Explorando las Virtudes Éticas y Dianoéticas en la Filosofía de Aristóteles
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Las Virtudes Éticas según Aristóteles
El ser humano es un todo orgánicamente estructurado. En especial, la parte apetitiva del hombre está naturalmente subordinada a la parte pensante o razón. Si el hombre funciona bien como un todo, sus deseos serán controlados y dirigidos por su pensamiento. Si funciona mal, sus deseos se descontrolarán y escaparán a la dirección de la razón. La virtud o areté moral consiste en el control de la parte volitiva del hombre por su parte pensante. Cuando se da tal control de forma habitual, se da la virtud moral pues, según afirma Aristóteles, la virtud o areté moral consiste en el hábito de decidir bien y conforme a la regla, entendiendo por tal el apuntar al término medio óptimo entre dos extremos. El término medio lo es entre dos extremos, uno por defecto y otro por exceso, que constituyen otros tantos vicios. No se trata, sin embargo, de una media aritmética entre dos cantidades, que sería una regla precisa. En ética no hay reglas precisas, sino que mucho depende de cada uno y de sus circunstancias. No se trata de buscar un medio objetivo, sino el medio que conviene a cada uno. Aristóteles dice que en estos temas hay que adquirir experiencia de la vida y dejarse guiar por el consejo y el ejemplo de algún hombre racional, prudente y experimentado. Con esto llega Aristóteles a su famosa definición: “la virtud es una disposición a decidir el término medio adecuado para nosotros, conforme al criterio que seguiría el hombre prudente”. En definitiva, Aristóteles no nos ofrece ningún criterio o regla abstracta de acción, sino que nos remite al criterio de algún hombre prudente, lleno de inteligencia y experiencia de la vida, que conozcamos.
Las Virtudes Dianoéticas
En el alma humana hay una parte apetitiva o volitiva -el ethos o carácter- y otra parte pensante o cognitiva -la dianoia o razón-. Las virtudes éticas o morales, las virtudes del ethos, son hábitos de decidir lo mejor -el término medio óptimo- conforme a la regla en cada caso, según hemos dicho. Pero el conocimiento de lo mejor es ajeno al ethos y procede de la dianoia, de la razón. Nuestra razón, a su vez, funciona correctamente, ejecuta bien su función, cuando posee la areté del pensamiento, que a su vez puede articularse en una serie de virtudes dianoéticas o saberes.
Tipos de Funciones de la Dianoia
Dentro de la dianoia o parte pensante del alma, distingue Aristóteles tres tipos de funciones:
- Funciones contemplativas o científicas
- Funciones prácticas
- Funciones productivas
Las funciones contemplativas consisten en la contemplación de lo que de necesario, universal e inmutable hay en la realidad. Tanto las funciones prácticas como las productivas se refieren a lo que en la realidad hay de variable, y consisten en la determinación de los medios óptimos para la obtención de un fin, fin que en el primer caso es intrínseco a la acción y en el segundo extrínseco, un artefacto. A estos tres tipos de funciones de la dianoia corresponden tres tipos de saberes o virtudes dianoéticas: las contemplativas, las prácticas y las productivas. Desde el punto de vista ético, las virtudes dianoéticas más importantes son las prácticas.
La Prudencia como Virtud Práctica
A la virtud o areté práctica por excelencia la llama Aristóteles prudencia o racionalidad. La prudencia o racionalidad práctica es la encargada de establecer la adecuación de las reglas, de determinar qué es lo que hay que hacer, cuáles son los medios adecuados para obtener nuestro fin, cuál es el término medio óptimo, que no peque por exceso ni por defecto. Esto puede hacerse bien o mal. El hábito de hacerlo bien, de encontrar el término medio óptimo en cada caso, es la prudencia. La razón práctica tiene que indicar al ethos lo que hacer, la razón práctica es normativa. Y nuestro carácter, nuestro ethos, nuestros deseos, tienen que dejarse controlar y dirigir por la razón práctica. La prudencia o razón práctica no es una ciencia. La ciencia trata de lo universal, mientras que la prudencia siempre lo es de lo particular. La prudencia no es resultado de abstracciones científicas, sino el resultado de una larga experiencia de lo particular. Por eso los jóvenes no tienen experiencia y necesitan seguir los consejos de algún hombre prudente y experimentado. Y por eso los jóvenes no sirven para la política, que es una variedad de la prudencia.
La Vida Contemplativa y la Felicidad
Las virtudes dianoéticas productivas o técnicas sirven para la producción de artefactos. Las virtudes dianoéticas prácticas -prudencia, política- sirven para encaminar nuestra acción de un modo óptimo. ¿Para qué sirven las virtudes dianoéticas teoréticas o contemplativas? ¿Para qué sirve la ciencia teórica? Para nada -responde Aristóteles-. En el siglo XXI pensamos que la ciencia teórica es la base de la tecnología. Nada más lejos de la mentalidad griega. La ciencia teórica no sirve para nada, es un puro lujo, el lujo por excelencia del hombre en su plenitud. La ciencia teórica no es un medio para nada, es un fin en sí misma, es el fin último del ser humano, pues en ella consiste la máxima felicidad que puede alcanzar. Lo que nos lleva al tema de la felicidad, tema con el que se inicia y en el que culmina la ética aristotélica. La felicidad del hombre consiste en la vida contemplativa. Por eso, los animales y los niños, que son incapaces de ella, no pueden ser felices. “Hasta donde se extiende la contemplación se extiende también la felicidad, y los que tienen la facultad de contemplar más son también los más felices... La felicidad consiste en la contemplación. Sin embargo, el contemplativo, por ser un hombre, tiene necesidad de bienestar externo, ya que nuestra naturaleza no se basta a sí misma para la contemplación, sino que necesita de la salud del cuerpo, del alimento y de los demás cuidados”.
El Ideal de la Vida Feliz
El ideal de la vida feliz consiste, pues, en tener solucionados los problemas materiales inmediatos y dedicar el ocio disponible a la ciencia teórica, a la contemplación de lo universal y necesario que hay en la realidad. De todos modos, para Aristóteles no todos los hombres pueden acceder al sublime ideal de la vida contemplativa. Ni las pasivas mujeres, ni los torpes esclavos, ni los artesanos y campesinos, embrutecidos por el trabajo manual, pueden aspirar a la felicidad humana en su máxima expresión. De hecho, en las confusas etnias y los despóticos reinos de los bárbaros nadie realiza la vida contemplativa. Todos son como esclavos, incluso el mismo déspota, esclavo de sus mediocres placeres sensuales y de su ambición, incapaz de apreciar la vida científica, que nunca probó. Pero, en la polis griega, comunidad autónoma de hombres libres, es posible que en algunos ciudadanos (los mejores) se desarrolle y florezca la vida contemplativa, la ciencia teórica, alcanzando así la naturaleza humana su plenitud. Proporcionar esa plenitud, proporcionar una cantidad suficiente de hombres libres, las condiciones de ocio, tranquilidad y recursos que hagan posible el florecimiento de la vida intelectual: esa es la más alta misión de la polis y la raíz del interés aristotélico por su estudio.