El Concepto de Hombre, Sociedad y Estado en la Filosofía de Spinoza

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El Concepto de Hombre, Sociedad y Estado en la Filosofía de Spinoza

Introducción

Spinoza interrumpe la Ética en la proposición 80 de la tercera parte (De la sociedad y del Estado), para entregarse a la redacción del Tratado teológico-político. El mismo Spinoza se encarga de indicar que se apoya en la Ética y en el Tratado político y las da por supuestas.

El Hombre en Spinoza

En la Ética expone Spinoza que el hombre no es sustancia sino un modo; el alma es modo del pensamiento y el cuerpo es el modo de la extensión. Alma y cuerpo se relacionan no como dos sustancias (contra Descartes) sino como una idea y su objeto. El cuerpo es el objeto primero del alma, y el alma es la idea del cuerpo. El hombre es un ser imaginativo. Los afectos son las vivencias de la imaginación. Son subjetivos, son inciertos y azarosos. Se refuerzan, se debilitan, se mezclan y entrecruzan, se comunican y se difunden, se rigen por las leyes de asociación de imágenes (semejanza, contigüidad y contraste) que son tan necesarias como las leyes de choque de los cuerpos. El número de afectos es tres: deseo, alegría y tristeza. Los demás son modulaciones de estos primitivos. La esencia de cada uno de ellos viene determinada por tres coordenadas: sujeto, objeto o causa y grado de conocimiento. Los primeros sentimientos derivados o complejos son el amor y el odio pues no son sino la alegría y la tristeza asociadas al objeto que las causa.

El Hombre y las Pasiones

El hombre está sometido a las pasiones. La pasión spinoziana es como la duda cartesiana y la define en forma de conatus “cada cosa se esfuerza, cuanto está a su alcance por perseverar en su ser”. Incluso a nivel imaginativo y pasional, hay en Spinoza una especie de “ética de la alegría” por la sencilla razón de que “el deseo que nace de la alegría es más fuerte que el deseo que nace de la tristeza”. ¿Por qué, entonces, odiamos a nuestros semejantes, les envidiamos y tememos? Porque mientras los hombres están sometidos a las pasiones su proximidad o semejanza es puramente artificial o irreal. El hombre que vive a nivel imaginativo y pasional, tiene un mundo propio e individual, que no coincide en absoluto con el de otro. De ahí que ambos se odiarán, sobre todo, cuando desean un objeto que sólo uno puede poseer. Es justamente lo que sucede en la ambición. El hombre es por naturaleza ambicioso. Recordad que para Hobbes el hombre es “un lobo para el hombre” y que el estado de naturaleza es “la guerra de todos contra todos”. Spinoza, en esa línea, sostiene que el hombre en su estado natural es esclavo de las pasiones: “El hombre está siempre necesariamente sometido a las pasiones”.

La Sociedad y el Estado

De modo que “para que los hombres puedan vivir en concordia y prestarse ayuda, es necesario que renuncien a su derecho natural y se den garantía mutua de que no harán nada que pueda redundar en el perjuicio del otro”. Dado que un afecto sólo puede ser vencido por otro más fuerte y contrario, el estado político sólo será efectivo si hace surgir, frente al egoísmo, la renuncia y frente a la ambición dominadora, el deseo de concordia. “De acuerdo con ese principio se podrá establecer una sociedad, con tal de que ésta reclame para sí el derecho que cada uno tiene de tomar venganza y de juzgar acerca del bien y del mal y que tengan la potestad de prescribir una norma común de vida y de dictar leyes y respaldarlas, no con la razón, que no puede reprimir los afectos sino con amenazas”. Esta sociedad es el Estado; y quienes son protegidos por él se llaman ciudadanos. Ahora bien, ¿es la amenaza, es decir, el poder coactivo y, por lo mismo, el temor, suficiente para constituir la sociedad sobre bases firmes? Más aún ¿Cómo surge y se constituye ese poder coactivo? No obstante, es significativo que no es la coacción y la amenaza su última palabra sobre la sociedad. “El hombre que se guía por la razón es más libre en la sociedad, donde vive conforme a una ley general, que en la sociedad donde se obedece a sí mismo”. De dos males, el hombre elige el menor, cualquier perjuicio es compensado por el bien que surge del estado político. Spinoza escribe: “Cuál sea la mejor constitución de un Estado cualquiera se deduce fácilmente del fin del estado político, que no es otro que la paz y la seguridad de la vida”. Ahora bien, ni la vida humana consiste en la circulación de la sangre sino en la razón, ni la paz es la ausencia de guerra, sino “una virtud que brota de la fortaleza del alma”. Por eso, el buen gobierno no sólo debe buscar un fin humano sino, además, por medios humanos y aceptados por la mayoría. Pues “una cosa es gobernar y administrar la cosa pública con derecho y otra cosa distinta, gobernar y administrar muy bien”. Más delicada es la cuestión de definir con exactitud qué tipo de poder constituye el derecho y qué tipo de pacto constituye la democracia, como esencia misma del Estado y no como simple forma de gobierno.

La Libertad Individual y el Estado

Según Atilano Domínguez, en la Ética se limita a demostrar que la sociedad y su organización en forma de Estado, con poder legislativo coactivo, es necesaria para que el individuo consiga la libertad y la felicidad. Esa es, por así decirlo, la primera obra de la razón. En cambio, en El Tratado teológico-político se propone demostrar que la libertad individual no está en contradicción ni con la piedad y la religión ni con la seguridad del Estado. Por eso, partiendo de la misma idea del hombre como ser imaginativo y racional, se limita a demostrar que el Estado es producto de un pacto fundado sobre la ley suprema de la propia utilidad; y que, como ese pacto es obra de todos, el Estado es, al mismo tiempo, un Estado o poder absoluto y una democracia o poder colectivo. Finalmente, en el Tratado político mantiene la misma idea del hombre y del Estado pero pone el acento, simultáneamente, en la seguridad del Estado y en la libertad individual: en que el Estado es el poder de la multitud, es decir, un poder democrático resultado de la suma de poderes de todos los individuos; pero, al mismo tiempo, el poder de una multitud unida por el interés, por la razón y por la ley y, por tanto, un poder absoluto, es decir, un poder superior al de cualquier individuo. Aunque su metafísica deriva o intenta derivar todas las cosas naturales de los atributos divinos, su política no se inspira en la religión, sino que se funda en el pacto social y en la utilidad pública, es decir, en el voto popular.

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