Historia de la Romanización en la Península Ibérica: Orígenes del Español
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La Romanización en la Península Ibérica
El Appendix Probi, colección de glosas prescriptivas que acompaña a una gramática escrita por Probo en el siglo IV, escrita por el gramático Marco Valerio Probo, es una de las más importantes fuentes del latín vulgar. El Appendix contiene una lista de errores comunes en el latín escrito de su tiempo. Entre estos errores se pueden observar tendencias de la gramática y pronunciación del vernáculo contemporáneo, encaminado a convertirse en los varios idiomas romances.
Romanización
En la Península Ibérica, antes de la llegada de los romanos, no se hablaba una sola lengua, sino varias; cada pueblo hablaba la suya. Durante un tiempo dichas lenguas convivieron con el latín en una situación de bilingüismo hasta desaparecer lentamente, absorbidas por aquél. Todas ellas han dejado huella en tantas palabras de hoy, cuya etimología no se aclara solamente con el latín. Este fenómeno de absorción se produjo muy lentamente desde el siglo II a. C. hasta bien entrada la Edad Media y desde el Sur y Levante hasta el Norte y Noroeste. La evolución de las lenguas primitivas no podía ser la misma en una zona fuertemente romanizada como Andalucía y Levante que en el Norte y Noroeste, conquistados y romanizados más tarde.
Los Romanos en la Península Ibérica
En su lucha contra los cartagineses desembarcan en Ampurias (Gerona) en el año 218 a. C. Comienzan la conquista de la Península Ibérica por el Nordeste y Levante, llegando a Cádiz el 206 a. C, de donde expulsan a los últimos cartagineses. Continúan la ocupación de los territorios del Centro hasta el Norte y el Noroeste. La rapacidad y crueldad de algunos generales y gobernadores provocó la resistencia de los nativos: los iberos, en Lérida, Huesca y Zaragoza; los celtíberos, en Numancia (Soria); los lusitanos, al mando de Viriato; los cántabros y astures (Cantabria, Asturias y León) son los últimos en resistir hasta el año 19 a. C. También hubo revueltas en Levante y Andalucía. Las luchas políticas en el seno de la sociedad romana y las guerras civiles entre los generales repercuten en España.
Romanización de Hispania
Una vez terminada la conquista militar, toda Hispania va a recibir la organización administrativa y la cultura a través de la lengua latina. El proceso de romanización, igual que la ocupación, fue desigual; en la Bética y Levante se comenzó ya en el siglo II a. C. Fue un proceso lento a través del cual se iba imponiendo con cierta tolerancia todo aquello que entendemos como civilización romana: organización administrativa (provincias, municipios, ciudades), clases sociales (libres, semilibres y esclavos), educación, religión, arquitectura: espectáculos, monumentos, obras públicas (acueductos, calzadas, puentes). En esta obra, que transforma profundamente a la Península Ibérica, toman parte activa políticos, militares y escritores españoles. La religión cristiana, que adoptó el latín para la evangelización, fue otra de las causas que contribuyó a la romanización, al llevar esta lengua a los rincones más apartados de la Península. Los cristianos fueron tolerados mal y, a veces, perseguidos por los romanos hasta el año 313.
La Lengua Latina: Latín Clásico y Latín Vulgar
Es una vieja lengua del grupo itálico (s. VII a. C.) que procede del indoeuropeo, al que simplifica. Lengua de gran precisión, no tiene, al comienzo, una gran musicalidad, pero el contacto profundo con la cultura griega le dio la fluidez suficiente para que surgieran grandes escritores (Virgilio, Horacio, Ovidio), alguno de ellos español (Séneca, Marcial). El latín ofrecía las variedades comunes a todas las lenguas del mundo: diatópicas o espaciales, diacrónicas o temporales y diastráticas o socioculturales. Su estudio sólo se puede hacer a partir de los textos escritos en latín clásico o literario, enseñado a las clases altas en las escuelas. Pero la inmensa mayoría de los ciudadanos del Imperio, que no iba a las escuelas, hablaba el denominado latín vulgar del que apenas se conservan textos escritos posteriores al siglo I d. C. Sólo podemos imaginarnos la riqueza de este latín vulgar en su evolución histórica desde que se desgajó del indoeuropeo en el siglo VII a. C. hasta desembocar en las lenguas romances hacia el siglo X d. C. Y la no menor riqueza de sus dialectos extendidos por todo el Imperio, así como sus variedades socioculturales, desde el habla familiar hasta las jergas de los grupos marginales. Este latín vulgar, no el clásico, sirvió para dar unidad a todo el extenso territorio del Imperio Romano, pero con el paso del tiempo se fragmentó en dialectos, las llamadas lenguas románicas o romances: aragonés, leonés, castellano, gallego, portugués, catalán, provenzal, francés, italiano, sardo, romanche, rumano y dálmata. Dichas modalidades son las principales, aunque no las únicas. Refiriéndonos a Hispania, no es lógico pensar que el latín se hablara igual en Emporion (Gerona), Saguntum (Valencia), Itálica (Sevilla), Emérita Augusta (Mérida, Cáceres), Astúrica (Astorga, León), Lucus (Lugo), Titulcia (Madrid), Clunia (Burgos), Segóbriga (Cuenca), Pompaelo (Pamplona), Osca (Huesca).
El Latín en Hispania
La implantación de la lengua latina en España sigue el mismo curso que la conquista, desde Ampurias (218 a. C.), Levante, Sur, Centro, Galicia, hasta el final en la Cordillera Cantábrica (19 a C.). Todo un conjunto de soldados, administradores, comerciantes y colonos romanos, que se fue extendiendo como una mancha de aceite desde las costas del Mediterráneo hacia el Norte, invadió poco a poco Hispania hablando latín vulgar. La lengua no fue impuesta, sino aceptada por necesidad; al principio, quedó mezclada con la propia de los indígenas que se convirtieron en bilingües. Poco a poco la lengua propia quedó reducida al ámbito privado, mientras que el latín se impuso en la administración y el comercio. Sin duda la latinización fue más profunda en las ciudades de Levante, Andalucía y áreas cercanas a éstas que en el Norte.
Esto es importante para la historia del español que tiene sus raíces precisamente en esa zona norte de cántabros, astures y vascones, en los confines de lo que luego serían los Reinos de Asturias, León y Castilla por un lado, Navarra y Aragón por otro. Aquí el latín se introduce a partir del siglo primero de nuestra era en un ambiente muy distinto al de las ciudades comerciales y bien comunicadas del Sur y Levante. Quizá sea ésta la razón por la que Menéndez Pidal dice que "el dialecto castellano representa en todas esas características una nota diferencial frente a los demás dialectos de España, como una fuerza rebelde y discordante que surge en la Cantabria y regiones circunvecinas". Este latín hispánico ofrece características propias frente al francés, italiano, rumano, etc. Las más destacadas son:
- Arcaísmo: Hispania al ser romanizada antes que la Galia, el norte de Italia y Dacia (Rumania) tiene palabras más antiguas que desaparecen después. Ejemplo: español: cueva < cova 'caverna', del latín preclásico; francés: cave < cava 'caverna', del latín clásico.
- Innovación: En el latín hispánico hay elementos innovadores propios como la fusión en una de la segunda y tercera conjugación latinas, fenómeno que pasa al español donde sólo hay tres conjugaciones: -ar, -er, -ir; en francés se conservan cuatro: -er, -ir, -oir, -re. Es también innovadora la formación de derivados: amargo (esp.), amer (fr.), amaro (it.) proceden del latín amaru, pero sólo el latín hispánico crea el derivado amarellu 'amarillo', que en francés es 'jaune' y en italiano 'giallo', de raíz diferente.