El Carnaval del Arlequín y El Grito: Análisis de Obras de Miró y Munch
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EL CARNAVAL DEL ARLEQUÍN. 1924-25. JOAN MIRÓ. ÓLEO SOBRE TELA, 66 x 93 cm. Albright-Knox Art Gallery, Buffalo (EEUU).
A Miró podemos situarlo fuera del surrealismo figurativo y considerarlo representante genuino del surrealismo del automatismo, un lenguaje artístico cercano a la abstracción. Quedan elementos reconocibles pero están para servir de soporte simbólico a los mensajes del subconsciente. Un potente universo de signos y símbolos vamos a encontrarnos en su fascinante Carnaval de Arlequín de 1924. La apariencia puede engañarnos: frescura, irrealidad, inocencia, alegría, infantilismo… Según sus propias declaraciones en este cuadro quiso expresar las alucinaciones producidas por el hambre: una noche, tras regresar a casa sin haber comido, anotó sus sensaciones y a partir de ellas pintó una escena en la que el arlequín imagina todo aquello que le podía alegrar. ¿Y qué es eso? Un mundo mágico plagado de seres esquematizados. Hay una piscina con peces de colores, gatos fantásticos, bichos de variadas formas, algunos alados; una ventana tras la que se divisa un paisaje; una gran mano que cruza por el centro; escalera a la izquierda; notas musicales; cintas; orejas y ojos; formas geométricas perfectas; el arlequín tiene sombrero, bigote, barba y cuerpo de guitarra… todo un universo soñado y de espíritu infantil. La variedad cromática es mucha pero dentro de los primarios (rojo, amarillo y azul) separados por el negro y el blanco; el color se aplica sin claroscuro y junto con la línea se convierte en el elemento fundamental. El espacio, de hecho, queda confiado a dos tonos que sirven para diferenciar suelo y pared, más la ventana de la derecha que se abre a otro espacio exterior. Miró se acerca con sus imágenes al mundo infantil porque ese es el territorio en el que se manifiesta realmente el inconsciente, anterior a la educación que reprime y censura, un mundo en el cual se pueden burlar los límites de la razón.
EL GRITO. 1893. EDWARD MUNCH. ÓLEO SOBRE LIENZO, 83,5 x 66 cm. GALERÍA NACIONAL DE OSLO, NORUEGA.
Vemos en el centro del cuadro una figura en primer término que grita mientras sujeta su cabeza con las manos. Se encuentra sobre un puente en el que aparecen también dos figuras humanas al fondo. En el horizonte se distinguen dos pequeñas embarcaciones. “Una tarde paseaba por un sendero, al lado estaba la ciudad y debajo de mí el fiordo, el sol se estaba poniendo, las nubes estaban teñidas de rojo sangre. Sentí que un grito atravesaba la naturaleza y casi me pareció oírlo. Pinté este cuadro, pinté las nubes como sangre auténtica. Los colores gritaban.” La figura, casi espectral, se resuelve mediante formas sinuosas y onduladas que se repiten en el resto del cuadro, tanto en las nubes como en el paisaje que le sirve de fondo, lográndose así una fusión total que llena la escena de tensión y angustia. Estas líneas curvas expresan el grito, que parece traspasar los límites del lienzo para llegar hasta nosotros. Las diagonales del camino y las barandillas del puente ofrecen un contrapunto a estas líneas curvas. El uso del color, de gran intensidad, refuerza esta clara intención expresiva: el cielo se resuelve a base de bandas rojas y amarillas con pinceladas azules. El mar se representa a través de una gran ola de color azul oscuro que se vuelve verde en la parte derecha del cuadro. Es una obra totalmente expresionista en la que el color, el uso de la línea y la distorsión de la figura sirven perfectamente al propósito del autor, que quiere transmitirnos una profunda angustia interior, por lo que la imagen causa un poderoso impacto en el espectador.