Exploración de la Felicidad y la Justicia en la Sociedad: Una Perspectiva Filosófica

Enviado por Programa Chuletas y clasificado en Filosofía y ética

Escrito el en español con un tamaño de 18,81 KB

La Felicidad y la Justicia en la Sociedad

1. ¿Se puede ser feliz en una sociedad perfecta? ¿Por qué la obra Un mundo feliz de Huxley es una antiutopía?

Si todo lo que hacemos lo hacemos con vistas a un fin, la felicidad será el fin último al que tienden nuestras acciones.

Por otra parte, no resulta extraño decir que una sociedad puede (incluso debe) ser justa, cuando menos en el sentido de que se rija por leyes que hagan posible una adecuada relación entre sus miembros; normas en las que éstos puedan reconocerse y que proporcionen a la sociedad la estabilidad jurídica y política necesaria. No está tan claro que una sociedad pueda (y, mucho menos, deba) aspirar a ser feliz. Una sociedad democrática debe aspirar a ser justa, sin que ninguna concepción particular del bien y de la felicidad sea impuesta a las personas.

La sociedad que Aldous Huxley describió en su novela, Un mundo feliz. En ese mundo, los seres humanos son divididos en castas y condicionados desde niños para acometer sin queja las tareas más ingratas. Se trata, pues, de producir esclavos satisfechos en el interior de una sociedad perfecta. En el mundo retratado por Huxley la única moral permitida es la que consolida las diferencias entre las castas sociales, cuyos miembros permanecen ignorantes (y felices).

2. Relación entre la teoría ética de Platón y sus concepciones políticas

Razón, ánimo y apetito son las tres partes del alma, según Platón. La razón es la sede de las funciones intelectuales; el ánimo es la sede de las pasiones nobles, como la valentía; y el apetito se refiere a los deseos e impulsos característicos del cuerpo. A cada una de estas partes le corresponde una virtud. La prudencia es la virtud propia de la razón, la fortaleza es la virtud característica del ánimo y la templanza es la virtud del apetito o parte concupiscible del alma. Tales partes y virtudes del alma se corresponden con los grupos sociales que caracterizan la sociedad (polis) perfecta.

De este modo, una comunidad idealmente justa estaría constituida por:

  • Los gobernantes prudentes que toman sus decisiones de acuerdo con la razón, por lo que son capaces de establecer leyes buenas y justas para todos.
  • Los guardianes auxiliares, que, al servicio de los intereses generales, acometen las empresas necesarias para la defensa del orden social.
  • Los productores, encargados de satisfacer las necesidades materiales de la comunidad.

Para Platón, una sociedad justa es aquélla en la que cada uno hace lo que le corresponde, del mismo modo que un hombre justo es aquél que somete sus apetitos y pasiones al control prudente de la razón.

Según esta teoría, la ética es indisociable de la política, o lo que es lo mismo, la idea de un hombre justo no puede ser plenamente realizada al margen de la sociedad.

La figura de Sócrates, maestro de Platón, injustamente condenado a muerte, representa en la obra platónica el símbolo vivo de esta convicción: la idea de que el hombre sabio y justo no puede vivir al margen de las leyes, y la idea de que sólo un orden justo y bueno puede dar lugar a hombres virtuosos, dispuestos a hacer lo que corresponde.

3. ¿Por qué para Kant la felicidad no puede proporcionar la base de un acuerdo racional que vincule a todos los hombres?

Para Kant la felicidad es una idea de la imaginación consistente en la satisfacción de todos nuestros deseos: de todos y cada uno de ellos, en su máxima intensidad y en todo momento. La felicidad es una pura idea a la que tal vez no podamos renunciar, que puede guiar de hecho nuestras decisiones, pero a la que nuestras acciones no pueden dar debido cumplimiento.

La felicidad no puede representar la ley que gobierne moralmente nuestras acciones. La satisfacción de los deseos, siempre subjetivos e individuales, no puede proporcionar la base para un acuerdo racional que vincule a todos los seres humanos.

4. Diferencias entre las éticas intelectualistas o cognoscitivas y las éticas no intelectualistas

Éticas intelectualistas o cognoscitivas: afirman que el conocimiento moral es posible y que de él depende la acción del ser humano.

Éticas no intelectualistas: cabe distinguir entre aquéllas que consideran que las nociones características de la moralidad (lo bueno, lo justo, etc.) pueden ser intuitivamente descubiertas, pero no racionalmente definidas, de aquellas otras que reducen el significado de las nociones morales a las interpretaciones subjetivas de los seres humanos.

Para las éticas intelectualistas, la acción moral depende del conocimiento moral. Así, quien sepa qué es la justicia podrá actuar de manera justa. Y al revés: quien no conozca en qué consiste la justicia actuará injustamente.

Para las éticas no intelectualistas, podemos actuar de manera justa aunque no podamos definir qué es la justicia. Captamos el sentido de lo justo o de lo bueno sin que podamos obtener definiciones precisas sobre estos términos.

5. Criterio que distingue las éticas materiales de las formales

Se denominan materiales a las éticas que establecen el contenido o materia de la acción; que determinan lo que hemos de hacer. Las normas o imperativos prácticos de esta clase de ética establecerán qué hay que hacer o qué debe evitarse.

A diferencia de las éticas materiales, las éticas formales no determinan qué hemos de hacer, no indican el contenido o materia de la acción, sino que establecen cómo debemos obrar, esto es, cuál debe ser la forma de nuestras acciones para que sean consideradas moralmente adecuadas.

6. El eudemonismo aristotélico

Suele traducirse el término griego eudaimonía como felicidad. Una traducción más literal, según su etimología, correspondería a la expresión buen carácter o buena vida.

Se conoce como eudemonismo la doctrina ética de Aristóteles. El objeto de la ética es la consecución de una vida buena o feliz. Como dirá el propio Aristóteles: no nos basta con saber qué es el bien o la justicia, sino que queremos ser buenos y justos.

Aristóteles distingue entre el hombre sabio y el hombre justo. Esta distinción implica una separación entre el conocimiento (théoria) y la acción (praxis).

Aristóteles tiene una concepción teleológica de la naturaleza y del hombre como ser natural. Según esta concepción, todos los seres naturales tienden a un fin. Todo lo que hacemos lo hacemos con vistas a un fin. Y el fin último de todo lo que hacemos es la felicidad. La felicidad es lo único que se basta a sí mismo, porque no está sujeta a la obtención de ningún otro fin. Por eso, todos los hombres buscan la felicidad a través de sus acciones.

La razón es lo que define y distingue al hombre del resto de los seres vivos. Una vida buena basada en la prudencia y en la elección del término medio entre dos posibilidades en cada caso extremas; una por defecto y otra por exceso. El término medio en que consiste la virtud depende de la situación y debe ser establecido en relación con nosotros. La equidad es el requisito de la virtud.

7. La teoría ética del epicureísmo

El epicureísmo se basa en el pensamiento de Epicuro de Samos, quien estableció una doctrina moral basada en el placer como el principio y el fin de la vida feliz.

Distinguió Epicuro tres clases de deseos:

  • Los deseos naturales y necesarios.
  • Los deseos naturales y no necesarios.
  • Los deseos no naturales y no necesarios.

Para un epicúreo, la calidad de vida y el nivel de vida no se corresponden necesariamente. O dicho de otro modo: no es más rico el que más tiene, sino el que menos necesita.

El ideal epicúreo consiste en lograr una vida lo más duradera y placentera posible. Esos dos requerimientos de la felicidad explican el cálculo racional al que los epicúreos someten los placeres, lo que convierte a esta escuela en representante de un hedonismo peculiar. Sólo los deseos naturales y necesarios constituyen referentes saludables para la vida. El epicureísmo representa una búsqueda racional del placer que en absoluto se compadece con la acumulación indiscriminada de bienes y sensaciones fuertes.

8. La ética del estoicismo

La idea de felicidad del estoicismo se corresponde con la imagen del sabio imperturbable ante las vicisitudes de la existencia. El término ataraxia define este ideal del ánimo estoico: un ánimo que no se deja abatir por los reveses de la vida ni se deja arrastrar por la euforia, cuando las circunstancias son propicias al hombre. La libertad se convierte en el reconocimiento de la necesidad y en un sometimiento racional de las pasiones.

9. El papel de la ley natural en la idea cristiana de una vida buena

Se debe a Santo Tomás de Aquino la formulación más precisa e influyente del concepto de ley natural. Para Santo Tomás, la ley natural-moral es la parte de la ley eterna que concierne a los hombres, seres racionales y libres creados a imagen y semejanza de Dios.

El precepto fundamental de la ley natural manda hacer el bien y evitar el mal; lo que, a juicio del Santo, representa para la razón práctica lo mismo que para la razón teórica el principio de no contradicción. La ley positiva supondrá la realización jurídica y política de tales disposiciones naturales, según los problemas y circunstancias de cada tiempo. La ley positiva ha de respetar la naturaleza invariable de los seres humanos y los preceptos inmutables de la ley moral-natural. Se establece así la subordinación del derecho respecto de la idea de justicia y de la política respecto de la moral.

10. La postura ética de Hume

Las filosofías del sentimiento moral consideran que las emociones y pasiones constituyen la base de la moralidad. A juicio de David Hume, la razón desempeña una función meramente instrumental en lo que se refiere a la determinación de nuestras acciones, que tienen su origen en las pasiones que caracterizan la naturaleza humana.

A este respecto, Hume habla de un sentimiento moral de simpatía que posibilita el acuerdo entre los seres humanos. Este sentimiento se basa en la búsqueda del placer (de lo beneficioso y útil) y en la evitación del dolor (de lo perjudicial).

11. La ética utilitarista: Bentham y Stuart Mill

El utilitarismo tiene a Jeremy Bentham y a John Stuart Mill como sus principales representantes. Estos autores parten del supuesto de que los sentimientos socialmente más fuertes, como la simpatía y la compasión, nos hacen ser felices con la felicidad de los demás e infelices con su sufrimiento: no puedo ser feliz rodeado de personas desdichadas, y es difícil ser desdichado compartiendo la vida con personas felices.

Jeremy Bentham consideró que la naturaleza nos ha proporcionado un criterio ético universal a través de dos maestros infalibles: el placer y el dolor. A través de ellos es posible conocer lo que es y no es bueno. Nuestra conducta debe regirse por el principio de utilidad o interés, de manera que la felicidad consistirá en maximizar el placer y minimizar el dolor. Tal principio conlleva la aplicación de la aritmética de los placeres: en cada acción debemos calcular la cantidad de placer y de dolor que nos proporcionará. Una acción es buena cuando produce la mayor felicidad para el mayor número.

John Stuart Mill adoptó tal fórmula como principio de moralidad y justicia: la obtención de la mayor felicidad posible para el mayor número posible de personas. Se trata de un hedonismo con clara vocación universalista, donde las leyes e instituciones sociales han de jugar un papel básico en la promoción de los intereses públicos y en su conciliación con los intereses privados.

12. La ética de los valores de Max Scheler

Max Scheler es el principal representante de la ética de los valores. Esta ética está basada en una teoría sobre los valores considerados como esencias, cualidades o propiedades que residen en las cosas. El hombre descubre los valores, no los inventa ni los crea, y para ello se sirve de una especie de intuición sentimental.

Scheler elaborará una lista de valores, ordenados de menor a mayor grado:

  • Valores sensibles (alegría/pena, placer/dolor).
  • Valores de la civilización (útil/perjudicial).
  • Valores vitales (noble/vulgar).
  • Valores culturales o espirituales (estéticos: bello/feo; ético-jurídicos: justo/injusto; especulativos: verdadero/falso).
  • Valores religiosos (sagrado/profano).

A tales valores corresponden diferentes tipos o formas de existencia:

  • El vividor (valores de la sensibilidad).
  • El técnico (valores de la civilización).
  • El héroe (valores vitales).
  • El genio (artista, legislador o sabio: valores culturales o espirituales).
  • El santo (valores religiosos).

Ésta es una ética material, porque indica contenidos o materias para la acción y es, al mismo tiempo, universal o válida para todos los seres humanos: los valores no son meras invenciones humanas.

13. La ética kantiana

Para Immanuel Kant, los imperativos de las éticas materiales son condicionados. Las éticas materiales no pueden suministrar un criterio de moralidad universal y necesario. En el caso de las éticas materiales, la voluntad actúa siempre movida por motivos externos a la conciencia moral o razón práctica. Se trata de una voluntad heterónoma. El núcleo de la ética formal kantiana radica en su definición de lo bueno. En rigor, lo único que puede ser considerado como bueno sin limitaciones es una buena voluntad. La voluntad puede actuar de tres formas, lo que da lugar a tres clases de acciones:

  • Acciones contrarias al deber, en las que la voluntad actúa en contra de la ley moral.
  • Acciones conformes al deber, en las que la voluntad actúa movida por inclinaciones sensibles.
  • Acciones hechas por puro respeto al deber.

Una voluntad es buena cuando actúa por puro respeto al deber, independientemente del contenido de la acción. Una voluntad que actúa así es autónoma, puesto que su acción coincide con la norma que la razón se da a sí misma; y en esa medida es libre, pues su decisión no está sujeta a ningún tipo de condicionamiento previo. La buena voluntad se orienta por una norma universal, válida para todo ser racional; por el denominado imperativo categórico o ley moral.

14. El formalismo ético existencialista

Según Jean Paul Sartre, el hombre es un ser libre. La conocida frase la existencia precede a la esencia significa que no hay ningún elemento identificador, ninguna propiedad definitoria que nos permita comprender qué es la naturaleza humana. El hombre es un proyecto abierto, una existencia por hacer. Las determinaciones son posteriores y forman ya parte de un proyecto en curso. Sin nada que le oriente, la existencia del hombre es pura indeterminación. Su libertad es absoluta, no está determinada por valores, fines o intenciones previas: estamos condenados a ser libres. Aunque decidamos que otros (la sociedad, la religión, el Estado, etc.) decidan por nosotros, estamos ya eligiendo un modo o proyecto de existencia. Ese ilusorio elegir el no ser nosotros mismos es lo que Sartre llama mala fe. La mala fe consiste en el vano intento de eludir la angustia de decidir por nosotros mismos. Lo contrario de la mala fe es la autenticidad, que consiste en asumir la carga insoslayable de nuestra libertad.

15. La ética comunitaria o del discurso

Formulada por Jürgen Habermas, el objetivo de la ética comunicativa o del discurso es la constitución de una comunidad de interlocutores capaces, en condiciones ideales, de alcanzar un consenso universal sobre determinados fines. La ética del discurso trata de establecer las condiciones que hagan posible una comunicación ideal. Tales condiciones son el objeto de lo que Habermas denomina pragmática universal: la constitución de un marco teórico y práctico que permita el intercambio de puntos de vista argumentados, dentro de los cuales se incluyan los intereses de los distintos interlocutores. Desde esta perspectiva, el diálogo es el método para establecer cooperativamente la verdad de las proposiciones. El interés emancipatorio que orienta esta ética consiste en la progresiva liberación de las coacciones que impiden la libre realización de los sujetos sociales, individuos o grupos. Las normas acordadas no tienen carácter definitivo ni están más allá de la historia. Su construcción y cumplimiento efectivos tienen como referente la radical historicidad del ser humano. Ello las convierte en normas históricamente revisables, expuestas a ulteriores procesos dialógicos, como aquéllos en que han sido producidas. Habermas ha señalado los presupuestos pragmáticos sin los cuales no es posible alcanzar consensos que respondan verdaderamente a los intereses de los interlocutores.

Entradas relacionadas: