Eneas y Dido: Amor y Destino en la Eneida de Virgilio
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Libro IV: La Pasión de Dido
"¿Crees que se preocupan de esto las cenizas o los Manes enterrados? Sea: no pudo pretendiente alguno doblegarte 35 ni aquí, en Libia, ni antes en Tiro; Yarbas fue despreciado con otros caudillos a quienes África sustenta, rica en triunfos. ¿Lucharás también contra un amor deseado? ¿No tienes en cuenta de quién son los campos en que te has instalado? Por aquí las ciudades getulas, raza invencible en la guerra, 40 y los númidas sin freno te rodean y la inhóspita Sirte; por allí una región desolada por la sed y los barceos furiosos. ¿Y qué decir de las guerras que se alzan en Tiro y las amenazas de tu hermano? Creo, sin duda, que por auspicios divinos y el favor de Juno 45 mantuvieron hasta aquí su curso en alas del viento las naves troyanas".
Libro IV: La Llegada de Mercurio
Había hablado. Se disponía aquel a obedecer de su augusto padre la orden, y primero anuda a sus pies los talares de oro que lo llevan ligero con sus alas bien sobre el mar 240 bien sobre la tierra, con la rápida brisa. Toma entonces la vara: con ella evoca a las pálidas almas del Orco, a otras las manda al triste Tártaro, da y quita los sueños y abre los ojos en la hora de la muerte. En ella confiado conduce los vientos y traspasa las nubes 245 tempestuosas. Y ya volando divisa la cima y la escarpada ladera del duro Atlante que sostiene con su vértice el cielo, del Atlante, cuya pinífera cabeza ceñida de negros nubarrones azotan con frecuencia la lluvia y el viento, la nieve caída le cubre los hombros y ríos bajan 250 de su barbilla de anciano y se eriza espantosa su barba por el hielo. Aquí se detuvo, en primer lugar, sosteniéndose el Cilenio en sus alas iguales; de aquí se lanzó con todo su cuerpo a las olas, al ave semejante que baja vuela sobre los mares, ya por las playas, ya por los acantilados llenos de peces. 255 No de otra forma entre las tierras y el cielo volaba hacia la arenosa costa de Libia y cortaba los vientos el nacido en Cilene que venía de su abuelo materno. En cuanto tocó con sus aladas plantas las cabañas, divisó a Eneas fundando fortalezas y construyendo 260 nuevas casas. Tenía la espada salpicada de rubio jaspe y resplandecía con una capa de púrpura tiria colgada de los hombros, presentes que la espléndida Dido le hiciera y había bordado la tela con hilo de oro. Y enseguida le aborda: "¿Tú te dedicas ahora a plantar los cimientos 265 de la alta Cartago y complaciente con tu esposa construyes una hermosa ciudad? ¡Olvidas, ay, tu reino y tus propios deberes! El propio rey de los dioses desde el Olimpo luminoso me envía, el que cielo y tierra gobierna con su numen; él mismo me ordena traerte estas órdenes por las rápidas auras: 270 ¿qué tramas o con qué esperanza gastas tu tiempo en las tierras libias? Si no consigue moverte la gloria de futuro tan grande, 272 mira cómo crece Ascanio y respeta las esperanzas de tu heredero 274 Julo, a quien se deben el reino de Italia y la tierra romana." 275 Tras hablar de esta manera dejó el Cilenio su aspecto mortal sin aguardar respuesta y desapareció de los ojos, lejos, hacia el aura tenue.
Libro IV: La Desesperación de Dido
"¿Por qué, si no, preparas tu flota en invierno y te apresuras a navegar por alta mar entre los Aquilones, cruel? ¿Es que si no tierras extrañas y hogares 310 desconocidos buscases y en pie siguiera la antigua Troya, habrías de ir a Troya en tus naves por un mar tempestuoso? ¿Es de mí de quien huyes? Por estas lágrimas mías y por tu diestra (que no me he dejado, desgraciada de mí, otro recurso), por nuestra boda, por el emprendido himeneo, 315 si algo bueno merecí de tu parte, o algo de la mía te resultó dulce, ten piedad de una casa que se derrumba, te lo ruego, y abandona esa idea, si hay aún lugar para las súplicas. Por tu culpa los pueblos de Libia y los reyes de los númidas 320 me odian, en contra tengo a los tirios; también por tu culpa perdí mi pudor y con lo que sola caminaba a las estrellas, mi fama primera. ¿A quién me abandonas moribunda, mi huésped (que sólo esto te queda de tu antiguo nombre de esposo)? ¿Qué puedo esperar? ¿Tal vez que arrase mis murallas mi 325 hermano Pigmalión o que prisionera me lleve el getulo Yarbas? Si al menos hubiera recibido de ti algún retoño antes de tu huida, si algún pequeño Eneas me jugase en el patio, que te llevase de algún modo en su rostro, no me vería entonces de esta manera atrapada y abandonada." 330
Libro IV: La Respuesta de Eneas
Hace rato le mira mientras habla con malos ojos, los revuelve aquí y allá, y todo lo recorre con silenciosa mirada y así estalla por último: "Ni una diosa fue el origen de tu raza ni desciendes de Dárdano, pérfido, que fue el Cáucaso erizado de duros peñascos 365 quien te engendró y las tigresas de Hircania te ofrecieron sus ubres. Pues, ¿por qué disimulo o a qué faltas mayores me reservo? ¿Es que se ablandó con mi llanto? ¿Bajó acaso la mirada? ¿Se rindió a las lágrimas o tuvo piedad de quien tanto le ama? ¿Qué pondré por delante? ¡Si ya ni la gran Juno 370 ni el padre Saturnio contemplan esto con ojos justos! No hay lugar seguro para la lealtad. Arrojado en la costa, lo recogí indigente y compartí, loca, mi reino con él. Su flota perdida y a sus compañeros salvé de la muerte (¡ ay, las furias encendidas me tienen!), y ahora el augur Apolo 375 y las suertes licias y hasta enviado por el propio Jove, el mensajero de los dioses le trae por las auras las horribles órdenes. Es, sin duda, éste un trabajo para los dioses, este cuidado inquieta su calma. Ni te retengo ni he de desmentir tus palabras: vete, que los vientos te lleven a Italia, busca tu reino por las olas. 380 Espero confiada, si algo pueden las divinidades piadosas, que suplicio hallarás entre los peñascos y que repetirás entonces el nombre de Dido. De lejos te perseguiré con negras llamas y, cuando la fría muerte prive a estos miembros de la vida, 385 sombra a tu lado estaré por todas partes. Pagarás tu culpa, malvado. Lo sabré y esta noticia me llegará hasta los Manes profundos." Con estas palabras da la conversación por terminada y, afligida, se aparta de las auras y se aleja, y se esconde de todas las miradas, dejando a quien mucho dudaba de miedo y mucho se disponía a decir. La recogen sus sirvientes y su cuerpo sin sentido 390 levantan del lecho marmóreo y lo colocan en su cama.
Libro IV: La Partida de Eneas
Y el piadoso Eneas, aunque quiere con palabras de consuelo mitigar su dolor y disipar sus cuitas, entre grandes suspiros quebrado su ánimo por un amor tan grande, cumple sin embargo con los mandatos de los dioses y revisa la flota. Se esfuerzan entonces los teucros y arrastran al mar por toda la costa las altas naves. Nada la quilla embreada, traen de los bosques hojosos remos y maderos toscos en su afán por huir. Se les ve de un lado para otro y bajar de toda la ciudad, 400 como cuando arramplan las hormigas con su carga de farro pensando en el invierno y la ponen en su refugio; avanza por los campos el negro batallón y en angosto sendero arrastra su botín entre las hierbas; unas los granos mayores empujan con los hombros, otras cuidan la formación 405 y azuzan a las retrasadas, hierve el camino entero con su trabajo. ¡Qué sentías entonces, Dido, al contemplar todo eso! ¡Qué gemidos no dabas al ver de lo alto de la muralla hervir el litoral entero y animarse ante tus ojos la llanura con tanto griterío! 410 ¡Ímprobo Amor, a qué no obligas a los mortales pechos! De nuevo a recurrir a las lágrimas, a intentarlo de nuevo con ruegos y, suplicante, se ve obligada a domeñar sus ánimos ante el amor, que no ha de dejar nada sin probar en vano la que va a morir. 415 "Ve, hermana mía, y habla suplicante a un enemigo orgulloso: no juré yo con los dánaos en Áulide la destrucción 425 del pueblo troyano, ni envié contra Pérgamo mi flota, ni he violado las cenizas de su padre Anquises, ni sus Manes. ¿Por qué no deja que lleguen mis palabras a sus duros oídos? ¿Hacia dónde corre? Que al menos dé un último presente a la amante desgraciada: que espere una huida fácil y unos vientos propicios. 430 No reclamo ya el compromiso aquel que ha traicionado, ni que se quede sin su hermoso Lacio o abandone su reino; pido un tiempo muerto, descanso y tregua para mi locura, mientras mi suerte me enseña a soportar el dolor de la derrota. Éste es el último favor que pido (ten piedad de tu hermana) 435 y, si me lo concede, con creces se lo pagaré con mi muerte."
Libro IV: La Firmeza de Eneas
Y como cuando de un lado y de otro los Bóreas alpinos se pelean por arrancar la robusta encina de añoso tronco con sus soplidos; braman, y las altas ramas caen a tierra desde la copa golpeada; ella, sin embargo, a las rocas se clava y tanto su punta eleva 445 a las auras etéreas como llega hasta el Tártaro con la raíz: no de otro modo se ve batido el héroe de una y otra parte con insistencia, y en lo hondo de su noble pecho siente las cuitas; firme sigue su propósito, las lágrimas ruedan inanes. Entonces, aterrorizada por su sino, la infeliz Dido busca la muerte; odia contemplar ya la bóveda del cielo. 450
Libro IV: Los Presagios Funestos
y azuzan a las retrasadas, hierve el camino entero con su trabajo. ¡Qué sentías entonces, Dido, al contemplar todo eso! ¡Qué gemidos no dabas al ver de lo alto de la muralla hervir el litoral entero y animarse ante tus ojos la llanura con tanto griterío! 410 ¡Ímprobo Amor, a qué no obligas a los mortales pechos! De nuevo a recurrir a las lágrimas, a intentarlo de nuevo con ruegos y, suplicante, se ve obligada a domeñar sus ánimos ante el amor, que no ha de dejar nada sin probar en vano la que va a morir. 415 "Ve, hermana mía, y habla suplicante a un enemigo orgulloso: no juré yo con los dánaos en Áulide la destrucción 425 del pueblo troyano, ni envié contra Pérgamo mi flota, ni he violado las cenizas de su padre Anquises, ni sus Manes. ¿Por qué no deja que lleguen mis palabras a sus duros oídos? ¿Hacia dónde corre? Que al menos dé un último presente a la amante desgraciada: que espere una huida fácil y unos vientos propicios. 430 No reclamo ya el compromiso aquel que ha traicionado, ni que se quede sin su hermoso Lacio o abandone su reino; pido un tiempo muerto, descanso y tregua para mi locura, mientras mi suerte me enseña a soportar el dolor de la derrota. Éste es el último favor que pido (ten piedad de tu hermana) 435 y, si me lo concede, con creces se lo pagaré con mi muerte." Y como cuando de un lado y de otro los Bóreas alpinos se pelean por arrancar la robusta encina de añoso tronco con sus soplidos; braman, y las altas ramas caen a tierra desde la copa golpeada; ella, sin embargo, a las rocas se clava y tanto su punta eleva 445 a las auras etéreas como llega hasta el Tártaro con la raíz: no de otro modo se ve batido el héroe de una y otra parte con insistencia, y en lo hondo de su noble pecho siente las cuitas; firme sigue su propósito, las lágrimas ruedan inanes. Entonces, aterrorizada por su sino, la infeliz Dido busca la muerte; odia contemplar ya la bóveda del cielo. 450 donde arde el incienso, que negros se ponían los líquidos sagrados y sangre impura volverse los vinos libados; y a nadie contó lo que había visto, ni a su hermana siquiera. 455 Además, había en su casa de mármol un templo del antiguo esposo, que honraba con honor admirable, adornado de níveos vellones y fronda festiva; de aquí le pareció oír sus voces y palabras, que la llamaba, cuando la oscura noche se apoderaba de la tierra, 460 y que por los tejados un búho solitario con fúnebre canto se lamentaba a menudo hasta convertir su larga voz en llanto. Y muchas predicciones además de antiguos vates la aterrorizan con terrible advertencia.
Libro IV: Los Preparativos de la Pira
rociando húmedas mieles y soporífera adormidera. Ella asegura liberar con sus encantamientos cuantos corazones desea, infundir por el contrario a otros graves cuitas, detener el agua de los ríos y hacer retroceder a los astros, y conjura a los Manes de la noche. Mugir verás 490 la tierra bajo sus pies y bajar los olmos de los montes. "A ti, querida hermana, y a los dioses pongo por testigos y a tu dulce cabeza, de que a disgusto me someto a la magia. Tú levanta en secreto una pira dentro del palacio, al aire, y sus armas, las que dejó el impío colgadas 495 en el tálamo y todas sus prendas y el lecho conyugal en el que perecí, ponlos encima: todos los recuerdos de un hombre nefando quiero destruir, y lo indica la sacerdotisa." Dice estoy se calla, e inunda la palidez su rostro. Ana no advierte, sin embargo, que su hermana bajo ritos extraños 500 oculta su propio funeral, ni imagina en su mente locura tan grande o teme desgracia mayor que la muerte de Siqueo. Así que obedece sus órdenes
Libro IV: El Ritual de Dido
La reina al fin, levantada la enorme pira al aire en lugar apartado con teas de pino y de encina, 505 adorna el lugar con guirnaldas y lo corona de ramas funerales; encima las prendas y la espada dejada y un retrato sobre el lecho coloca sin ignorar el futuro. Altares se alzan alrededor y la sacerdotisa, suelto el cabello, invoca con voz de trueno a sus trescientos dioses, y a Érebo y Caos 510 y Hécate trigémina, los tres rostros de la virgen Diana. Y había asperjado líquidos fingidos de la fuente del Averno, y se buscan hierbas segadas con hoces de bronce a la luz de la luna, húmedas de la leche del negro veneno; se busca asimismo el filtro arrancado de la frente del potrillo 515 mientras nacía, quitándoselo a su madre. La propia reina junto a los altares, con uno de sus pies desatado, la harina sagrada en las piadosas manos y el vestido suelto, pone por testigos a los dioses de que va a morir y a las estrellas sabedoras del destino, y reza entonces al numen justo y memorioso, 520 si es que lo hay, que cuida de los amores no correspondidos. La noche era, y gozaban del plácido sopor los cuerpos fatigados por las tierras, y habían callado los bosques y las feroces llanuras, cuando giran los astros en mitad de su caída, cuando enmudece todo campo, los ganados y las pintadas aves, 525 cuanto los líquidos lagos y cuanto los campos erizados de zarzas habita, entregado al sueño bajo la noche callada. 527 Mas no la fenicia de infeliz corazón, en ningún momento 529
Libro IV: La Visión de Mercurio
"Hijo de la diosa, ¿puedes dormir en una hora como ésta, por más que ves el peligro acechar a tu alrededor, 560 inconsciente, y no oyes cómo los Céfiros su favor te brindan? Mira que esa mujer trama en su pecho engaños y un horrendo crimen, dispuesta a morir, y suscita diversas tempestades de ira. ¿No te marchas al punto de aquí, ahora que puedes escapar? 565 Has de ver el mar entubiarse de maderos, y crueles antorchas encenderse, el litoral hervir en llamas, si la Aurora te sorprende entretenido aún por estas tierras. Ea, ánimo. Date prisa, que cosa varia es siempre y mudable la mujer." Tras así decir se confundió con la negra noche. 570 Entonces, por fin, Eneas, asustado por las sombras repentinas, saca su cuerpo del sueño y a sus compañeros fatiga presurosos: "¡Atentos, amigos, y a los remos! ¡Soltad las velas, rápido! Que un dios ha llegado del alto cielo a precipitarla marcha y las retorcidas amarras nos anima de nuevo a desatar. Vamos tras de ti, santo dios, 575 quienquiera que seas, y gozosos te obedecemos de nuevo. Asístenos favorable y ayúdanos y ponnos los astros propicios en el cielo." Dijo, y saca la espada de la vaina relampagueante y corta con golpe preciso las sogas. El mismo ardor se apodera de todos, y se lanzan y corren; 580 dejaron las playas, se esconde el mar bajo las naves, se esfuerzan en agitar la espuma y barren las olas azules.
Libro IV: La Partida de la Flota
Y ya la Aurora primera regaba las tierras con nueva claridad, abandonando el lecho azafrán de Titono. 585 La reina cuando desde su atalaya vio blanquear la luz primera y a la flota avanzar con las velas en línea, y notó playas y puertos vacíos y sin remeros, golpeando tres y cuatro veces con la mano su hermoso pecho y mesándose el rubio cabello: " ¡Por Júpiter! ¿Se va a marchar éste?", dice. "¿Se burlará un extranjero de mi poder? 590