Estructura Social y Relaciones de Género: Un Enfoque Contemporáneo

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1. Introducción

El trabajador social es un profesional que desarrolla su actividad en la acción social para la prevención, asistencia y promoción del bienestar social, de la salud y de la calidad de vida con una diversidad de colectivos y en multitud de ámbitos profesionales. La estructura social sirve para entender e interpretar la realidad social e intervenir.

2. La Noción de Estructura Social

El propio concepto de estructura se puede hallar en varias aplicaciones, como:

  • Arquitectura: Cuando hablamos de estructura, señalamos la idea de edificio compuesto de distintos elementos, y en la que aparece la idea de algo estable, acabado e inmóvil, con permanencia en el tiempo.
  • Geología: Estratificación social; si bien denota jerarquía de los estratos sedimentados, deja entrever una rigidez que, a nuestro entender, opaca lo más interesante que aporta el concepto estructura social.
  • Anatomía o química: Aporte de la naturaleza relacional subyacente entre cada una de las partes. Se pretende comprender cuál es el vínculo por el que la existencia de una parte tiene que ver con las demás y cuáles son sus interacciones.

Cuando aludimos a la idea de estructura, nos referimos al escenario objetivo (en sentido durkheimiano) de todo aquello a lo que nos incorporamos desde el momento en que nacemos, en principio con escasas posibilidades de que sea cambiado. No obstante, esta perspectiva determinista oculta la dialéctica entre agencia y estructura.

  • Agencia: Capacidad de los individuos para actuar independientemente y hacer sus elecciones propias de modo libre.
  • Estructura: Pautas estables y recurrentes que influencian o limitan las elecciones y oportunidades.

La comprensión de esta dinámica aporta complejidad y una visión que permite interpretar la realidad cambiante en el tiempo y según los contextos. Nuestra perspectiva siempre integra los pares estructura ⟺ agencia, colectivo ⟺ individual y objetivo ⟺ subjetivo en una interpretación dialógica de la realidad social.

  • Determinismo estructural: todo es interpretado como inevitable y las personas son percibidas como objetos determinados desde el exterior.
  • Libre albedrío del individualismo metodológico: cuestión de voluntad.

Podemos señalar los parámetros que componen la estructura social contemporánea de España, que giran en torno a la distribución de posiciones sociales en función de los recursos socialmente valorados, como la edad.

3. Descripción y Explicación: La Importancia de la Perspectiva Teórica Adoptada

Las distintas posiciones sociales de las que se compone la estructura social implican el acceso de manera diferencial a los recursos, generando de este modo desigualdades sociales cuando dicho acceso no se produce. ¿Todos los ejes generan el mismo grado de desigualdad social?

Armando Fernández Steinko adopta una perspectiva teórica rigurosa y sugerente al plantear que la cuestión fundamental de la estructura social debe abordar es “qué es lo que sólo tienen en común algunas personas, cómo se comporta y si se trata de algo estructural o pasajero”. Ese algo es el trabajo, entendido como la actividad práctica de los individuos.

La descripción inicial debe ir seguida de una explicación. En este caso, se parte de la organización social material. La distinción entre los asalariados (gente que vive de un empleo) y aquellos que pueden vivir sin un empleo (por ejemplo, gracias a su patrimonio) constituye la base para analizar las sociedades contemporáneas.

La clasificación entre asalariados (dependen de un empleo), rentistas (pueden vivir de capitalizar su patrimonio) y capitalistas (que obtienen beneficios de inversiones en actividades productivas) constituye una buena clasificación para entender y explicar las diferencias sociales en una organización social capitalista, donde las relaciones económicas ejercen una fuerza dominante sobre otros ejes sociales como el sexo-género, la edad o la etnia, aunque la complejidad social implique formas diversas de retroalimentación.

La categoría de clase social permite relacionar y jerarquizar dentro de un sistema de relaciones, determinando quiénes reciben, qué recursos, en qué cantidad y por qué. Fernández Steinko, siguiendo la clasificación de Tilly sobre las definiciones de clase social, destaca el trabajo como un elemento unificador de la mayoría de clases, ya sea como generador de prestigio, riqueza o poder, enfatizando su vínculo con el mercado o como generador de culturas compartidas.

4. Las Relaciones Sociales de Género Vistas a Través del Tiempo

El libro “Trabajo, cuidados, tiempo libre y relaciones de género en la sociedad español", de Carlos Prieto, presenta una investigación que integra diferentes parámetros que giran en torno a tres grandes ámbitos:

  1. El trabajo remunerado.
  2. El trabajo doméstico y de cuidados.
  3. El tiempo libre.

El enfoque de este estudio se inspira en Miguélez y Torn (1998), quienes entienden la vida cotidiana como la organización concreta que las personas realizan entre los diversos ámbitos de su vida social, tanto en términos de práctica y actividad (perspectiva objetivista) como en términos de percepciones (perspectiva simbólica).

El capítulo titulado “El trabajo de cuidados entre el trabajo profesional y el tiempo de libre disposición personal: Perspectiva de género” se basa en el material discursivo de grupos de discusión. Se exploran las percepciones de hombres y mujeres de diferentes edades, niveles educativos y ocupación sobre el tiempo y el trabajo de cuidados no remunerados, interpretados a la par de los principales cambios sociales en las familias españolas.

El trabajo de cuidados se refiere a la atención y cuidado a personas que conviven en el hogar, extendiéndose hacia el entorno familiar cercano (padres, suegros, etc.). Este trabajo es predominantemente realizado por las mujeres. Esto ha llevado a construir la idea de que se trata de una actividad inherente al género femenino.

El estudio explora las percepciones subjetivas, los significados y las vivencias, destacando las diferencias entre cómo mujeres y hombres afrontan el cuidado de la vida en su cotidianidad. El estudio revela cómo el trabajo doméstico no es valorado ni siquiera por las propias mujeres que lo realizan, quiénes lo perciben como un tiempo perdido. Sin embargo, tanto mujeres como algunos hombres valoran positivamente, sobre todo, el cuidado de los hijos, aunque no así el cuidado de los mayores dependientes, que se asume como una obligación.

Este trabajo doméstico es común en todas las clases sociales, aunque las mujeres de clases medias-bajas suelen realizar estas tareas de manera remunerada en casa de otras personas. Las diferencias generacionales son significativas, especialmente entre mujeres de 40 años, quienes experimentan más conflictos al combinar el trabajo remunerado y doméstico (doble presencia). Las más jóvenes reclaman como un derecho el tiempo libre a disposición para ellas en igualdad con sus pares masculinos. Esta exigencia puede ser interpretada como la manifestación del proceso de individualización social en las mujeres más jóvenes.

Los hombres, aunque abogan por la igualdad, siguen desempeñando un papel secundario en el trabajo doméstico y de cuidados. La clásica división social sitúa a las mujeres en el ámbito de lo privado y a los hombres en el espacio público se mantiene. Aunque muchas mujeres han accedido al mercado laboral, añaden las tareas domésticas y cargas familiares a sus actividades diarias, resultando en tener menos tiempo libre que los hombres. Por tanto, la distribución equitativa de la carga de trabajo cotidiano requiere que los hombres asuman su parte de trabajo doméstico y de cuidados.

La investigación muestra que las mujeres jóvenes ya dedican más tiempo al trabajo doméstico que los hombres entre los 16 y los 24 años, aunque a esta edad el tiempo libre es el mayoritario en ambos géneros, pero esta diferencia aumenta con la edad. La necesidad de compatibilizar las tareas reproductivas y el trabajo remunerado genera tensiones familiares, a menudo resueltas externalizando el servicio a otra mujer, generalmente de clase trabajadora.

Este arreglo causa malestar entre las mujeres con doble presencia, quienes enfrentan la tensión entre la domesticidad aprendida y los requerimientos del empleo remunerado. El empleo remunerado es la manera de obtener, si no independencia total, sí al menos recursos propios: un espacio de sociabilidad personal y una vía de reconocimiento. Sin embargo, cuando ese reconocimiento se ve frustrado, aparece la disonancia entre las expectativas generadas por los procesos de independencia de las mujeres y los logros reales.

Sin embargo, la precarización del empleo, intensificada con la crisis, ha hecho que muchas mujeres jóvenes vean que el valor expresivo se reduce. Las mujeres mayores de 40 años han sido las principales responsables del trabajo doméstico y de cuidados; consideran el empleo como una vía de escape de sus cargas familiares. A diferencia de las menores de 40 años, que perciben el tiempo de ocio como un derecho propio.

El desmerecimiento es más intenso entre las menores de 40 años con estudios universitarios, lo que sugiere una nueva forma de ejercer el rol de ama de casa, centrada en el papel de cuidados de los hijos y la gestión familiar. Aunque no se contempla una vuelta atrás en la independencia lograda, la resistencia al cambio en la división sexual del trabajo persiste. La doble presencia afecta principalmente a las mujeres, con los hombres dedicándose mayormente al trabajo remunerado y disfrutando de su tiempo libre.

La centralidad de la vida laboral en la identidad masculina refleja la “masculinidad hegemónica” que otorga a los hombres un lugar visible y dotado de plenos derechos de ciudadanía. Sin embargo, la dedicación de hombres y mujeres al trabajo doméstico ha disminuido ligeramente (30 minutos), lo que podría indicar un cambio en la división sexual del trabajo y la posible aparición de “nuevas masculinidades”.

5. Nuevas Masculinidades: Del Privilegio a la Obsolescencia

El desempleo y la precarización laboral influyen negativamente en la percepción masculina del empleo, creando una ambivalencia: mientras disminuye su valor expresivo, la amenaza de perderlo refuerza su importancia instrumental. La incorporación de las mujeres al mercado laboral y el aumento del desempleo masculino generan cambios y conflictos en las familias. Aunque se reconoce la necesidad de compartir las tareas domésticas y de cuidados, la práctica no siempre refleja esta aceptación.

Los hombres en paro, aunque obligados a asumir tareas domésticas, no las consideran propias, optando por prácticas que les resultan placenteras. En cuanto al cuidado de hijos, se observa un cambio entre los jóvenes de clase media urbana; los hombres se involucran más en actividades como llevar a los hijos al colegio o leerles cuentos, pero las actividades domésticas diarias siguen siendo mayormente asumidas por mujeres.

En parejas de doble ingreso, los hombres empiezan a demandar flexibilidad laboral para participar en la crianza, pero la responsabilidad de los imprevistos cotidianos sigue recayendo sobre las mujeres. Estos cambios indican una posible redefinición de la masculinidad tradicional, asumiendo el trabajo de crianza de manera paritaria y en igualdad de condiciones que las mujeres. La precariedad e incertidumbre que afectan también a estas clases medias influyen en la búsqueda de nuevas formas de ser hombres y padres.

Así pues, la idea de que la responsabilidad del cuidado sea exclusivamente femenina ya no es mayoritaria; sin embargo, persisten las diferencias entre hombres y mujeres sobre qué significa cuidar, el contenido de los cuidados y los grados de obligatoriedad de estos. Marina Subirats interpreta los cambios en el orden de las familias y de lo doméstico como un desafío social al orden patriarcal. Aunque el espacio de dominio masculino en las familias no ha desaparecido, la masculinidad ya no protege a los hombres de asumir su parte de tareas domésticas.

Sin embargo, el desconcierto es palpable entre muchos hombres, que deben reordenar sus actitudes y abandonar roles tradicionales. Este cambio de roles del hombre como sustentador, mientras la mujer, como cuidadora y como trabajadora, rehace una nueva identidad que recae mucho más en los hombres. La forma dominante de ser hombre, «masculinidad hegemónica», es un género obsoleto y ha dejado de ser funcional en el contexto actual.

La Igualdad con las Mujeres: El Flanco Débil del Género Masculino

Luis Bonino distingue tres grupos principales respecto a la igualdad de género:

  • Contrarios a la igualdad: Mayores de 55 años (en los últimos años también los menores de 21 años); con estudios medios y trabajos poco cualificados, que mantienen relaciones con mujeres que se dedican a las tareas domésticas, y que ven las reivindicaciones como una amenaza al orden social.
  • Favorables al cambio de las mujeres: Generalmente más jóvenes, con estudios superiores, urbanitas, solteros, sin hijos, y mantienen relaciones con mujeres que trabajan en el ámbito público. En este grupo aparecen los que Bonino califica como varones acompañantes y utilitarios, que dejan hacer a las mujeres, pero sin asumir la parte que les corresponde; su cambio es más teórico.
  • Ambivalentes: Intervalo de los 35 a los 55 años, mantienen relaciones con mujeres que trabajan en el ámbito público, algunos son divorciados y suelen tener hijos. Se hallan los más desorientados ante los cambios de las mujeres, que aceptan a regañadientes estas transformaciones e intentan acomodarse como pueden.

La subjetividad masculina organizada de modo dominante implica dos ideales principalmente:

  1. Autoridad sobre las mujeres y el derecho de disponibilidad sobre ellas.
  2. Mayores derechos que ellas a imponer sus razones, gozar de libertad, usar el espacio-tiempo y ser sujeto de cuidados.

Los ideales masculinos tradicionales crean una jerarquía que coloca a las mujeres en tres posiciones:

  1. Idealizada, como madre.
  2. Denigrada, como prostituta.
  3. Complementaria, como mujer del varón.

Estos mitos son figuras de la socialización que se transmiten generacionalmente, convirtiéndose en ideales intrasubjetivos que funcionan como principios prescriptivos [lo que se debe hacer] y proscriptivos [lo que queda prescrito] que van guiando la construcción de dicha subjetividad.

Estos ideales se construyen bajo la masculinidad dominante, ejercen poder y control sobre las mujeres como una forma de sentirse valioso y reconocido en sí mismo y ante los demás, validando el propio narcisismo. La subjetividad nacida de estos imperativos masculinos conlleva un alto grado de rigidez, concretado en una lógica absoluta de opuestos: varón/mujer, varón/cobarde, fuerte/marica, etc., que dan poca cabida a los matices y dificultan mucho la transgresión de la norma.

La igualdad pone en cuestión esos pares, poniendo en riesgo la propia identidad del varón y su autoestima. El modelo de masculinidad hegemónica comienza a resquebrajarse, pero aún faltan modelos de masculinidad alternativos que promuevan identidades masculinas diversas y atractivas que no contravengan las relaciones igualitarias.

La flexibilidad laboral para conciliar el trabajo y la vida personal y los cuidados es crucial para una vida igualitaria junto con los derechos laborales básicos, como permisos retribuidos, salarios dignos y estabilidad laboral. Las estrategias educativas igualitarias basadas en investigaciones con hombres pueden ayudar a diseñar mejores modelos de masculinidad.

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