Escultura, Pintura y Arquitectura Románica: Un Viaje por el Arte Medieval
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Escultura Románica
Entre la caída del Imperio Romano en el siglo V y el siglo XI, la escultura estuvo prácticamente desaparecida, resurgiendo a partir de entonces, sobre todo en las portadas y capiteles. Esta escultura monumental, donde la exenta tendrá un impacto muy reducido, está sujeta a unos principios más o menos fijos:
- La forma se adapta a la superficie que tiene que decorar, lo que explica que en ocasiones las esculturas adopten formas extrañas, desproporcionadas y deformadas.
- Cuando una figura sustituye a un elemento arquitectónico (por ejemplo, una estatua sustituye a un fuste), adopta la forma del elemento al que sustituye (alargada y cilíndrica).
- Una vez que la decoración ocupa su lugar, tenderá a llenarlo todo (horror vacui).
- El tamaño de las figuras depende de su importancia (mayor cuanto más grande sea).
- Lo más importante es el significado de las imágenes y no la forma que estas adopten. Por eso las figuras no son naturalistas, sino que son planas, deformadas intencionadamente (sobre todo manos y ojos), carecen de individualidad (por eso suelen llevar signos que permiten su identificación), se utiliza la perspectiva jerárquica y los ropajes son rígidos y simétricos. Con el tiempo la escultura evolucionará hacia el naturalismo y a finales del siglo XII crea modelos expresivos y grandiosos, con más volumen, como podemos ver en el Pórtico Real de Chartres.
La Portada
El lugar preferente para la decoración es la portada. En el tímpano se despliega el tema más amplio e importante, preferentemente el Pantocrátor rodeado del Tetramorfos y los 24 ancianos del Apocalipsis (como podemos ver en la portada de San Pedro de Moissac, del siglo XII). También suele representarse el Juicio Final (en el centro aparecen Cristo y los evangelistas, a su derecha están los justos y a su izquierda los condenados). También puede aparecer el arcángel San Miguel con una balanza pesando las almas. Es aquí cuando aparece el demonio, en el que lo feo se pone al servicio de lo malo. Este tema lo podemos ver en el tímpano del pórtico occidental de la iglesia de Santa Fe de Conques, realizado entre 1130 y 1135.
En España destaca la Puerta de Platerías de la fachada meridional de Santiago de Compostela (1103-1104), el Apostolado de la Cámara Santa de Oviedo y, sobre todo, el Pórtico de la Gloria de Compostela. Esta obra principal, realizada por el Maestro Mateo, está formada por tres arcos completamente cubiertos de esculturas que señalan el cambio estético que conduce al gótico. El tímpano del arco central acoge a Cristo Juez con los brazos abiertos, mostrando así las llagas, y rodeado de evangelistas y el pueblo redimido. En las arquivoltas, los 24 ancianos del apocalipsis tañen los instrumentos. En las jambas, a la izquierda los profetas, a la derecha los apóstoles. Dos novedades encontramos aquí si comparamos esta portada con la de Moissac. La primera es iconográfica: el Dios que aparece aquí es misericordioso y menos rígido, es el Cristo de la Pasión, más humano porque ofrece la salvación. La otra es de carácter formal: está policromada y es más naturalista, las esculturas parecen querer liberarse del rígido corsé arquitectónico y ganar volumen. Las figuras, con rostros individualizados, conversan entre sí, gesticulan, sonríen, etc.
El Claustro Románico
El claustro románico va a ser escenario y marco de decoración escultórica, sobre todo en los capiteles. Allí se alternan los elementos decorativos vegetales y los figurativos e historiados de finalidad didáctica. Formalmente tienen forma de paralelepípedo coronado por un cimacio decorado y de talla profunda. Suelen representarse pasajes importantes de la historia sagrada (Adán y Eva, la Expulsión del Paraíso, la Anunciación, etc.) que lo convierten en una verdadera biblia en piedra. El más antiguo de los claustros románicos hispanos y el primero historiado es el de Santo Domingo de Silos, Burgos, comenzado a finales del siglo XI. En los machones de las esquinas, destacan una serie de relieves de los que el más conocido es el de la Duda de Santo Tomás, que representa la aparición de Cristo tras la resurrección y la duda del santo.
La Escultura Exenta
La escultura exenta tiene en el románico un menor desarrollo que la monumental y se limitará a la representación del Cristo crucificado en majestad, es decir, triunfante sobre la muerte tras la resurrección (como la Majestad Batlló, atribuida al taller de Ripoll, s. XIII) y la Virgen con el Niño, que sigue el modelo Kyriotisa procedente de Bizancio (Virgen de Nuria, Gerona, s.XII-XIII).
Pintura Románica
En el mundo románico la arquitectura religiosa encontraba en las artes plásticas un complemento imprescindible para hacer comprender al fiel, generalmente inculto, las verdades de la fe que profesaba. Así, en los relieves exteriores se le advertía de los peligros que para la salvación conllevaba el vicio y el pecado; mientras que en las pinturas que recubrían el interior de las iglesias, el mensaje se humanizaba recurriendo al ejemplo de la vida de los santos y al papel de la Virgen y Cristo. Escultura y pintura cumplían, por tanto, una función didáctica. El resultado será una pintura que tratará de representar las cosas como son concebidas, como son pensadas, y no como son en realidad. Así, la imagen se alarga, se deforma (las manos y los ojos se hacen más grandes y el cuerpo adopta extrañas posturas). Las figuras se representan majestuosas y distantes. Desde el punto de vista técnico, hay un predominio de la línea, que marca los contornos de las figuras, cuyo interior se rellena de colores planos, y que carece de profundidad. Estas pinturas murales se realizan al fresco. Se prepara el muro con un mortero de arena y cal, luego se enluce con un mortero más fino que contiene, además, polvo de mármol. Luego se traslada a la pared el dibujo a realizar soplando polvo de carbón sobre las líneas agujereadas del mismo (es lo que se llama estarcido). Finalmente, se aplica el color disuelto en agua.
¿Qué representan estas pinturas? En primer lugar se presentan ante el fiel los grandes principios de la religión: la Trinidad (Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo) y la Virgen. Como son los temas más importantes se les reservan los lugares principales, el ábside y la bóveda del templo.
Al Hijo, a Jesucristo, se le presenta como Maiestas Domini, como todopoderoso o Pantocrátor, sentado, en el interior de la mandorla, su mano derecha bendiciendo y la izquierda sosteniendo el Libro sagrado. Frecuentemente aparece rodeado por el Tetramorfos, los evangelistas a través de los cuales Jesús se manifiesta al mundo. El mejor ejemplo de la pintura románica en España es el Pantocrátor del Maestro de Tahüll en la iglesia de San Clemente, pintado hacia el 1123.
La Virgen se representa en calidad de Theotokos o Madre de Dios, cuando aparece sentada, como Divina Majestad, sigue la tipología kyriotisa bizantina, así la podemos ver en la iglesia de Santa María de Tahüll,en Lérida. Cuando lo hace de pie, como Camino de Salvación, sigue la tipología hodegetria bizantina. En ambos casos puede aparecer inscrita en una mandorla sostenida por ángeles. También puede aparecer flanqueada por los Reyes Magos, es el tema de la Epifanía. En segundo lugar los apóstoles y los santos dan testimonio, con su presencia y con el ejemplo de sus vidas, de que lo que se representa en el ábside o en la bóveda, es verdad. Por eso aparecen representados en la parte baja de los ábsides y de los muros. En tercer lugar, aparecen extensas narraciones de episodios del Antiguo y del Nuevo Testamento o de las vidas de los santos, e incluso hechos apocalípticos. Entre los primeros se encuentran el tema de la Creación, la historia de Caín y Abel, la de Noé y el Diluvio Universal, etc. Entre los segundos, escenas de la vida de Cristo, en especial sus milagros. Las vidas de los santos constituyen una de las representaciones más populares en las pequeñas iglesias rurales. Finalmente, los asuntos apocalípticos, que representan el Juicio Final, ocupan los pies de la iglesia. Además de la pintura mural, el románico nos ha legado muestras de pintura sobre tabla, especialmente procedentes de Aragón y Cataluña. Las obras más numerosas son los llamados frontales o antipendios, que se colocaban delante de la mesa del altar, visible para los fieles. Su parte central estaba ocupada por la representación de Cristo, de la Virgen o de un santo. Los laterales, divididos en dos mitades, se reservaban a los apóstoles, profetas, escenas de la vida de la Virgen o narraciones con los tormentos a que fueron sometidos los santos. Este es el caso del frontal de San Quirze de Durro, Lérida, 1100, que narra el martirio a que fueron sometidos el santo y su madre, Santa Julita. Tenemos, además, los baldaquinos o ciborios. Entre ellos distinguimos los teguria, una especie de templete que cubría el altar; y los laguearia, que constaba de un plafón que se colocaba sobre el altar. Menos frecuente es el retablo, que alcanzará gran desarrollo en el gótico.
ARQUITECTURA ROMÁNICA: El término “románico” se utiliza por primera vez a comienzos del XIX en el marco del debate sobre el origen de las lenguas romances, siendo aplicado, por analogía, al arte que surge simultáneamente en diferentes puntos de Europa a mediados del siglo XI (primer románico: 1000-1075), se desarrolla durante el XII (románico pleno: 1075-1150), y sucumbe finalmente al empuje gótico (románico tardío 1150-1200), dando lugar al primer estilo internacional.
La orden benedictina de Cluny jugó un papel crucial en la difusión del nuevo arte, al abrir gran cantidad de establecimientos a lo largo de los caminos de peregrinación que conducían a los tres destinos principales: Tierra Santa, Roma y Santiago de Compostela. Estos monasterios eran centros productores que se comportaban como verdaderos señores feudales, y a la vez, reductos de la vida cultural y artística. Por todo lo anterior podemos afirmar que el arte románico es un arte religioso, cuya finalidad es claramente pedagógica: ilustrar a las masas iletradas en las verdades de la fe. Para este fin era más importante simplificar las formas y transmitir un mensaje claro que perderse en los placeres estéticos. Los monasterios románicos fueron verdaderas ciudades de Dios. En su forma más primitiva se expandieron en torno a una zona distribuidora, el claustro, espacio cuadrangular abierto al cielo y rodeado por una galería. Al norte suele encontrarse la iglesia, mientras que en las restantes se abren la sala capitular, el refectorio y las estancias administrativas. Completan el conjunto la biblioteca y salas de trabajo. En la planta alta se encuentran las celdas o dormitorios de los monjes. El más grande de la cristiandad fue el Monasterio de Cluny, iniciada su primera construcción en 910 alcanzó su consagración en 1130, siendo destruido en la revolución francesa. En España destacan el navarro de San Salvador de Leyre, el gerundense de Ripoll y Santo Domingo de Silos en Burgos. La principal manifestación arquitectónica es la iglesia de peregrinación, cuya estructura permitía la exposición de reliquias, de las que dependía su fama.
Su configuración viene condicionada por el empleo de pesadas bóvedas de cañón realizadas en piedra que, a pesar del refuerzo que suponen los arcos fajones o perpiaños que la cruzan transversalmente, deben contar con contrafuertes o estribos para contrarrestar los empujes laterales. Por su parte, los empujes verticales son absorbidos directamente por los muros en los casos de iglesias de una sola nave. Cuando se trata de iglesias de tres naves, las laterales son más bajas que la central, permitiendo así que se abran ventanas para iluminar el interior. A pesar de lo cual hay un predominio claro del macizo sobre el vano y por tanto de la oscuridad sobre la luminosidad. En el caso de iglesias de varias naves, la central descansa sobre pilares cruciformes, al que se adosan columnas, semicolumnas o pilastras, dando lugar al pilar compuesto. Estos pilares quedan unidos entre sí por arcos formeros, paralelos al eje de la bóveda. También se usa la columna, con basa y fuste cilíndrico. El capitel, perdida la proporcionalidad clásica, es, preferentemente, de forma troncocónica y con decoración vegetal, siendo sustituido paulatinamente por el historiado, de claro sentido didáctico. Mientras, las naves laterales cubren con bóvedas de arista (resultado del cruce perpendicular de dos bóvedas de cañón), y sobre ellas puede haber una amplia galería llamada tribuna, cubierta por bóveda de cuarto de esfera y abierta a la nave central a través del triforio, y que deriva los empujes de la nave central hacia los muros exteriores. La cabecera más corriente, precedida de un transepto o nave de crucero, es un ábside semicircular, al que se pueden añadir absidiolos semicirculares o poligonales, permitiendo así satisfacer la demanda de misas de los peregrinos. Orientada al este, alberga el altar o capilla mayor, mientras que las naves laterales pueden dar la vuelta por detrás formando la girola o deambulatorio, que permite a los visitantes recorrer el templo sin interrumpir los oficios. Debajo de la capilla mayor suele haber una cripta abovedada. En la cabecera accidentada o triconque, los ejes longitudinales de los ábsides son paralelos entre sí.