El Saber Educativo y la Profesionalización Docente
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2. La Comunicación Educativa
La enseñanza es educativa en cuanto es realmente capaz de promover la acción formativa, lo que lleva necesariamente a la incidencia en la subjetividad del aprendiz. La lección, producto de la enseñanza, es tal si suscita una acción perfectiva en el aprendiz. La formación humana se une a la comunicación y a su desarrollo en el lenguaje. Comunicación es intercambio de información. Su núcleo esencial es la participación. Se puede definir filosóficamente a la comunicación como la relación establecida entre dos o más seres, en virtud de la cual uno de ellos participa del otro, o ambos participan entre sí, o también como la relación real establecida entre dos seres en virtud de la cual se ponen en contacto y uno de ellos, o ambos, hace donación de algo al otro. Esa participación en un bien espiritual, que es donado, supone un dar sin empobrecerse, pues en este tipo de bienes la difusión solo genera enriquecimiento del receptor, no empobrecimiento del donante.
Se puede distinguir una comunicación objetiva y una comunicación subjetiva.
La comunicación objetiva es aquella en la que se realiza el intercambio de información que lleva a un conocimiento de objetos, obviamente comunicable sin apenas influencia de las subjetividades que se comunican.
La comunicación subjetiva, existencial o personal, supone una reciprocidad más intensa: la consideración del otro reclama una respuesta de su parte. Por eso se habla de una vía de la acción compartida: incide sobre los afectos además de la inteligencia. Cierto es que a través de la afectividad no se conoce la realidad, pero se conoce su significado para mí. Implica el paso del él al tú.
Sigue la vía del conocimiento racional.
- La conversación es el libre intercambio de palabras que solo puede realizarse en el marco de la comunicación subjetiva; en una conversación, más que hablar de algo se habla con alguien.
En educación, la comunicación objetiva y subjetiva se complementan; una y otra no se excluyen, sino que se superponen jerárquicamente en razón de la finalidad de la enseñanza, aunque predomina la comunicación subjetiva por la intencionalidad formativa.
La enseñanza no se realiza en una conversación, pero sí como una conversación; su finalidad no es la exposición objetiva de un saber, sino la participación subjetiva en dicho saber y, por ello, el lenguaje es el medio esencial para la enseñanza. La enseñanza es educativa, esto es, promueve la formación, si su lenguaje tiene permanentemente un uso intencional de los recursos lingüísticos capaces de mover la afectividad.
El Saber Educativo
1. La Pedagogía entre los Tipos de Saberes
El conocimiento humano se diversifica en dos órdenes operativos: el teórico y el práctico. Ya Aristóteles diferenciaba entre estos dos conocimientos, el teórico y el práctico, entre la búsqueda desinteresada de la verdad (conocimiento teórico) y la que pretende buscar la verdad que debe regir y orientar la actuación humana (conocimiento práctico).
El saber humano también se divide en un saber teórico y un saber práctico. El saber práctico es un saber de la acción, que está fundado en la acción. El saber educativo, en cuanto saber práctico, se fundamenta en la actuación de la educación: la pedagogía.
El saber educativo es un determinado saber práctico.
En los saberes prácticos, la experiencia es su constitutivo formal. Se distinguen tres órdenes de saberes:
- El saber teórico o especulativo: es el conocimiento que busca la verdad como adecuación entre la razón y la realidad.
- El saber práctico o ético: es el conocimiento que dirige la acción moral y se expresa en la búsqueda de la verdad práctica o adecuación entre la razón y el apetito recto.
- El saber práctico técnico o eficacia: es la búsqueda de la verdad como adecuación entre la razón y la idea o modelo del producto a obtener.
La educación es un saber técnico al que se incorpora un saber ético.
En palabras del pedagogo Alvira: no solo el educando necesita ejercitarse para educarse, sino que el educador ha de educar para ser educador.
El saber educativo o pedagogía es un saber integrado por otros saberes de diverso grado, aunque siempre con un componente esencial de practicidad; es un saber artístico o técnico. La enseñanza es una actividad productiva, no es una ciencia, es un saber hacer, tékhnē o ars.
La pedagogía es un arte moral que no pretende elaborar nada, sino ayudar a la acción ética del que se forma aprendiendo.
Rasgos de la Profesionalidad
Siguiendo a W. Carr y S. Kemmis, tres son los rasgos definitorios de profesionalidad, que utilizaremos para estudiar la profesionalización posible de la docencia:
- Conocimiento fundado en un saber teórico.
- Subordinación del profesional al interés y bienestar del cliente.
- Derecho a formular juicios autónomos exentos de control extraprofesional.
Problemas que se Plantean en la Profesión Docente
Las propias profesiones clásicas están experimentando importantes transformaciones por los cambios en la estructura social.
Respecto de la primera condición, se plantea saber cuáles son los saberes que fundamentan la práctica educativa: ¿son suficientes para la práctica educativa los saberes teóricos?
Como el saber educativo es un saber práctico, no puede ser considerado como derivado de un saber teórico puro o científico. El conocimiento teórico de la educación ayuda, pero no resuelve por sí mismo la acción educativa; a educar se aprende educando.
En muchas profesiones (medicina, ingeniería), el saber teórico prescribe la actividad a realizar por el profesional, aunque pueden ser moduladas por la práctica. La experiencia práctica sostiene la competencia profesional, y la diferencia en el trabajo se establece desde la pericia subjetiva de cada profesional; en estos casos, la práctica es secundaria en la acción, que se resuelve desde los enunciados del saber teórico. En el saber educativo no hay tal saber teórico que dicte la actuación profesional debida a cada situación.
- Sin embargo, el conocimiento científico-técnico no tiene la patente exclusiva del saber profesional. El saber científico-técnico no resuelve en la práctica la complejidad de las situaciones que se plantean y ante las que hay que tomar decisiones.
Respecto al segundo rasgo, la subordinación al interés del cliente, el problema surge cuando se intenta precisar en particular para el quehacer educativo, pues la proposición no tiene una referencia definida. ¿Quién es el cliente del docente? Se debería contestar fácilmente: el discente. Sin embargo, en la educación primaria y secundaria, este es menor de edad y, por lo tanto, no figura en el contrato con el docente, sino que son sus padres o tutores los que aparecen, pero estos últimos no son los destinatarios del trabajo, por lo que no pueden ser buenos jueces del trabajo del docente; no están en la mejor situación para valorar este trabajo.
El profesional típico puede, incluso, dar cuenta anticipada del fracaso de su trabajo, ya que controla la situación en la que lo realiza; pero el docente no tiene nunca un control total del aprendizaje, pues este depende de muchos factores además de su actividad didáctica. De aquí se desprende que la docencia no puede ser una plena profesión.
En la actualidad, la vinculación del profesional con el cliente se mantiene, pero también se ve modificada por la creciente vinculación de aquel a organizaciones e instituciones. Por varios motivos, como el alto coste de los medios necesarios para el desarrollo de la práctica de su profesión, los profesionales se vinculan cada vez más con empresas, lo que hace que su situación profesional se parezca cada vez más a la de los asalariados. Los maestros pueden formular juicios autónomos, libres de control externo, y así lo hacen en el transcurso de sus clases, pero los maestros no disponen de otro factor de autonomía, ya que poseen escaso control sobre el contexto organizativo en el que discurre su actividad.
La autonomía, como nota distintiva de las profesiones liberales, que determinaba horarios, retribuciones y las relaciones entre profesional y cliente, no ha existido prácticamente nunca en la docencia. Lo normal es que el maestro sea un asalariado del colegio o de la administración docente, si bien goza de una cierta autonomía dentro del aula, lo que hace que no se pueda comparar con el profesional ni con el trabajador asalariado; el primero gozaría de una autonomía plena, mientras que el segundo carecería totalmente de autonomía. El docente rinde cuentas ante el colegio que le ha contratado, que es, por otra parte, el responsable ante quienes reciben la actividad docente; el cliente real, el destinatario de los servicios del docente, no es quien exige directamente la responsabilidad sobre el trabajo.
También hay que tener en cuenta que el docente goza de una cierta autonomía en la organización del tiempo de trabajo; el trabajo dedicado a impartir clases le viene marcado y predomina en la organización de su tiempo de trabajo, pero el resto se lo distribuye él mismo; este es uno de los rasgos que más diferencian al profesional del asalariado. También hay que considerar que los cambios sociales están generalizando una limitación de la autonomía del profesional y su grado efectivo se aproxima a la poseída por los docentes: se pertenece a una institución que es la que controla los servicios.