Evolución de la Arquitectura y el Urbanismo: Del Eclecticismo al Siglo XX
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La Revolución Industrial y el Impacto de los Nuevos Materiales en la Arquitectura: Del Eclecticismo al Modernismo. Las Grandes Transformaciones Urbanas
1. Arquitectura de los Nuevos Materiales. Del Eclecticismo al Modernismo. Nacimiento del Urbanismo Moderno
El siglo XIX se inicia, tras la Revolución Francesa e Industrial, con la presencia de nuevos materiales y la necesidad de una nueva tipología de edificios. La arquitectura del siglo se sigue envolviendo en los estilos del pasado, no adecuados a la finalidad del edificio. Es la época de los historicismos que, en ocasiones, se vinculan con finalidades concretas –neogótico en las iglesias, neoárabe en las plazas de toros, etc.– o a un país, como el neoplateresco o el neomudéjar, típicamente españoles. Sin embargo, el rasgo que mejor define el momento es el eclecticismo, combinación de elementos de diferentes estilos.
Entre los estilos del pasado, además del Neoclasicismo, ya estudiado, destaca el Neogoticismo, utilizado especialmente en construcciones religiosas, si bien en Inglaterra adquiere carácter nacional y es utilizado en la construcción del Parlamento. En Francia destaca la figura de Viollet-le-Duc, clave en el proceso de restauración de los edificios góticos.
El Eclecticismo se desarrolla especialmente en la Francia del Segundo Imperio. Este estilo, marcadamente ornamental, se inspira en la Antigüedad, el Renacimiento y el Barroco, y es ampliamente utilizado en la reforma urbanística de Haussmann en París, siendo el máximo representante Garnier, autor de la Ópera de París.
La necesidad de nuevas construcciones como puentes, estaciones de ferrocarril, mercados, y la existencia de nuevos materiales que aporta la Revolución Industrial son el origen del Utilitarismo, arquitectura del hierro más vinculada a ingenieros, que busca una construcción más rápida y barata, realizada en hierro y, desde 1845, en acero. El muro se convierte en simple cerramiento, como en la arquitectura gótica; los soportes pueden ser columnas de fundición, pero sobre todo pies derechos de hierro laminado; las cubiertas metálicas, cerchas o bóvedas, se cubren con cristal, tejas, pizarra, etc. Los elementos decorativos en metal son escasos, continuándose con una decoración historicista de materiales tradicionales. Como valores plásticos, destaca la amplitud y luminosidad de los espacios interiores, abiertos al exterior, donde Inglaterra será la pionera. En la segunda mitad del siglo XIX, Francia toma el relevo, con figuras como Henry Labrouste, pero el momento culminante tiene lugar con la Exposición Internacional de París de 1889, en la que se levanta la famosa Torre Eiffel. En España, ejemplos interesantes son la estación de Atocha o el Palacio de Cristal del Retiro.
A fines del siglo XIX, surge en EEUU la Escuela de Chicago, la más importante del país, vinculada con la Escuela de Bellas Artes de París. Aporta la construcción sobre un esqueleto metálico, en el que descargan los revestimientos, y la construcción en altura –el rascacielos–. Louis Sullivan es la figura más representativa, con obras como el Auditorio de Chicago, anticipando la arquitectura del siglo XX y preparando el camino a su discípulo Frank Lloyd Wright.
El Modernismo en Europa
En Europa, en este momento, surge el Modernismo, que rompe con la estética clásica pero no resuelve los problemas arquitectónicos, primando lo decorativo. Es el estilo elegante y refinado de la burguesía industrial y financiera. Se caracteriza por:
- La utilización de los nuevos materiales.
- La fusión de todas las artes supeditadas a la arquitectura (muebles, vidrieras, balcones, rejas, azulejos, tejidos, etc.).
- La decoración imita la naturaleza.
- Los elementos estructurales, al descubierto, son a la vez elementos decorativos.
- El color y la luz –que penetra a través de miradores, balcones, vidrieras o claraboyas– son muy importantes.
Distinguimos un modernismo geométrico, propio de Austria e Inglaterra, de líneas rectas y ornamentos geométricos –representado por Otto Wagner (Casa de Mayólica) y Mackintosh (Escuela de Arts and Crafts de Glasgow)–, y otro orgánico u ondulante, que prefiere la línea curva, el dinamismo y la exuberancia decorativa –propio de España, Bélgica o París, donde destacan Gaudí y Víctor Horta (Casa Tassel)–. Gaudí muestra en sus primeras obras cierto mudejarismo y goticismo, y manifiesta uno de sus rasgos dominantes, el amor a la naturaleza, su inspiración en las formas vegetales o animales, como plasma en la Casa Batlló o la Pedrera de Barcelona. Sus obras de mayor empeño son el Parque Güell y la Sagrada Familia, a la que dedicará sus mayores esfuerzos.
Nacimiento del Urbanismo Moderno
La Revolución Industrial origina una nueva revolución urbana, fruto del éxodo rural y la concentración de la población en ciudades. En respuesta a los problemas de hacinamiento y degradación, surgen las iniciativas de urbanistas utópicos, la mayoría de ellas no realizadas o fracasadas.
Es en la segunda mitad del siglo XIX cuando los gobiernos favorecen la realización de planes y ensanches, inicio del urbanismo moderno. De 1811 es el plan de Nueva York, cuadrícula de avenidas –norte a sur– y calles –oeste a este–, con un espacio vacío donde surgirá Central Park; por su sencillez y racionalidad, se convierte en modelo para las ciudades del mundo anglosajón. El primer gran plan de ampliación y transformación urbana es el de París de Napoleón III, en el que Haussmann sanea, moderniza y dota a la ciudad de un carácter monumental (alcantarillado, iluminación, parques, cementerios, grandes avenidas que descongestionen el tráfico…) y que siguen otras ciudades como Viena.
Los ensanches, proyectos de planificación del crecimiento urbano, se desarrollan por y para la burguesía, y son característicos de muchas ciudades españolas –Barcelona, Madrid o Bilbao–. Es modélico el que Ildefonso Cerdá diseña para Barcelona, de trazado ortogonal –atravesado por dos avenidas diagonales–, presenta amplias calles, esquinas achaflanadas, etc. El resultado es una ciudad policéntrica con equipamientos distribuidos equitativamente.
La idea de conjuntar residencia y naturaleza aparece en la “Ciudad Lineal” de Arturo Soria, uno de los proyectos más innovadores del siglo XIX europeo. Iniciado en el Madrid de 1890, constaba de una larga y ancha calle, por cuyo centro discurría el transporte público, a ambos lados casas unifamiliares con huerta y jardín, separadas por calles transversales. Más repercusión tuvo el proyecto de “ciudad jardín” de E. Howard, iniciado en 1903 en las proximidades de Londres, de esquema circular atravesado por avenidas radiales.