Esencia del Cristianismo: Jesús, Eucaristía, Oración y Moral

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. La esencia del cristianismo: La respuesta es Jesús de Nazaret

No es veraz afirmar que el núcleo del cristianismo se sitúa en unos principios morales. La religión cristiana no se puede identificar con una lista de cosas por hacer. El cristianismo tampoco se puede definir como una religión del libro, a diferencia de otras. La Biblia no es el centro del cristianismo. El corazón del cristianismo tampoco es la Iglesia ni una serie de dogmas sobre los que deba descansar nuestra fe. El cristianismo tiene en la persona de Jesús su centro y su razón. Él se ha presentado de este modo: "Yo soy el camino, la verdad y la vida". No se refiere a su obra o a su mensaje, sino a sí mismo. Esto distingue a Cristo de cualquier otro líder religioso de un modo absoluto. Otros líderes se han presentado como pregoneros de un mensaje de salvación, mensaje que han recibido y del que son testigos o profetas. En el cristianismo, el mensaje y el mensajero se identifican. Cristo manifiesta el amor de Dios que se hace presente entre los seres humanos.

2. ¿Quién es Jesús?

2.1. "La buena nueva: Dios nos envió a su Hijo"

La pregunta clave no fue si Cristo existió o no, sino quién fue realmente. Podemos intentar un primer acercamiento a su figura a través de los títulos o nombres que se le atribuyen en el Nuevo Testamento:

  • Jesús: Nombre tradicional en el pueblo judío que significa "Dios salva". Dios lo ha enviado para salvar al mundo de los pecados.
  • Cristo: Vocablo griego que significa "ungido" y que se corresponde con el término hebreo "Mesías". Llamar a Jesús "Cristo" significa reconocer que en él se cumplen las promesas de Dios.
  • Señor: Se corresponde con la palabra griega "Kyrios" que se utilizaba en la traducción griega del Antiguo Testamento. En el Nuevo Testamento, generalmente se designa a Dios Padre, pero también a Jesús.
  • Hijo de Dios: En el Antiguo Testamento, esta denominación designaba una relación especial entre Dios y un hombre o con el mismo pueblo de Israel, y tenía sentido llamarlo "filiación adoptiva". Con Jesús, este título cobra un nuevo valor. Al llamarlo "Hijo de Dios", manifestamos la relación única y privilegiada de total unidad y semejanza entre Jesús y Dios Padre. Jesús participa en la naturaleza divina. La filiación no es adoptiva sino real: Jesús es Hijo de Dios y, por eso, Dios con el Padre.

2.2. Jesús, verdadero Dios

En su vida se muestra su identidad y misión. Las palabras y las acciones del Nazareno presentan un mensaje divino: habla y actúa como Dios porque verdaderamente es Dios.

Las palabras de Jesús. Jesús relaciona directamente la llegada inminente del Reino de Dios con su persona. Para un judío, la llegada del Reino de Dios significaba la presencia definitiva de Dios entre los hombres. Jesús proclamó la instauración del Reino a través de:

  • La nueva ley. Promulga un mandamiento nuevo: el mandamiento del amor.
  • Las parábolas.
  • Las profecías. Cristo profetizó sobre el futuro de Israel, sobre el templo y sobre su destino.

Las obras de Jesús. Con sus obras, Jesús manifiesta que es Dios. Esto sucede especialmente con sus milagros y con el misterio de su muerte y resurrección.

  • Los milagros. Son acciones salvadoras frente al pecado, la enfermedad, el sufrimiento o la muerte. Manifiestan su poder divino.
  • Su muerte y resurrección. Son los signos definitivos de la salvación que Dios nos ofrece. Por su muerte, Jesús nos redime de los pecados. Gracias a su resurrección, su amor infinito vence definitivamente el poder de la muerte y promete la bienaventuranza eterna a aquellos que lo sigan.

3. El encuentro con Cristo

3.1. Segunda conversión

Para lograr este encuentro con Cristo, en primer lugar, hay que apartar aquello que nos impide llegar a él. Un obstáculo, evidentemente, es la superficialidad. El cristiano debe cuidar el silencio interior, un recogimiento que lo lleve a la intimidad con Dios: desde el ruido no se puede rezar. Para reparar nuestra alma, el remedio es el sacramento de la penitencia. La penitencia es la segunda conversión, la ocasión de abrir el corazón ante un sacerdote que, en ese momento, no es él mismo, sino que actúa en persona de Cristo.

3.2. La Eucaristía, cumbre de la vida cristiana

La religión católica posee una realidad maravillosa en la Eucaristía. Está el Señor con su cuerpo, con su sangre, con su alma y con su divinidad. Los católicos creen en la presencia real. No hay mayor encuentro posible con Él que en la comunión y cuando se reza ante el tabernáculo. Recibir la Eucaristía es adorar al que recibimos. La adoración fuera de la Santa Misa prolonga e intensifica lo acontecido en la misma celebración litúrgica. En efecto, solo en la adoración puede madurar una acogida profunda y verdadera que quiere romper las barreras, no solo entre el Señor y nosotros, sino también todas las barreras que nos separan a unos de otros.

4. La amistad con Jesús: la oración

Con la oración establecemos un diálogo personal con Dios. Él nos habla en el silencio del corazón, a través de las Sagradas Escrituras y, especialmente, mediante la vida y las palabras de Jesús. Es la acción del Espíritu Santo la que inspira al cristiano que ora, llena de afectos su corazón y lo ayuda a concretar propósitos de mejora. Si el centro del cristianismo es Jesús, para el cristiano la clave de su vida se halla en la búsqueda y el encuentro con Jesús. Los evangelios narran que, a menudo, Cristo se retiraba a orar. Los discípulos se quedaron impresionados al observar la oración de Jesús y le pidieron que les enseñase a orar. Él les enseñó el Padre Nuestro. Cuando su vida en la tierra llegaba a su término, Jesús pidió a sus discípulos que se dirigieran al Padre en su nombre. Cuando se habla de oración, se suele pensar, en primer lugar, en la oración mental. El creyente, en presencia de Dios, le habla y le abre su corazón para dejarse inundar por sus mociones. La oración también puede ser vocal y, normalmente, se hace a través de fórmulas o invocaciones aprendidas o espontáneas. En la oración comunitaria, los cristianos rezamos unidos, especialmente en las celebraciones litúrgicas.

. La moral: identificarse con Cristo

Ser cristiano significa ser discípulo de Cristo. Esto quiere decir identificarse con él hasta el punto de que tengamos entre nosotros los sentimientos propios de Cristo. El cristiano se deja transformar por Cristo.

La santidad consiste en encarnar en la propia vida la condición de perfecto hombre que caracterizaba a Cristo, cada uno en sus circunstancias. Él mismo nos pidió que fuéramos perfectos como Dios es perfecto. Es una perfección para la que, para que sea posible, Dios debe actuar en nosotros, Él mediante su gracia. Dios quiere que el ser humano acoja libremente ese don sobrenatural. Este es el sentido de la moral cristiana. Por medio de una vida moral, se adquieren los modos de actuar con cuya ayuda es posible alcanzar la intimidad con Dios. El centro de la predicación de Jesús está constituido por las bienaventuranzas.

2. La vocación a la bienaventuranza

2.1. Las bienaventuranzas

En el Sermón de la Montaña, San Mateo presenta a Jesús como el nuevo Moisés. La montaña representa al Sinaí. La montaña es, además, el sitio al que Jesús se retiraba a orar.

  • Las bienaventuranzas dibujan el rostro de Cristo. Con ellas, Dios nos llama a su propia bienaventuranza. No prometen únicamente una recompensa tras la muerte, sino que aseguran que esa actitud de servicio, pobreza o humildad se verá acompañada por un gozo en la vida presente.
  • Las bienaventuranzas presentan la situación del creyente en el mundo: su característica más llamativa es que son una paradoja, ya que dan la vuelta a los criterios habituales en el mundo. La paradoja radica en que los "fracasados" para el mundo son los que se convierten en la fuente de la salvación.
  • Las bienaventuranzas expresan lo que significa ser discípulo. Las bienaventuranzas son la manera de trasladar la cruz y la alegría de la resurrección a la vida creyente. También son el modelo de la Iglesia, por eso ella se dirige a los pecadores y a las periferias.

2.2. La bienaventuranza cristiana

Las bienaventuranzas no añaden preceptos nuevos al decálogo, sino que invitan a purificar el corazón para amar a Dios sobre todas las cosas. Decimos que son bienaventurados:

  • Los pobres de espíritu. Son los que aceptan con sencillez lo que Dios les da y se fían de él. No se habla solo de la pobreza material, sino de una actitud de libertad interior que hará posible la justicia social.
  • Los mansos. En ellos se hace presente la bondad de Dios. Son humildes como Cristo, que renunció a toda violencia entregándose a morir y que mostró que la humanidad está en la esencia del nuevo modo de gobernar.
  • Los afligidos: Se refiere a las personas que no pactan con la mediocridad, las que se duelen por el poder del mal en el mundo y se ponen del lado de Dios, que es amor. Ellas son capaces de llenar el mundo de esperanza. Por eso se afirma también: "dichosos los perseguidos".
  • Los que tienen hambre y sed de justicia: más allá de las opiniones dominantes, buscan el bien verdadero.

La ley nueva de Jesús está contenida en el mandamiento del amor. Con ella, la moralidad se convierte en un criterio de vida que es fuente de inspiración para la propia vida y para las vidas de los demás.

3. La dignidad del hombre

3.1. A imagen de Dios lo creó

La enseñanza sobre las bienaventuranzas permite comprender por qué la religión católica defiende la dignidad de toda persona humana, con independencia de sus éxitos, realizaciones, situación económica o social. En el ser humano se pueden distinguir los siguientes rasgos distintivos respecto al resto de las criaturas:

  • Está dotado de alma espiritual e inmortal. Ha sido amado por sí mismo, no en general, sino personalmente.
  • Es un ser moral. El hecho de ser un sujeto libre introduce al ser humano en la vida moral por medio del conocimiento de la ley de Dios y del juicio de su propia conciencia. Cada uno de nosotros es responsable de sus actuaciones ante Dios y ante los demás.
  • Participa de la fuerza del Espíritu divino, bien sea por medio de su intelecto o por su voluntad, gracias a la cual se puede acercar libremente hacia la verdad del amor y el bien.

Gracia y libertad son dos factores complementarios. Sin libertad no es posible la salvación; sin la gracia no podemos alcanzar el bien infinito al que estamos llamados.

3.2. La libertad

La libertad es el poder, radicado en la razón y en la voluntad, de obrar o de no obrar. El ser humano elige y, al elegir, se elige a sí mismo. Al responder al plan de Dios, la persona humana crece hacia su plenitud y se desvirtúa cuando se aleja de aquel. De hecho, cuanto más bien se hace, más crece la libertad. Que la acción libre sea responsable significa que depende de quien la ha realizado y que, por lo tanto, le es imputable. En la actualidad, muchos quieren libertad, pero sin responsabilidad. Defender la libertad supone una apuesta fuerte: el hombre no es una marioneta, sino actor y autor de sus acciones. Porque hay libertad se puede hablar de pecado. Hay pecado cuando se yerra con libertad. La vida cristiana es contraria a la rigidez, al voluntarismo, al control y al miedo. Se desenvuelve siempre en el espacio de la libre respuesta a Dios. Esta es la razón de que al cristiano siempre lo acompañe la alegría.

6. El pecado y la conversión

Los hombres debemos adherirnos al bien. A esta fidelidad se oponen las tentaciones que nos acometen del exterior. No hay santidad sin renuncia y sin combate. Esta situación de combate es una hermosa oportunidad de ser libres colaboradores de la obra de Dios. Podemos decir "no" al plan de Dios para nosotros. El pecado es renunciar al proyecto de amor de Dios; conduce a la alienación. Aunque no se pretenda ofender directamente a Dios, con él se da preferencia a una criatura. La falta que se comete puede ser venial o mortal. Para que haya pecado, además de la materia, es necesario tener advertencia y consentimiento. Una de las principales actitudes cristianas es la conversión: el pecador siente dolor por su ofensa a Dios. No se trata de un dolor servil, sino de un dolor filial. El éxito o el fracaso de la vida moral se miden por el amor a Dios y al prójimo.

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