El Arte Románico: Arquitectura, Escultura y Pintura en la Edad Media
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El Arte Románico
El término románico fue acuñado en 1818 por el arqueólogo francés Gerville, al observar la similitud entre los edificios europeos de la Alta Edad Media y las construcciones de Roma. El románico es un estilo autónomo que surge y se desarrolla durante el siglo XI y la primera mitad del XIII, coincidiendo con el renacimiento de la orden monástica benedictina, el auge de las peregrinaciones y la épica de las Cruzadas. Influyeron en su desarrollo el ejemplo de la antigüedad, la herencia bárbara, las influencias califales de Córdoba y las orientales de Bizancio.
El historiador Duby describe el Occidente cristiano del año 1000 como un mundo rústico y pobre, acechado por el hambre y preso del temor y la ansiedad ante el Juicio Final. El restablecimiento de la paz física y espiritual llegó con los monjes benedictinos. En sus extensos dominios monásticos, incorporaron avances agropecuarios que impulsaron la producción cerealista y ganadera, y alabaron a Dios con plegarias y con la belleza del arte.
En la Edad Media, el control de la producción artística dejó de ser exclusivo del rey y se compartió. Una parte importante recayó en los benedictinos, quienes se convirtieron en mediadores entre el hombre y lo sagrado. Dos abadías de Borgoña (Cluny y Citeaux) serían las encargadas de forjar el arte románico y la mentalidad que lo sustenta.
En el siglo XI, los monjes negros de Cluny, los cluniacenses, fomentaron el culto a las reliquias y crearon la iglesia de peregrinación. Sin embargo, el orgullo y la riqueza decorativa de sus edificios provocaron una reforma en el siglo XII, liderada por San Bernardo y los monjes blancos de Citeaux, los cistercienses, a favor de la humildad y la austeridad ornamental.
La fe en las reliquias impulsó un gran fenómeno social: la peregrinación penitencial, la mayor manifestación de masas de la Edad Media. Tres centros atraían el interés: los Santos Lugares de Jerusalén, las catacumbas de Roma y el sepulcro del Apóstol Santiago en Galicia. El peligro que representaba el control turco de Tierra Santa desvió las preferencias hacia Occidente. El Camino de Santiago se convirtió en la gran arteria medieval, por donde transitaban personas, ideas y artistas.
Arquitectos franceses que llegaron a España para implementar los modelos cluniacenses de cabecera con deambulatorio, a su regreso a Francia, tras conocer el arte de al-Andalus, importaron los arcos polilobulados, modillones, y copiaron la cúpula nervada de la mezquita de Córdoba en Bigorre.
La religiosidad medieval abre un nuevo capítulo en el siglo XII: las Cruzadas, un episodio histórico que culminó con la toma de Jerusalén, donde Europa muestra su fuerza expansiva en Oriente, recibiendo influencias bizantinas. La recuperación de las tierras donde vivió Cristo también escondía intereses políticos y comerciales: la supremacía del papado frente a las monarquías feudales y el control marítimo del Mediterráneo por los mercaderes italianos.
La Arquitectura Románica
Durante el período románico, la arquitectura es el arte rector, centrada en la iglesia y el monasterio.
Elementos formales y soluciones constructivas
La bóveda de cañón es el gran símbolo del Románico. Por seguridad y estética, se construía en piedra, protegiendo al edificio del fuego y creando estructuras más perfectas y acústicas. Para contrarrestar los empujes del cañón sobre los muros, se fragmentaba la cubierta en tramos mediante arcos transversales o fajones, apoyados en pilares. Este esqueleto permitía elevar la altura y la longitud de la construcción.
En edificios de tres naves, el cañón central se contrarrestaba con bóvedas de cuarto de círculo o de arista en las laterales, y se añadía un contrafuerte exterior en el eje de los fajones. La estabilidad de los contrafuertes permitía dividir las naves laterales en dos pisos, creando una galería alta o tribuna, que reforzaba la capacidad del edificio y permitía la entrada de luz solar.
Estos elementos (bóvedas, arcos fajones, contrafuertes y tribunas) surgieron en función del edificio predilecto del románico: la iglesia. Un templo orientado hacia la aurora, que evoca en su planta el cuerpo de Cristo: el ábside (la cabeza), el transepto (los brazos), el crucero (el corazón) y las naves (los pies).
El esplendor de la liturgia y el culto a las reliquias impulsaron soluciones constructivas inéditas: la cabecera con absidiolos, el deambulatorio, la tribuna sobre el transepto y el pórtico a los pies. En la Abadía de Cluny, se decían misas sin interrupción. Para ello, se agregaron absidiolos con altares a la cabecera, separados del coro por un pasillo anular (deambulatorio). Esta fórmula se extendió a los santuarios de peregrinación, donde la afluencia de visitantes obligó a construir absidiolos y tribunas en el transepto y un pórtico interior.
La iglesia de peregrinación: la Catedral de Santiago de Compostela
Según la leyenda, a principios del siglo IX, se vieron luces sobre el sepulcro olvidado del Apóstol Santiago. El obispo Teodomiro y el rey Alfonso II reaccionaron al hallazgo, fundando Compostela. El pontífice difundió la noticia, invitando a los fieles a venerar la reliquia. Francia inauguró la peregrinación internacional, abriendo el Camino de Santiago.
El peregrino, con bordón, calabaza y concha, recorría unos 30 kilómetros diarios, durante uno o dos meses, pasando por monasterios e iglesias. Cinco iglesias de peregrinación, cuatro francesas, destacaban en el camino. Sus características arquitectónicas incluían grandes dimensiones y una perfecta circulación. El peregrino podía orar ante los altares-relicario de la girola sin interrumpir los oficios en la nave principal.
La construcción de la Catedral de Santiago se inició en 1075, bajo la dirección de Bernardo el Viejo y Roberto. En 1100, el Maestro Esteban reanudó las obras. Entre 1168 y 1188, el Maestro Mateo creó el Pórtico de la Gloria, donde el Apóstol saluda a los peregrinos.
El Monasterio
Roberto, monje de Molesmes, fundó el Císter. La Carta de la Caridad establecía la austeridad en la arquitectura cisterciense, sin pinturas ni esculturas, con iglesias de puertas blancas y torres bajas. Su distribución, siempre idéntica, permitía a cualquier monje reconocer la ubicación de los edificios.
El núcleo central es la iglesia, dividida por rejas para separar a los monjes profesos de los hermanos legos. Contiguo al templo se encuentra el claustro, símbolo del paraíso terrenal, lugar de paseo, lectura y meditación. El claustro distribuye las dependencias monásticas: la sala capitular, el refectorio, la cilla y el mandatum.
En la sala capitular se reunía la comunidad. Junto a ella se ubicaban la biblioteca, el locutorium, la sala de trabajos, las letrinas y el acceso al huerto y al dormitorio. En la crujía del refectorio se encontraban la cocina y el calefactorio. Encima, la alcoba del abad. La cilla albergaba las oficinas administrativas y las dependencias para los hermanos legos. En el mandatum, los monjes recibían las órdenes del abad.
Dentro del recinto amurallado se encontraban la enfermería, el cementerio, las bodegas, los establos, el molino, la fragua y los talleres. A la entrada, una hospedería y una capilla para el pueblo.
Escultura y Pintura
La escultura y la pintura románica tenían una función instructiva, pedagógica y aleccionadora. El clero las utilizaba para enseñar las verdades de la Salvación a la población analfabeta.
Las artes plásticas se conciben como revestimiento arquitectónico, la escultura en los tímpanos y la pintura en el ábside. En el centro, la imagen de Jesús, aureolado por una mandorla. El resto se divide en frisos con personajes secundarios. El alargamiento de las figuras, las anatomías imperfectas y las perspectivas extrañas son fruto del expresivismo.
El tema principal es la Maiestas Domini, Cristo entronizado, rodeado del tetramorfos, serafines y ancianos. Ejemplos se encuentran en San Pedro de Moissac y San Clemente de Tahüll. La Virgen, en segundo plano, se representa como Maiestas Mariae, como en Santa María de Tahüll.
El románico catalán combinó la pintura al fresco con la pintura al temple sobre tabla en los frontales de altar, con la Virgen en el centro y escenas de milagros y martirios en los laterales. Los talleres de Vic y Ripoll produjeron estas obras y crucifijos como el Crucifijo Batlló.