La crisis de la posguerra y la formación del partido nazi en Italia y Alemania

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T9: La crisis de la posguerra

Durante la Primera Guerra Mundial, el costo de la vida en Italia había subido mucho más rápidamente que los salarios y el nivel de vida de la clase trabajadora había bajado. Los salarios reales eran un tercio inferiores a los de 1913. Cuando acabó el conflicto, las organizaciones obreras intentaron recuperar esas pérdidas del poder adquisitivo.

Este fue el origen de un movimiento huelguístico que alcanzó gran virulencia y que a menudo presentó objetivos revolucionarios. En 1919 se produjeron más de 1800 huelgas y en 1920 los obreros ocuparon numerosas fábricas en el Norte de Italia. En el campo, sobre todo en el centro del país, se desarrolló un movimiento de ocupación de tierras de los grandes propietarios. Todos estos movimientos fueron reprimidos pero el temor a la bolchevización y al estallido de una revolución social se extendió entre la burguesía, que reclamó la necesidad de soluciones más estrictas.

En el ámbito político, la monarquía constitucional atravesaba una situación de fuerte inestabilidad y ningún partido conseguía obtener mayorías estables y gobiernos duraderos. Así entre 1919 y 1922 se sucedieron cinco gobiernos diferentes. El régimen constitucional se apoyaba en una coalición de partidos liberales de centro, que empezó a verse fuertemente contestada tanto por el partido socialista del cual se escindió, el partido comunista italiano, como por ejemplo el partido popular. A todo lo anterior hay que sumar el nacionalismo exaltado, ya que las promesas de recuperar las tierras irredentas no se habían cumplido totalmente. Así sucedía con tierras de población italiana en la costa dálmata, o con la ciudad de Fiume que había quedado bajo el control de la SDN. El nacionalismo, muy arraigado entre los excombatientes, condujo a unos pocos a protagonizar la anexión de Fiume.

La dictadura fascista

Mussolini, el Duce, inició un proceso encaminado a convertir Italia en un régimen totalitario en el que estado y partido nacional fascista quedasen completamente identificados. Una ley nombró a Mussolini jefe de Gobierno y le otorgó todos los poderes: Nombraba y revocaba a los ministros, legislaba mediante decretos y controlaba todo el poder ejecutivo. Después la ley Rocco prohibió todos los partidos y sindicatos, a excepción de los fascistas y más tarde los sindicatos fueron integrados en 22 corporaciones, que también contaban con representación de las organizaciones patronales.

Después, el parlamento pasó a depender del Gran Consejo Fascista, encargado en última instancia de elegir a sus miembros, el parlamento fue sustituido por un órgano consultivo formado por los dirigentes de las corporaciones fascistas: La Cámara de los Fasci y de las Corporaciones. Las autoridades provinciales y municipales eran nombradas directamente por el gobierno y elegidas entre los fascistas, y la administración política fue depurada de los elementos no adictos al régimen. También se creó una policía política, la Organización de Vigilancia y Represión del Antifascismo, que perseguía a los opositores. El régimen de Mussolini supo atraerse a la Iglesia Católica. Juntos firmaron los Pactos de Letrán, que supusieron el reinicio de las relaciones entre la Iglesia Romana y el Estado, después de la ruptura que se produjo en 1870. El Papa Pío XI reconoció el Reino de Italia y Roma como su capital, mientras el Estado italiano se comprometía a conceder al Vaticano una renta anual. A pesar de cierta oposición de algunos sectores católicos, el apoyo del papado al fascismo constituyó uno de sus puntales más sólidos. También contribuyó a la popularidad del fascismo su política nacionalista y expansionista. Se promovió la remilitarización y se inició una campaña para recuperar los territorios irredentos, algunos de los cuales tenían como objetivo la rectificación de las fronteras con Francia. La política expansionista fascista implicaba la posesión de territorios coloniales en Europa y África.

La debilidad de la República de Weimar

La nueva república, basada en una constitución ampliamente democrática, fue incapaz de crear un sistema político estable. En sus primeros años, la república tuvo que hacer frente a los intentos insurreccionales tanto de la derecha como de la izquierda, que deseaban acabar con el régimen. Se produjo el levantamiento de la Liga Espartaquista, los comunistas, que pretendían proclamar un gobierno de consejos obreros según el modelo soviético. El levantamiento fue duramente reprimido y los comunistas mantendrían desde ese momento un fuerte rechazo a la República de Weimar.

Después el auge de grupos nacionalistas radicales que acusaban al gobierno de traición por haber firmado el armisticio y haber aceptado las condiciones del Tratado de Versalles, se tradujo en un conato de ocupación de Berlín. El golpe de Estado, que contaba con el apoyo de un sector del ejército, fracasó gracias al estallido de una huelga general. También fracasaría el putsch nacionalista y antidemocrático protagonizado por Adolf Hitler con el apoyo del general Ludendorff.

La situación económica era muy difícil. Las deudas de guerra y las fuertes reparaciones que Alemania debía pagar a los vencedores originaron un aumento vertiginoso de la inflación y una espectacular depreciación del marco. Las personas que vivían de capitales fijos se arruinaron y muchas empresas pequeñas tuvieron que cerrar, entonces subió el desempleo. La crisis llegó a su cenit cuando los alemanes no pudieron pagar las deudas de guerra contraídas con Francia y las tropas galas ocuparon el rico territorio minero de Ruhr como garantía de cobro.

Entre 1924 y 1929 Alemania vivió un periodo de relativa estabilidad gracias a una mejora económica. Sin embargo, la crisis agravó dramáticamente la situación. La producción disminuyó enormemente y el desempleo alcanzó los seis millones de parados. Los partidos gubernamentales de la llamada coalición de Weimar fueron perdiendo el apoyo de los asalariados y de la pequeña burguesía empobrecida. Los diferentes gobiernos de coalición no tuvieron una mayoría suficiente en el parlamento y se utilizó, con demasiada frecuencia, el recurso de disolverlo. La inestabilidad ministerial era una prueba fehaciente de la fragilidad del sistema parlamentario.

La formación del partido nazi

Adolf Hitler inició su carrera política en un pequeño grupo extremista, racista y agresivo, con eslóganes anticapitalistas. Hizo público su programa y se denominó Partido Nacionalsocialista de los Trabajadores Alemanes (NSDAP). Hitler se puso al frente del partido, reorganizándolo y dotándolo de un carácter violento con la creación de unos escuadrones paramilitares, la Sección de Asalto (SA), que ejercían la amenaza y la coacción contra sus adversarios. También dieron al partido un componente anti-judío y adoptó una serie de emblemas parecidos a los del fascismo italiano.

Tras el fallido intento de golpe de Estado contra la República de Weimar, Hitler fue detenido y cumplió seis meses de prisión. Durante este periodo escribió la obra Mein Kampf, en la que exponía su pensamiento y programa político: desprecio por la democracia parlamentaria, odio al bolchevismo, y necesidad de un liderazgo único y fuerte para dirigir al pueblo alemán. Defendía el antisemitismo, la superioridad de la raza aria y la necesidad de forjar un gran Reich con todos los territorios de población germánica en base a un programa de expansión territorial.

Al salir de prisión, la posición de Hitler dentro del partido y su liderazgo político se habían reforzado. Ya era reconocido como el Führer y creó su propia milicia, la SS (Grupo de Protección). Sin embargo, la mejora de la situación económica y social hizo perder terreno a los nazis, que se vieron obligados a frenar su actividad antiparlamentaria.

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