Descubre los 7 Dones del Espíritu Santo y su Impacto en la Vida Cristiana
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Dones y Frutos del Espíritu Santo
Recurriendo al Catecismo de la Iglesia Católica, podemos ver que el hablar de "dones" se refiere a aquellos "regalos" que nos da el Espíritu Santo. Los dones son disposiciones permanentes que hacen al hombre dócil para seguir los impulsos del Espíritu Santo. Los dones de santificación son aquellas disposiciones que nos hacen vivir la vida cristiana, completando y llevando a su perfección las virtudes en nuestras vidas. Estos son siete, y la Iglesia se refiere a ellos como "los dones del Espíritu Santo". Estos dones se recibieron en el Bautismo y son como "regalos sin abrir"; luego, en la Confirmación, volvemos a recibir una efusión del Espíritu para desarrollarlos.
El Profeta Isaías anunció que el Espíritu de Dios traerá a quien le es fiel siete preciosos regalos o dones.
Los 7 Dones del Espíritu Santo
Para que el cristiano pueda luchar, el Espíritu Santo le regala sus siete dones, que son disposiciones permanentes que hacen al hombre dócil para seguir los impulsos del Espíritu. Se trata de hábitos sobrenaturales infundidos por Dios en las potencias del alma para recibir y secundar con facilidad las mociones del propio Espíritu Santo al modo divino o sobrehumano. Los dones son infundidos por Dios. El alma no podría adquirir los dones por sus propias fuerzas, ya que transcienden infinitamente todo el orden puramente natural. Los dones los poseen en algún grado todas las almas en gracia. El Espíritu Santo actúa los dones directa e inmediatamente como causa motora y principal, a diferencia de las virtudes infusas que son movidas o actuadas por el mismo hombre como causa motora y principal, aunque siempre bajo la previa moción de una gracia actual.
Los dones perfeccionan el acto sobrenatural de las virtudes. Por la moción divina de los dones, el Espíritu Santo, inhabitante en el alma, rige y gobierna inmediatamente nuestra vida sobrenatural. Ya no es la razón humana la que manda y gobierna; es el Espíritu Santo mismo, que actúa como regla, motor y causa principal única de nuestros actos virtuosos, poniendo en movimiento todo el organismo de nuestra vida sobrenatural hasta llevarlo a su pleno desarrollo.
1. Sabiduría
Gusto para lo espiritual, capacidad de juzgar según la medida de Dios. El primero y mayor de los siete dones. Nos hace comprender la maravilla insondable de Dios y nos impulsa a buscarle sobre todas las cosas, en medio de nuestro trabajo y de nuestras obligaciones. Sabiduría es ver sabiamente las cosas, no solo con la inteligencia sino también con el corazón, tratando de ver las cosas como Dios las ve y comunicándolas de tal manera que los demás perciban que Dios actúa en nosotros: en lo que pensamos, decimos y hacemos.
2. Inteligencia o Entendimiento
Con este don se nos permite conocer y comprender las cosas de Dios, la manera como actúa Jesucristo, descubrir inteligentemente, sobre todo en el Evangelio, que su manera de ser y actuar es diferente al modo de ser de la sociedad actual. La palabra "inteligencia" deriva del latín intus legere, que significa "leer dentro", penetrar, comprender a fondo. Mediante este don, el Espíritu Santo, que "escruta las profundidades de Dios" (1 Cor 2,10), comunica al creyente una chispa de capacidad penetrante que le abre el corazón a la gozosa percepción del designio amoroso de Dios. El don de la inteligencia nos descubre con mayor claridad las riquezas de la fe; es una luz especial que puede llegar a todas las personas y muchas veces tiene sus frutos en los niños y en la gente más sencilla.
3. Consejo
Nos señala los caminos de la santidad, el querer de Dios en nuestra vida diaria, nos anima a seguir la solución que más concuerda con la gloria de Dios y el bien nuestro y el de los demás. Nos ayuda a discernir y decidir a la luz de la voluntad de Dios. El don de consejo nos ayuda a enfrentar mejor los momentos duros y difíciles de la vida, al mismo tiempo que nos da la capacidad de aconsejar, inspirados en el Espíritu Santo, a quienes nos piden ayuda, a quienes necesitan palabras de aliento y vida. El don de consejo actúa como un soplo nuevo en la conciencia, sugiriéndole lo que es lícito, lo que corresponde, lo que conviene más al alma (cfr. San Buenaventura, Collationes de septem donis Spiritus Sancti, VII, 5). La conciencia se convierte entonces en el «ojo sano» del que habla el Evangelio (Mt 6, 22), y adquiere una especie de nueva pupila, gracias a la cual le es posible ver mejor qué hay que hacer en una determinada circunstancia, aunque sea la más intrincada y difícil. El cristiano, ayudado por este don, penetra en el verdadero sentido de los valores evangélicos, en especial de los que manifiesta el sermón de la montaña.
4. Fortaleza
Este don concede al fiel ayuda en la perseverancia, es una fuerza sobrenatural que nos alienta continuamente y nos ayuda a superar las dificultades que sin duda encontraremos en nuestro caminar hacia Dios. Es la fuerza que se nos concede para obrar valerosamente lo que Dios quiere de nosotros, y sobrellevar las contrariedades de la vida. Para resistir las instigaciones de las pasiones internas y las presiones del ambiente. Supera la timidez y la agresividad. El ejemplo de Jesucristo, su pasión y su muerte, debe ser para nosotros un auténtico testimonio de fortaleza que nos ha de llevar a superar nuestra debilidad humana.
5. Ciencia
Es el don del Espíritu Santo que nos permite acceder al conocimiento, a descubrir la presencia de Dios en el mundo, en la vida, en la naturaleza, en el día, en la noche, en el mar, en la montaña. El don de ciencia nos lleva a juzgar con rectitud las cosas creadas y a mantener nuestro corazón en Dios y en lo creado, en la medida en que nos lleve a Él.
6. Piedad
El corazón del cristiano no debe ser ni frío ni indiferente. El calor en la fe y el cumplimiento del bien es el don de la piedad, que el Espíritu Santo derrama en nuestras almas, permitiéndonos acercarnos confiadamente a Dios, hablarle con sencillez, abrir nuestro corazón de hijo a un Padre Bueno del cual sabemos que nos quiere y nos perdona. La piedad sana nuestro corazón de todo tipo de dureza y lo abre a la ternura para con Dios como Padre y para con los hermanos como hijos del mismo Padre. Clamar ¡Abba, Padre! Es un hábito sobrenatural infundido con la gracia santificante para excitar en la voluntad, por instinto del Espíritu Santo, un afecto filial hacia Dios considerado como Padre y un sentimiento de fraternidad universal para con todos los hombres en cuanto hermanos e hijos del mismo Padre.
7. Temor de Dios
Nos induce a evitar el pecado porque ofende a Dios. Cuando se descubre el amor de Dios, lo único que deseamos es hacer su voluntad y sentimos temor de ir por otros caminos. En este sentido, existe temor de fallarle y causarle pena al Señor, no se trata de ninguna manera de tenerle miedo a Dios, sino más bien de sentirse amado por Él y corresponderle. Con este don tenemos la fuerza para vencer los miedos y aferrarnos al gran amor que Dios nos tiene.