Conocimiento y Verdad: De la Filosofía Clásica a Nietzsche

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El Conocimiento y la Verdad: De la Filosofía Clásica a Nietzsche

El Problema del Conocimiento en la Antigua Grecia

Si nos remontamos a la antigua historia de la filosofía, más explícitamente en Grecia, hacia el siglo V a. C., ya podemos encontrar uno de los grandes problemas que abarcó la filosofía: el conocimiento. El paso del mito al logos, nos ofrece a manos de los físicos milesios una visión racional que dio paso a la superación de las formas míticas y religiosas de pensamiento y la llegada tanto de la filosofía como de la ciencia, para determinar el principio último del universo (arké). En cuanto a las soluciones de Parménides y Heráclito, son aparentemente contradictorias, ya que, por una parte, Parménides dice que "lo que es, es; y lo que no es, no es", es decir, el Ser es uno, indivisible, inmóvil, eterno e infinito; y Heráclito, por el contrario, reivindicaba la existencia de la contradicción y el movimiento, de la realidad como lugar de la temporalidad y el devenir, es decir, "nada es, todo fluye". Sin embargo, es Platón quien, en el contexto de su teoría de las ideas, nos ofrece una dicotomía del mundo: uno inteligible, donde reside la razón acompañada de la verdad universal, es decir, las ideas y, por otra parte, está el mundo sensible, donde anida lo engañoso, como los mitos o los sentimientos. Así, Platón negaba la virtud del mundo sensible y lo subordinaba al mundo inteligible. Con esto se podría decir que Platón fue el padre del nihilismo, ya que afirmaba que el mundo suprasensible no es la mejor realidad, sino la única.

Racionalismo y Empirismo en la Filosofía Moderna

Dejando de lado la escolástica medieval, la filosofía moderna también se centró en la cuestión del problema del conocimiento. En este periodo, las dos vertientes epistemológicas que influyeron en el desarrollo intelectual de Kant eran: el racionalismo y el empirismo. El racionalismo, el cual Descartes sostiene, dice que solo puede obtenerse conocimiento a través de la razón, en donde el conocimiento tiene que ser necesario y universal. La razón tiene la capacidad de alcanzar no los fenómenos (apariencias o manifestaciones), sino la realidad, las cosas en sí mismas. Esto permite conocer las cosas tales como son en sí, como verdadera y última verdad, lo que llama ideas innatas. Por otra parte, encontramos el empirismo, una variante humeana, que apoya que el verdadero conocimiento y fundamento de todos los demás conocimientos es la experiencia, es decir, los datos que proporcionan los sentidos. El valor de la razón enseña que los conocimientos que ella suministra son simplemente análisis de ideas.

La Síntesis Kantiana y la Crítica de Nietzsche

Ya cerrando el ciclo de la filosofía moderna, Kant presenta su original solución al problema en esa síntesis de racionalismo y empirismo que constituye la filosofía trascendental: en primer lugar, para Kant, el racionalismo salvaba, ciertamente, el valor universal y necesario del saber, pero se trataba de un saber que, por no valorar la experiencia, se alejaba de la realidad. Por el contrario, el empirismo, por atarse demasiado a la experiencia sensoperceptual, acababa convirtiendo nuestro saber del mundo, tal y como dice Hume, en una creencia que no era posible justificar. Kant, en su obra Crítica de la razón pura, donde se pregunta "¿Qué puedo saber?", da una solución con la llamada filosofía trascendental (estudio de los elementos a priori o puros del conocimiento) a ese problema del dualismo ideológico entre racionalismo y empirismo planteado por sus antecesores. Con esto concluye que es imposible alcanzar el conocimiento de la realidad en sí misma (lo metafísico), pues el conocimiento humano no puede llegar a la esencia de lo real (en términos kantianos, al noúmeno). Nietzsche radicaliza este planteamiento al afirmar que todo conocimiento está mediatizado por las peculiaridades de la subjetividad, siendo ésta distinta para cada especie e incluso para cada individuo.

La Genealogía del Conocimiento en Nietzsche

La crítica de Nietzsche se dirigirá hacia el hombre racional, que con el uso de la razón incurrirá en el error de la creación de un mundo de ficción que intentará enmarcar dentro de los límites de la universalidad y la necesidad. De esta manera, para establecer su crítica, Nietzsche utilizará el método genealógico que removerá todos los cimientos y fundamentos establecidos en la filosofía occidental. Según el filósofo, este interés por la verdad será un mecanismo de protección, es decir, un mecanismo de seguridad frente al constante mundo cambiante. Por tanto, podemos concluir que la voluntad de verdad estará sometida a la voluntad de poder. Nietzsche, en una época de crisis y pérdida de valores sociales, se propuso encontrar las bases de estos valores. El proceso a seguir es el que él llamó genealogía. Concretamente, la genealogía del lenguaje es la que Friedrich Nietzsche utilizará para desmontar la cultura occidental que cree estar en posesión de toda la verdad.

La Verdad como Construcción Lingüística

En Nietzsche, el conocimiento es sólo "un medio de conservación del individuo" que se vale del "arte de fingir; aquí el engaño, la adulación, la mentira y el fraude, la murmuración, la farsa, el vivir del brillo ajeno, el enmascaramiento, el convencionalismo encubridor, la escenificación ante los demás y ante uno mismo, en una palabra, el revoloteo incesante alrededor de la llama de la vanidad". ¿En qué consiste este conocimiento, entonces? ¿Por qué el camino de la verdad, una de las más sacrosantas voluntades de la humanidad, está adornada de tales "virtudes"? La verdad universal, para Nietzsche, no existe. La verdad es un ataque a la pretensión de “objetividad”. Casi nadie pone en duda que el mayor logro de Occidente es el establecimiento, desarrollo y, sobre todo, puesta en práctica del pensamiento racional, entendiendo por aquel con pretensiones de objetividad e intersubjetivo (es decir, universalmente válido e independiente de las opiniones, creencias, intereses, prejuicios… de los sujetos que lo sustentan). A este estupendo y definitivo logro del espíritu se le denomina ciencia. Pues bien, Nietzsche pone en cuestión esa pretensión de objetividad, limpieza, desinterés y neutralidad que la ciencia reclama. Analizando su historia, es decir, remontándose a sus orígenes, va rastreando su verdadero impulso, aquello que inconscientemente la origina, la voluntad que la subyace (desenmascaramiento).

Metáfora vs. Verdad

En efecto, por detrás —o por debajo— de una apariencia imparcial, la empresa científica no es sino la manifestación de una única voluntad de dominio. La verdad que fundaría la objetividad no es más que un juego del lenguaje. Es decir, la verdad se da en un ámbito —el lingüístico— que se limita a producir “figuras de verdad”, es decir, meras construcciones arbitrarias, ilusiones y ficciones antropomórficas que, eso sí, cuando tienen éxito y logran imponerse, alcanzan un asentimiento general. ”Una verdad no es más que una ilusión de la cual se ha olvidado su origen”. Estas ilusiones son el resultado de un juego lingüístico, donde se utilizan palabras que construyen metáforas (trasposición arbitraria para construir el mundo), y crean un ”sentido”, como la verdad, siendo ésta, por tanto, una metáfora. Pero la metáfora, impulso natural del hombre, esa tendencia a crear sueños, a interpretar, a construir metáforas, metonimias, entender el mundo como algo siempre nuevo, inconexo y variable, es pronto olvidada por el hombre de la ciencia, el constructor de conceptos. El concepto supone una construcción humana, pero esta vez con ansias y pretensiones de verdad. Como la abeja, el hombre rellena de contenidos sus conceptos y las convierte en un columbarium, en una necrópolis, borra el dinamismo natural de la creación, crea palabras muertas, vacías, que no reflejan el mundo. Y pretende con ello reflejar la realidad, contactar con el mundo, extraer la esencia, reflejar una verdad. Ese es el producto de la razón, tan evanescente como la metáfora pero con pretensiones de solidez. Por tanto, el término metáfora se ajusta al producto del hombre auténtico, del artista creador, que no violenta la realidad ni pretende acceder a su verdad, que respeta el carácter variable del mundo, que es capaz de soñar, de crear, de interpretar, un hombre abierto al devenir. Por el contrario, el término verdad alude a la pretensión del hombre occidental especialmente, a partir de Platón, de entender la realidad como poseedora de una esencia oculta, una cualidad que solo la razón puede encontrar. Y una vez encontrada, queda fijada como un concepto, una ley invariable. Se construye una realidad, producto de la razón, y se toma esta como la esencia, la verdad del cambiante mundo. Con ello se ha eliminado lo único que tenemos: una realidad viva, variable, inaprensible.

La Ficción de la Verdad

Como cita Nietzsche en su obra Sobre verdad y mentira en sentido extramoral, “Si un artesano estuviese seguro de que sueña cada noche, durante doce horas completas, que es rey, creo que sería tan dichoso como un rey que soñase todas las noches durante doce horas que es artesano." Con esto, el autor alemán nos viene a decir que los productos de la razón humana no son sino producciones humanas, creaciones, respuestas ante el caos, el devenir del mundo en que vivimos, y existen ficciones a las que se le da una entidad diferente. Son meros productos de la razón que ha olvidado que somos algo más que eso, seres racionales pero también creadores, artistas, vivos. En el texto intenta explicarnos Nietzsche cómo el hombre sueña su ficción y, de tanto soñarla, la toma por real. Acostumbrados a soñar durante siglos los mismos conceptos, las mismas leyes que hemos aplicado a la naturaleza, hemos olvidado que eran un sueño y las hemos tomado por realidades. No hay mayor diferencia entre sueño y realidad, porque la realidad es igual de caótica y desordenada que el sueño; pero el mundo de los conceptos ha elevado su propia ficción a la categoría de verdad y, de tanto hacerlo, la ha tomado por tal. La supuesta verdad occidental es solo una ficción, que con el uso, se ha convertido en una verdad a la que estamos tan acostumbrados que se nos ha olvidado su origen. Así, no habría mayor diferencia entre algo soñado durante la mitad de las horas de nuestros días y lo que ocurriese durante el resto de horas. Este engaño se produce, de hecho, cuando el hombre asienta sus verdades en teorías racionales. Son tan rígidas y estructuradas, han construido tan bien la seguridad de ser realidades, verdades, que cuando el mito inventa, recrea, cuando el arte imagina, crea, produce, es entonces cuando decimos que soñamos sin ser conscientes de que nuestras supuestas verdades científicas no distan mucho de ser un sueño; una ficción más, una interpretación de las muchas posibles, del mundo que vivimos.

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