Crítica de Nietzsche al Concepto Tradicional del Ser: La Muerte de Dios y el Advenimiento del Superhombre
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Crítica de Nietzsche al Concepto Tradicional del Ser
A) Explicación de las expresiones subrayadas
Concepto de ser
Concepto de ser: alude a una realidad fija, única y estable. Para Nietzsche es una “ficción vacía” que traiciona el carácter permanentemente mutable de lo real.
El concepto de ser está a la base del lenguaje, pues subyace a cada palabra, a cada frase que pronunciamos. Por eso continuamente nos seduce a pensar de una manera sustancialista. Se trata de un error que ha tenido tristes consecuencias en la civilización occidental: no existe el ser, sólo el devenir que crea y destruye incesantemente.
“Razón”
“Razón”: Nietzsche hace un uso muy personal de las comillas. Es su manera de llamar la atención sobre un concepto que no acepta como propio. La “razón” desempeña en el lenguaje una función perjudicial: confiere a las estructuras gramaticales un valor ontológico, es decir, las considera reales. Nietzsche rechaza esta creencia que fosiliza el devenir, de ahí que use las comillas: lo verdaderamente racional no es negar lo que de verdad existe (el devenir) sino asumirlo como punto de partida. Es cierto que nuestra facultad racional elabora conceptos para entender el continuo cambio en que consiste la realidad: no hay otra forma de referirse a ella y manejarse con ella.
B) Exposición de la temática
La temática del texto elegido consiste en la crítica al concepto tradicional de ser. Este concepto nace de la actividad de la “razón” en el lenguaje, que tiene como resultado la escisión de la realidad en “verdadera” (permanente y únicamente accesible a la inteligencia) y “aparente” (cambiante, contingente y sólo a través de los sentidos).
El ser humano, desde sus orígenes, se siente abrumado por la complejidad del mundo y siente la necesidad de simplificarlo para poder manejarse en él. Además, experimenta la necesidad de transmitir sus vivencias personales a otros. Para cumplir ambos objetivos se vale de las palabras, que poseen en su origen un carácter metafórico. Sin embargo, ciertas palabras se van aceptando de manera generalizada. Surge entonces el concepto, que aspira a ser universal, objetivo y común.
Según Nietzsche no hay existencias fijas, por lo que ningún concepto ancla de manera definitiva en lo real. La realidad no es más que voluntad de poder, un caos emergente en perpetua ebullición. Únicamente la metáfora acoge este carácter abierto y dinámico de la realidad. Esto no quiere decir que todas las metáforas tengan el mismo valor. Sólo aquellas que nos permitan crecer deber ser promovidas. La tradición occidental no sólo presenta las palabras-metáforas como palabras-conceptos, sino que además ha privilegiado las metáforas que nos impiden gozar de la vida. El ser expresa una realidad permanente, estable, fija y es lo que se sobreañade a la metáfora para convertirla en un concepto. Nuestro lenguaje nos “seduce” a pensar así, pues el concepto de ser subyace a cada palabra, a cada frase que pronunciamos.
Por tanto, el dualismo metafísico proviene de nuestra gramática que atribuye toda acción a un agente. En efecto, la estructura del lenguaje exige un sujeto gramatical y un predicado. Nuestro lenguaje desdobla continuamente la realidad en agentes y acciones. Es decir, las estructuras gramaticales operan a partir del principio de causalidad. Así surge, la dualidad “cosa” y “propiedades”. Y, en última instancia, “realidad” y “apariencia”. La relación entre los integrantes de cada par es siempre de causa-efecto: las acciones son siempre causadas por un yo, las propiedades están referidas a una cosa, y la apariencia halla su fundamento en la realidad.
C) Justificación desde la posición filosófica del autor
La manera de ordenar la experiencia a partir del concepto de ser es muy útil para los seres humanos, pero no es beneficiosa cuando pretende convertirse en algo totalmente objetivo de la realidad. Surge entonces la verdad “objetiva” y “válida para todos”, la idolatría de los conceptos, la creencia en una realidad fija y siempre igual a sí misma y la convicción de que hay otro mundo que es el verdadero. Esto ocurre por una necesidad psicológica, ya que, el ser humano tiene miedo a una existencia sin fundamento y en perpetuo cambio.
La metafísica es lo esencial de la tradición cultural de Occidente: a las cosas valoradas como buenas se les confiere un origen propio y separado del mundo terrenal, que es contradictorio, contingente, mudable, inconsistente y fugaz. Las categorías metafísicas se inventan para asentar la paz, el orden, que están ausentes del único mundo existente, el de los sentidos. Los filósofos, incapaces de aceptar el caos, la irracionalidad del universo, construyen por su interés propio, un mundo irreal donde poder sobrevivir.
Fue Platón quien proporcionó el fundamento metafísico de la tradición occidental al inventar otro mundo y conferirle el carácter auténticamente real. Nietzsche considera a la religión culpable de la enfermedad de la cultura: el cristianismo ha creado dos mundos, ha potenciado los valores apolíneos, ha generado el resentimiento que produjo la moral, es una religión enemiga de la vida. Por esto le parece a Nietzsche algo tan importante la constatación de que Dios ha muerto, Dios no es nada, todo lo construido sobre él se desmorona: valores, cultura, religión…
Se gesta así la primera transvaloración moral: lo gozosamente vital pasa a ser considerado malo, malvado, y lo deficitariamente vital se valora como bueno. Se desvaloriza lo que nos pone en contacto con lo real, muy en especial todo lo relacionado con el cuerpo (sentidos, placer, sensualidad).
Todos estos valores nacen de la voluntad de poder negativa, la que actúa negando (“tú que eres malvado porque eres orgulloso, lujurioso, fuerte, sano, por tanto yo, que no lo soy, debo ser bueno”). Frente a ella Nietzsche reivindica la voluntad de poder positiva, aquella que crea sus valores a partir de la autoafirmación.
Todo ello exige la “muerte de Dios”. La superación del nihilismo necesita la llegada del superhombre, el hombre está siendo aniquilado con su cultura, deberá ser sustituido por un nuevo tipo de ser humano, que será ateo, no aceptará valores tradicionales y creará los suyos propios, y estará apegado al mundo existente.
Para lograr esta meta, es fundamental que el hombre deje de tener fe en la gramática, de creer que sus categorías constituyen la realidad. Por el contrario, debe fomentarse un lenguaje que libere la capacidad simbólica humana de conferir sentido a las cosas, más cercano a la vida, a la tierra, al cuerpo. A partir de este lenguaje metafórico el hombre podrá crecer, tomar conciencia de su propia naturaleza y vivir la vida.