Evolución Demográfica en España: Transición y Movimientos Migratorios (1800-1930)
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En España, el primer censo fue realizado por Godoy en 1797. Siguiendo la población española de acuerdo con estos datos, la tasa media anual de crecimiento hasta 1857 no llega al 0,5%, y en la segunda mitad del siglo XIX fue del 0,43%. A partir de 1900, el crecimiento fue más intenso, ya que la tasa de aumento alcanzó el 0,79% para el período 1900-1940, con un incremento total de la población de más de 7.000.000 de personas.
La tasa media de crecimiento anual de la población española en comparación con otras naciones europeas, como Gran Bretaña, Alemania, Italia o Francia, pone de relieve el fuerte crecimiento en España a partir de comienzos del siglo XX.
El fuerte aumento de la población en estos últimos doscientos años se ha explicado como una consecuencia de la llamada transición demográfica. Es decir, el paso de un régimen demográfico típico de sociedades preindustriales, caracterizado por fuertes tasas de natalidad (30 al 35 por 1000), a otro tipo de sociedades industrializadas con bajas tasas de natalidad (en torno al 15 por 1000) y mortalidad (del 6 al 10 por 1000).
La transición demográfica española se inició con un retraso respecto a los países europeos más desarrollados. La lentitud de la transición demográfica en España se debe, principalmente, al lento descenso de las tasas de mortalidad.
Evolución de la Mortalidad
La tasa de mortalidad española en 1900 era equivalente a la británica en 1800. Para analizar los motivos de este lento descenso, cabe diferenciar entre una mortandad catastrófica debida a guerras, epidemias y malas cosechas, de otra mortandad habitual debida a las condiciones de vida (alimentación, salubridad de viviendas, acceso a la sanidad, etc.) o enfermedades no epidémicas.
Respecto a la mortandad catastrófica, hay que recordar la serie de guerras que padeció el país, desde la guerra de la Independencia a las guerras coloniales de fines de siglo (Cuba: 1868-1878, 1879, 1895-1898), pasando por las guerras carlistas (1833-1839, 1847-1860, 1872-1876) o la guerra de Marruecos (1859-1861) y la intervención militar en México (1862).
Otro factor de mortandad catastrófica fueron las hambrunas y las crisis de subsistencias. Estas se suceden a lo largo del siglo, siendo especialmente graves la de 1856-57 y las de 1867-68, consecuencia del escaso desarrollo de la agricultura y, sobre todo, de la escasa integración de los mercados interiores, dificultada por la mala infraestructura de los transportes. En la superación de dicha crisis, jugó un papel importante la construcción del ferrocarril, que facilitó la comercialización de los cereales.
Por último, hay que referirse a las grandes epidemias. La peste del año 1854 se extendió por unos 5.000 pueblos y produjo 236.744 muertos, distribuidos de manera desigual entre toda el área geográfica, ya que afectó de manera particular al norte y centro de la Península, especialmente a las provincias de Logroño, Navarra, Vizcaya, Teruel y Guadalajara. Surgió un nuevo brote en 1859-1860, centrado, sobre todo, en la zona de Levante y Andalucía, de menor intensidad y consecuencias que la de los años anteriores, a pesar de que sólo en el año 1860 alcanzó alrededor de las 7.000 víctimas.
Fue mucho más importante la epidemia de cólera del año 1885, que causó 120.254 víctimas de un total de 340.000 afectados. Sus efectos se centraron primordialmente en la zona de Levante, afectando sobre todo a mujeres y a niños menores de cuatro años.
Junto a esta mortandad catastrófica, hay que señalar una elevada mortandad habitual, debido a las malas condiciones de vida (escasa alimentación, falta de condiciones higiénicas, limitada atención sanitaria) de grandes sectores de la población española. Ello se plasma en una reducida esperanza de vida a fines del siglo XIX. Esta situación se modificó desde comienzos del siglo XX. A partir de entonces, se observa un descenso de la mortalidad que permitió un crecimiento sostenido y continuado, con una crisis bastante seria en 1918: la de la gripe española de dicho año, consecuencia de la Primera Guerra Mundial y que ocasionó alrededor de 150.000 muertos, y con efectos residuales de importancia en los dos años siguientes.
Movimientos de Población
Fases y Desarrollo de la Emigración Exterior Española (Siglos XIX y XX)
A comienzos del siglo XIX, existía una pequeña emigración que se dirigía hacia el norte de África (Argelia), América o Europa, con una emigración en algunos casos de carácter temporal en búsqueda de un trabajo agrícola más remunerado, o como consecuencia de la situación política, que provocaría importantes emigraciones, sobre todo durante la década ominosa (1823-33).
A mediados de siglo, una serie de disposiciones anularon los obstáculos legales que se oponían a la emigración, y así se incrementó la marcha de personas que buscaban mejores condiciones de trabajo y de vida hacia repúblicas de Sudamérica, norte de África y Europa. La corriente migratoria se dirigía sobre todo a Argentina y Brasil, y en menor medida a Argelia y Francia. Las guerras coloniales de 1897 a 1900 frenaron la tendencia, que se restableció a comienzos de siglo, para detenerse en 1914.
En 1914, la guerra europea supondría un fuerte impacto sobre la economía española, ya que los países beligerantes solicitarían con ansiedad gran cantidad de productos, cuya obtención aceleraría el proceso de crecimiento de la economía española en todos sus frentes. Entre 1890 y 1930, el resultado fue un saldo neto negativo de inmigración inmediato al millón y medio.
Movimientos Migratorios en el Interior del País: Redistribución Geográfica y Concentración de la Población
Por otro lado, a finales del siglo XIX, se va generalizando un proceso de emigración dentro de la propia geografía peninsular. La progresiva industrialización de algunas zonas acarrea la creación de puestos de trabajo y de nuevas formas de vida apetecidas por un mundo rural pobre y carente de novedades.
La zona industrial catalana y la del Norte serán focos de atracción, y en el centro, la capital, Madrid. La procedencia es básicamente de provincias en que el sector agrario continúa siendo lo fundamental de su economía (Guadalajara, Almería, Teruel, Soria). Los momentos más intensos de inmigración en el siglo XX han sido el decenio de 1920 a 1930.
En 1900, el 50% de los españoles vivían en poblaciones inferiores a los 5.000 habitantes. Este porcentaje desciende al 29% en 1960. Las ciudades de más de 100.000 albergaban el 8,9% de la población en 1900, y casi el 28% en 1960.