Francisco de Quevedo: Prosa y sátira en la España del Siglo de Oro
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Prosa de Quevedo
Quevedo escribió poemas de calidad, una comedia, una docena de entremeses y obras en prosa. Su actividad como autor teatral es poco significativa en una época donde destacan importantísimos dramaturgos. No obstante, sus entremeses tienen un cierto interés por los motivos originales que introducen en un género tan estereotipado y porque Quevedo deja en ellos huella de sus principales preocupaciones. Es interesante notar que ciertas características del entremés pueden rastrearse luego en sus otras obras. Sus escritos en prosa son difíciles de clasificar.
Aparte de una novela picaresca, el resto de sus libros son muy diversos y suelen agruparse atendiendo al contenido de cada uno de ellos: filosófico, moral, político, satírico, humorístico.
Predomina el carácter político (Política de Dios, gobierno de Cristo y tiranía de Satanás, donde frente a las ideas de Maquiavelo, defiende una política de inspiración cristiana y la Vida de Marco Bruto). Muy difusas tuvieron sus obras festivas, hoy perdidas. Algunas de ellas tratan temas obscenos o chocarreros. Más interesantes son las Cartas del caballero de la Tenaza, La vida de corte o El chitón de las tarabillas. Parodia a autores e ideas literarias, en especial a Góngora y el culteranismo: Aguja de marear cultos o La culta latiniparla.
Obra ascética más destacada (La cuna y la sepultura). También destacan obras de carácter satírico-moral: los Sueños; La hora de todos y la Fortuna con seso.
Sueños son cinco narraciones en las que satiriza diversos tipos y profesiones con intención moral y desolado pesimismo. La hora de todos, obra maestra de la prosa didáctica de Quevedo, continúa la sátira de figuras con el artificio literario de que la diosa Fortuna haga que durante una hora todos se muestren como realmente son.
El Buscón
La vida del Buscón llamado don Pablos se imprimió (1626) con éxito y se reeditó varias veces en vida de Quevedo.
Con el Buscón probó suerte con el género de la novela picaresca. Parte en su creación del Lazarillo y del Guzmán, pero modifica a su antojo los patrones genéricos de sus modelos y acaba escribiendo un texto muy original.
Del Lazarillo toma la estructura general de la obra, sin digresiones moralizantes al estilo del Guzmán de Alfarache, coincide también en la forma epistolar y en rasgos como el linaje vil del protagonista, su afán de ascenso social, el hambre como móvil de las acciones y la dialéctica entre apariencia y realidad.
Pablos, el protagonista, cuenta episodios de su vida, pero no explica un caso ni aclara la curiosidad de nadie. Por ello, estructuralmente, los sucesos narrados no van unidos entre sí con la finalidad de explicar algo, sino que son una serie de escenas o cuadros en los que Quevedo despliega toda su maestría de escritor. En este sentido, la obra es un retroceso en el camino hacia la novela realista: no hay estructura orgánica que justifique funcionalmente la presencia de los diversos episodios de la obra.
Tampoco puede apreciarse una evolución en el diseño del personaje al modo en que advertíamos en Lázaro de Tormes. Siempre es el mismo personaje que ya tenemos trazado en las primeras páginas de la obra. Lo mismo ocurre con el resto de los personajes: son tipos cuyas características explota Quevedo para conseguir efectos humorísticos. De ahí que muchos terminen siendo estilizadísimas caricaturas.
El final de la obra es estético. Se trata de atraer en todo momento la atención hacia el lenguaje, de revelar en lo posible la máxima agudeza. No obstante, es bastante verosímil que Quevedo esté satirizando con el Buscón el anhelo de ascenso social y el deseo de ser noble tan frecuente entre los españoles de la época.
Pablos, hijo de un ladrón y de una bruja, confiesa este deseo desde el arranque mismo de la novela, pero sus pretensiones resultan infructuosas. Cuando Pablos intenta justificarse, el autor pone en su boca palabras que muestran su bajeza y falsdad o es ridiculizado por un noble. Así el protagonista es siempre castigado cuando trata de hacerse rico o de pasar por noble. Quevedo refleja en esta obra su abierta oposición a la movilidad social y la defensa de la rígida sociedad estamental en la que cada uno debe permanecer dentro de los límites de su condición social de origen. La novela incluye también una crítica contra los conversos, ya que se insiste en la condición de cristiano nuevo de Pablos.
Por tanto, es básicamente un alarde literario en el que Quevedo despliega sus finísimas dotes de estilo, a la vez que es también una obra que nos permite descubrir la mentalidad conservadora del autor y su defensa de los privilegios nobiliarios.
Estilo
Agudeza lingüística, tendencia constante a la exageración, caricaturización hiperbólica de los personajes, etc. Muchas características conceptistas: contrastes, paradojas, hipérboles, equívocos y dilogías, polisemias, paronomasias, elipsis, juegos verbales… Sintetiza la tradición oral con la tradición culta del Humanismo. Numerosos hallazgos verbales sorprendentes que intentan lograr la admiración del lector. Muy importante el esteticismo extremo. Su profundo pesimismo, su honda desesperanza y amargura en un mundo que no tiene remedio hallan como válvula de escape la carcajada, el sarcasmo y la pirotecnia verbal de mucha calidad. Probablemente de esta actitud procede el distanciamiento con el que presenta a los personajes, sin compasión ni ternura, incluso con crueldad e indiferencia. Retóricamente, esto se manifiesta en los procesos de deshumanización a los que el escritor somete a los personajes, cosificándolos o animalizándolos, complaciéndose en los aspectos escatológicos, repugnantes o macabros.