón, abogado
Cicerón era ambicioso y decidió abrirse camino practicando la abogacía en los tribunales de justicia. Su carrera se vio coronada por el éxito y, en el año 70 a. C., alcanzó la fama cuando los habitantes de Sicilia le rogaron que se hiciera cargo del proceso contra Verres, el corrupto gobernador romano. Cicerón corrió un gran riesgo, ya que Verres pertenecía a la nobleza y tenía amigos poderosos. Verres se vio obligado a exiliarse incluso antes de que el proceso hubiera concluido. Se convirtió en el abogado más reputado de Roma.
Cicerón, cónsul
En el año 76 a. C. había sido nombrado cuestor. Su condición de homo novus despertó siempre las suspicacias de la antigua nobleza romana. La nobleza continuó despreciando a aquel homo novus que había alcanzado esa posición por sus propios medios y gracias a su capacidad. Durante el consulado de Cicerón, un joven perteneciente a la nobleza llamado Catilina planeó una conspiración en Roma. Cicerón descubrió la conjura, la denunció al Senado y derrotó al ejército del conspirador en Etruria.
Tres hombres poderosos eran Cayo Julio César, Marco Licinio Craso y Gneo Pompeyo. Los tres formaron una alianza política que asumió la autoridad del Senado. Cicerón se opuso a esta alianza, cosa que no inquietó demasiado a los triunviros, ya que concentraban todo el poder en sus manos. César fue elegido cónsul y, al año siguiente, se hizo cargo del gobierno de la Galia, donde llevó a cabo sus conquistas más famosas.
Roma se había convertido en un lugar peligroso para vivir, ya que las camarillas políticas sembraban el terror en la ciudad. El cabecilla de una de ellas, Clodio, decidió acusar a Cicerón de ejecutar ilegalmente a los partidarios de Catilina. Cicerón, intimidado, huyó a Grecia. A su regreso, al año siguiente, recibió una calurosa bienvenida por parte del pueblo romano.
César y Pompeyo se distanciaron, y Craso fue derrotado y asesinado por los partos en la batalla de Carras. Cicerón desempeñó el cargo con equidad, pero no con mucha firmeza, y obtuvo una victoria militar menos de la que estuvo siempre enormemente orgulloso, aunque nadie en Roma le concedió demasiada importancia.
La guerra civil
Cuando regresó a Roma en el año 50 a. C., César y Pompeyo estaban al borde de la guerra civil. Durante un tiempo, Cicerón logró permanecer al margen del conflicto. La derrota de Pompeyo en la batalla de Farsalia supuso un duro golpe para Cicerón. Volvió a Italia y, aunque se reconcilió con César, vivió la mayor parte del tiempo retirado de la vida pública. Sin embargo, cuatro años más tarde, tras el asesinato de Julio César, regresó nuevamente a la escena política, hecho que, como veremos, le acarrearía la muerte.
Personalidad de Cicerón
Uno de los personajes más extraordinarios de la historia: orador brillante, abogado, escritor, filósofo y poeta competente, aunque un tanto falto de inspiración, fue siempre fiel a sus ideales políticos y entregó su vida por ellos.