La Concepción del Héroe Homérico y la Visión Griega del Ser
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1.1. La visión griega
El héroe homérico
En la época griega arcaica todavía no existía la idea del cuerpo como una unidad. El término “soma”, que se traduce por cuerpo, se refiere al cadáver. Mientras vive, las referencias al cuerpo se hacen a partir de una pluralidad de términos correspondientes a sus partes visibles (brazos, cabeza, pies...) o a los órganos internos (corazón, pulmones, estómago...). Todo ello se considera que se encuentra bajo el efecto de distintas fuerzas y energías que causan tanto los movimientos corporales como las emociones. No hay aún distinción entre lo puramente físico y lo psíquico.
Esta concepción se halla presente en el siglo VII a. C. en los relatos homéricos de la Ilíada y la Odisea, en los que el término psyché se refiere a la vez a:
- El principio que hace posible la vida y el movimiento. Dicho principio vital es impersonal, es decir, es el mismo en todos los seres vivos, y abandona el cuerpo cuando estos mueren.
- A la sombra o el doble del muerto, como espectro o espíritu personal, que pasa a habitar el Hades, el reino de las tinieblas. En un famoso pasaje de la Odisea, el espectro de Aquiles le confiesa a Ulises que preferiría ser el sirviente del más pobre de los hombres que ser el gran rey Aquiles en el reino de los muertos.
Para hablar de la voluntad o el carácter de una persona, Homero habla de thymós, mientras que apunta al noos cuando hace referencia al sentido de la vista y nuestra capacidad para representarnos las cosas. Así pues, no hay un núcleo unitario donde se sitúe la clave de la identidad del yo. Y es que en la concepción homérica del ser humano, la identidad se contempla como algo que nos viene dado desde fuera, es decir, por los demás. Son los otros los que, al reconocernos como alegres, tristes, valientes, cobardes, generosos o tacaños, etc., van fijando aquello que somos.
Por ello, desde esta visión, el máximo bien consiste en lograr la aceptación y el reconocimiento de los demás, mientras que el mayor mal sería cosechar su burla o desprecio. De ahí que el objetivo de la vida pase a ser el alcanzar el honor, la fama o la gloria, gracias a las grandes gestas que uno haya protagonizado. Para ello será fundamental que el héroe homérico cultive la areté, esto es, la virtud o excelencia que nos capacita para lograr tan altas metas, desafiando, si cabe incluso, a los propios dioses. No obstante, solo los nobles aristócratas dispondrán de las condiciones propicias para el desarrollo de esa areté que pueda dar paso a la alabanza pública.