Guerra de Cuba: Causas, Insurrección y el Fin del Dominio Español

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La Guerra en Ultramar: Cuba, la Perla de las Antillas

Tras la paz de Zanjón, los naturales de Cuba esperaban de la administración española una serie de reformas que les otorgasen los mismos derechos de representación política en las Cortes que a los españoles de la península, la participación en el gobierno de la isla, la libertad de comercio y la abolición de la esclavitud. Siguiendo el modelo bipartidista de la península, se crearon en Cuba dos grandes partidos: el Partido Autonomista, integrado en su mayoría por cubanos, y la Unión Constitucional, un partido españolista que contaba con una fuerte militancia de los peninsulares instalados en la isla. El partido liberal de Sagasta se mostró proclive a introducir mejoras en la isla, pero durante sus sucesivos mandatos solo llegó a concretar la abolición formal de la esclavitud, en 1888. En 1893 propuso a las Cortes la aprobación de un proyecto de reforma del estatuto colonial de Cuba. En 1892, un intelectual, José Martí, fundó el Partido Revolucionario Cubano, cuyo objetivo era la consecución de la independencia, e inmediatamente consiguió apoyo externo, especialmente de Estados Unidos. El independentismo aumentó rápidamente su base social y contó con el respaldo de caudillos revolucionarios como Máximo Gómez, Antonio Maceo y Calixto García. En 1891, el gobierno español elevó las tarifas arancelarias para los productos importados a la isla que no procediesen de la península. Por aquel entonces, el principal cliente económico de Cuba era Estados Unidos, que adquiría casi la totalidad de los dos grandes productos cubanos: el azúcar y el tabaco. El presidente norteamericano William McKinley manifestó su protesta ante tal situación y amenazó con cerrar las puertas del mercado estadounidense al azúcar y tabaco cubanos si el gobierno español no modificaba su política arancelaria en la isla.

La Gran Insurrección

En 1879 se produjo un nuevo conato de insurrección contra la presencia de los españoles en la isla, que dio lugar a la llamada Guerra Chiquita. La sublevación de los mambises fue derrotada al año siguiente por la falta de apoyos, la escasez de armamento y la superioridad del ejército español. Pocos años después, el Grito de Baire del 24 de febrero de 1895 dio inicio a un levantamiento generalizado. La rebelión comenzó en el este de la isla, pero se extendió rápidamente a la zona occidental donde estaba la capital, La Habana. El jefe del gobierno español envió un ejército al mando del general Martínez Campos, que entendía que la pacificación de la isla requería una fuerte acción militar que debía acompañarse de un esfuerzo político de conciliación con los sublevados. Martínez Campos no consiguió controlar militarmente la rebelión, por lo que fue sustituido por el general Valeriano Weyler, que se propuso cambiar completamente los métodos de lucha e iniciar una férrea represión. Para evitar que los insurrectos aumentasen sus adeptos en el mundo rural, organizó las concentraciones de campesinos, a los que se obligaba a cambiar de asentamiento recluyéndolos en determinados pueblos sin posibilidad de contacto con los combatientes. En el plano militar, la guerra no era favorable a los soldados españoles, ya que se desarrollaba en plena selva, la manigua, y contra unas fuerzas muy extendidas en el territorio que se concentraban y dispersaban rápidamente. En 1897, tras el asesinato de Cánovas y conscientes del fracaso de la vía represiva propiciada por Weyler, el nuevo gobierno liberal lo destituyó del cargo y encargó el mando al general Blanco. Además, inició una estrategia de conciliación con el fin de empujar a los separatistas a una fórmula que mantuviera la soberanía española en la isla y evitase el conflicto con Estados Unidos. Para ello decretó la autonomía de Cuba, el sufragio universal masculino, la igualdad de derechos entre insulares y peninsulares y la autonomía arancelaria.

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