David Hume: La Investigación sobre los Principios de la Moral
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Tras el inicial fracaso del Tratado sobre la naturaleza humana, escrito por Hume en Francia entre los veintiuno y veinticinco años y publicado en el bienio 1739-1740, regresó su autor a Escocia, viviendo allí en retiro campestre con su madre y su hermano. Poco después recibió una oferta de trabajo como tutor del marqués de Annandale, joven de precaria salud física y mental, a quien atendió por un período de doce meses. A partir de entonces, comienza Hume una nueva etapa de su vida que lo llevaría, como diplomático y hombre de mundo, a viajar por el Continente hasta el año 1749, fecha en que lo situamos otra vez en Escocia, empeñado en la composición del libro Investigación sobre los principios de la moral. Leemos en la autobiografía:
“Siempre había albergado la sospecha de que mi falta de éxito al publicar el Treatise of Human Nature había procedido más del modo como fue redactado que de su contenido, y que yo había sido culpable de una indiscreción muy común al llevarlo a la imprenta demasiado pronto. Por consiguiente, vertí de nuevo la primera parte de esta obra en Enquiring concerning Human Understanding y compuse también mi Enquire concerning the Principles of Morals, que es otra parte de mi Treatise refundida de nuevo”.
Esta Investigación sobre los principios de la moral es, pues, una renovada versión de los libros I y III del Tratado de la Naturaleza Humana. La Investigación se publicó en 1751. Sabido es que hasta la hora de su muerte, consideró esta obra como el mejor de sus “escritos históricos, filosóficos y literarios”. Para Hume “los hábitos más que la razón, los que en todas las cosas constituyen el principio que impera sobre la Humanidad”. Si como establece en la Sección I, la meta de toda especulación acerca de la moral es averiguar cuáles son nuestros deberes a esa finalidad va aparejada otra no menos importante:
engendrar en nosotros “mediante representaciones adecuadas de la fealdad del vicio y de la belleza de la virtud (…), los hábitos correspondientes que nos lleven a rechazar el uno y abrazar la otra”.
Más sería erróneo asumir que tal cosa podrá jamás lograrse apoyándonos exclusivamente en inferencias y conclusiones de carácter racional. El mayor énfasis hay que ponerlo en la función desempeñada por el sentimiento. Igual que ocurre con nuestras apreciaciones estéticas, el carácter auxiliar de la razón será precisamente eso, auxiliar, supeditado a una categoría superior, la del sentimiento, el cual será el que determine y decida.
“La razón es, y sólo debe ser, una esclava de las pasiones, y no puede pretender otro oficio que el de servirlas y obedecerlas”.
El Plan de Trabajo de Hume
El plan de trabajo es el siguiente:
- Analizar el complejo de cualidades que forman lo que en la vida ordinaria llamamos mérito personal.
- Ver cuáles son los atributos y hábitos del alma que hacen que un ser humano sea objeto de afecto o de desprecio.
- Observar, siguiendo un método inductivo, “el particular elemento en el que todas las cualidades estimables coinciden, así como el elemento en el que coinciden las censurables”, para llegar “hasta el fundamento de la ética y encontrar esos principios universales de los que, en último término, se deriva toda censura y aprobación”.
Método experimental (inspirado en Spinoza) dirigido a establecer proposiciones generales mediante una comparación de casos particulares, recurriendo para ello a una razón inductiva basada en los hechos y en la observación. Pero volvamos al carácter sentimental que preside las distinciones morales. El sentimiento moral podría tomarse como algo enteramente subjetivo de cada persona, con independencia de lo que los demás experimentan en su intimidad. Entendida así, toda conclusión acerca de los valores morales adolecería de un relativismo que la incapacitaría para constituirse en norma objetiva de comportamiento. Pero Hume afirma en las Investigación lo contrario, al decir que, en materia de moralidad, hay sentimientos comunes a todos los seres humanos (simpatía). En esto, la naturaleza de los hombres muestra una uniformidad que hace posible tomar como generales sus conclusiones. De modo que aunque la razón queda supeditada a las pasiones y emociones que parecen tener más fuerza que ella, no por eso, desaparece toda posibilidad de acceso a una ética normativa de aplicación universal.
La Generalidad de la Virtud
¿Qué es, pues, la generalidad que los de nuestra especie considera virtuoso? Aquello que produce en los espectadores un sentimiento de alabanza. ¿Y cuál es el fundamento principal de esa alabanza moral? La utilidad de una cualidad o acción. Con la ayuda de la facultad racional, logramos discernir si tales cualidades son útiles y beneficiosas o inútiles y perniciosas. Mas cuando se ha efectuado tal discernimiento, la razón no se basta por sí sola para producir censura o aprobación alguna. Es preciso que “un sentimiento se manifieste a fin de dar preferencia a las tendencias útiles sobre las perniciosas”. “Este sentimiento no puede ser otro que un sentimiento a favor de la felicidad del género humano, y un resentimiento por su desdicha”. El mérito personal de un individuo, es decir, las cualidades suyas que suscitan un sentimiento de aprobación moral, serán no las que se limiten a ser útiles para la persona que las posee y vayan en beneficio de su propio interés sino las que también tengan consecuencias útiles o agradables para otros. El sentimiento aprobatorio propio de la naturaleza humana es de un carácter eminentemente altruista, desinteresado y generoso, capaz de buscar y valorar como bondad moral suma el bienestar de los demás. En el Apéndice II, titulado Sobre el amor egoísta Hume nos persuade de la torpeza de la persona que no compartiese esta visión optimista de los de nuestra especie. Oponiéndose a la desconfianza hobbesiana, nos propone un panorama afectivo presidido por una suerte de benevolencia universal.
“Hay una benevolencia en la naturaleza humana, allí donde no hay un interés real que nos ligue al objeto” (esto es muy kantiano).
Para Carlos Mellizo, tomado el sentimiento benevolente desde una perspectiva libre de intereses reales, llegamos a tener como sujeto abstracto de la simpatía un ecuánime espectador humano, hábil recurso teórico del que nuestro autor se sirve para dar fundamento a la sociabilidad de la especie.
Las Virtudes Sociales
Finalmente, uno de los aspectos de la Investigación que Hume destaca especialmente es el de la condición superior de las virtudes sociales, mediante cuya práctica puede contribuirse al bienestar de quien las posee y al de los demás. Todo hombre, nos dice, repara en la imposibilidad de subsistir en solitario; y muestra “una favorables inclinación hacia todos esos hábitos que promueven el orden social”; por eso, debería reconocerse que esas virtudes sociales tienen un atractivo natural. Ahondando en esa diferencia, llegamos a una definición de “vicio” que es aplicable, según Hume, a muchas de las que a lo largo de la historia han pasado por ser virtudes típicamente religiosas. Así,
“el celibato, el ayuno, la mortificación, la negación de sí mismo, la humildad, el silencio, la soledad y toda la serie de virtudes monacales (…) embotan el entendimiento, endurecen el corazón, oscurecen la imaginación y agrian el carácter. Con justicia, las ponemos en el catálogo de los vicios”.
Hume se inscribe así en la campaña de secularización moral de la que el filósofo de Edimburgo fue uno de los principales abanderados. Pero esto no significa caer en una suerte de vacío moral sino una invitación a dar entrada a motivos no religiosos. Hume es un filósofo cuya afirmación de los placeres de la convivencia y del trato, aun siendo indiscutible, no se traduce en una idea orgiástica del vivir.
“La paz de la mente, la conciencia de integridad y un examen de nuestra conducta con resultados satisfactorios (…) las circunstancias que se requieren para la felicidad”.
Es en esto, en lo que la moral de Hume resulta ciertamente liberadora. Resumiendo, hay en Hume un ideal secular y utilitario unido a una preferencia de vida que, si no siempre fue por él alcanzada continuó estando presente en su voluntad hasta el momento final; es la manera filosófica de vivir, la existencia pacífica presidida por una disposición afable, moderación en todas las pasiones, capacidad de afecto, alegría en la amistad y ardor en el estudio.