El Hombre que Calculaba: Aventuras Matemáticas en Bagdad
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Capítulo XX: La Alumna Invisible y el Anillo Perdido
Luego, Beremís, al salir del lugar, se dirigió donde su “alumna invisible” a darle las clases de matemática. En esta ocasión, le habló del origen de los números en Arabia, Roma y en otras civilizaciones, y la necesidad de los hombres de tener una forma de contar, o sea, llevar un sistema contable, ya sea para contar las ovejas que tengan, hasta hacer complejos cálculos. Terminada la clase, se dieron cuenta de que el calculista no llevaba puesto su hermoso anillo que ganó en la posada el día que llegaron. ¿Había extraviado su joya predilecta?
Capítulo XXI: Un Problema en la Cárcel
El calculista es llevado por guardias ante el visir Maluf, pero de una manera que más parecía que lo arrestaban. Ya en presencia del visir Maluf, este procedió a decirle el nuevo problema al calculista: la noche anterior había habido un incendio en la cárcel y, por las penumbras y torturas que los presos tuvieron, el rey había ordenado que a cada uno se le perdone la mitad de la condena, pero había uno que tenía cadena perpetua. Entonces, ¿cómo calcular la mitad de la vida? El calculista respondió con una historia y decía que en las paredes de las cárceles había escritos y que allí podría estar la respuesta. Entonces, el visir Maluf lo invitó a ir a la cárcel de visita.
Capítulo XXII: La División Imposible
Ya en la cárcel, Beremís, acompañado de un guardia, se sorprendió de la forma en que vivían los prisioneros, pues todo estaba en condiciones infrahumanas para ellos. Cuando llegaron a la celda del condenado a cadena perpetua, se toparon con escritos en las paredes y toda clase de maldiciones. Ya de regreso en el palacio del visir, el calculista dijo que la división que pedía era imposible, porque no se sabría exactamente cuánto tiempo viviría el preso, y lo más recomendado era soltarlo ya, pero tenerlo bajo vigilancia, o sea, en libertad condicional. El visir ordenó que se hiciera eso.
Capítulo XXIII: La Oferta del Príncipe y el Problema de las Perlas
El príncipe llegó a “El Pato Dorado” (que era la posada del Bagdalí y Beremís). Este príncipe le venía a pedir al calculista que se fuese con él, para que sea su secretario o director del observatorio Delhi. El calculista se vio obligado a rechazar dicha oferta, pues estaba comprometido a enseñar matemática a la hija de Iezip. El príncipe, enterado de esto, replicó que con el progreso que tenía la hija de Iezip, en pocos meses ella podría enseñar el problema de las perlas a los Ulemas.
El problema de las perlas era el siguiente: un padre dejó a sus hijas la herencia de la siguiente manera: a la primera, una perla más un séptimo de las que quedasen; a la segunda, dos perlas más un séptimo de las que quedasen; a la tercera, tres perlas más un séptimo de las que quedasen, y así sucesivamente. Ellas fueron a un juez porque decían que la división era injusta, pero el juez negó la acusación porque decía que la división era justa. El problema era: ¿cuántas hijas eran? y ¿cuántas perlas les tocó a cada una? El calculista respondió que eran seis hermanas y que a cada una le tocarían seis perlas. Luego, el príncipe vio el número 142857. Este número es muy raro en la matemática, pues si se multiplica por los números 1, 2, 3, 4, 5, 6, solo cambiaría el orden de los números, y que este tenía otras propiedades.
Capítulo XXIV: El Rostro de la Prometida
Luego, un turco (Hassan Muaruque, jefe de la guardia del sultán) en Bagdad, pidió ayuda al calculista y quería saber si su prometida era bonita o fea. El calculista solo le pidió la medida de algunas fracciones de su cara. El turco obedeció y envió a una catbeth (mujeres que por dinero te averiguan sobre tu prometida). Al traerle las medidas de su novia, el calculista calculó y dijo que su novia era hermosa. El turco le creyó y dijo que se casaría.
Capítulo XXV: La Amenaza de Tara Tir
Tara Tir, primo de Iezip, estaba buscando a Beremís junto con tres mercenarios, seguramente para darle muerte. En tanto, Beremís resolvía un problema, llegó Hassan Muaruque, jefe de la guardia del sultán, a agradecerle el haberle ayudado a descubrir qué tan hermosa era su prometida (ya esposa), porque había acertado. Este, al enterarse de que estaban buscando a Beremís para matarlo, se retiró un momento y luego llegó un mensaje de él que decía: “Todo está resuelto, los tres mercenarios fueron ejecutados sumariamente, Tara Tir recibió ocho garrotazos y la multa de 27 sequines de oro y fue intimidado a abandonar la ciudad”.
Capítulo XXVI: La Prueba de los Siete Sabios
Al llegar al palacio del califa, un escriba los dirigió, especialmente a Beremís, a un salón donde estaban los siete sabios más grandes de esos lugares. Le iban a poner una prueba. Cuando estaba por comenzar, se acercó Iezip para entregarle el anillo que se le había extraviado en su casa, pero cuando Beremís abrió la cajita, encontró el anillo y una nota de Telassim (hija de Iezip), que decía: “Ánimo, confía en Dios, rezo por ti”. La conferencia comenzó (dijeron que si él pasaba la prueba de los siete sabios, lo recompensarían de tal forma que sería un hombre envidiado en todo Bagdad) y el primer sabio le preguntó a Beremís 15 referencias numéricas notables y exactas sobre el Corán, pero Beremís, sin el menor error, dio 16.
Capítulo XXVII: El Matemático que se Suicidó
Luego, el segundo sabio preguntó: ¿quién fue el matemático que se suicidó por no poder ver el cielo? Beremís respondió que fue Eratóstenes. De repente, comenzó a decirle gran parte de la vida de dicho prodigio de la matemática, hasta que llegó al punto de que decía que en un momento de la vida de Eratóstenes, llegó a ser astrónomo y, al quedar ciego, le deprimió tanto que prefirió suicidarse muriendo de hambre.
Capítulo XXVIII: La Verdad en las Teorías
Luego, el tercer sabio se levantó. Este era un astrónomo. Este le preguntó cómo deducir la verdad de una teoría que debía ser comprobada, y le pidió ejemplos. Beremís tomó como ejemplos a los números 2025, 3025, 9801, que tienen propiedades semejantes. El sabio supo que la respuesta era correcta y se impresionó. Después, el cuarto sabio se paró, pero para hacer su pregunta debía contar previamente una historia.