Arte Egipcio: Escultura y Pintura en el Antiguo Egipto

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Escultura en el Antiguo Egipto

Escultura Oficial

La escultura oficial estaba estrechamente ligada a la arquitectura, especialmente con una finalidad funeraria, formando parte del ajuar o representando a los faraones. Se realizaba en diversos materiales como piedra, alabastro, oro o madera. Las esculturas solían ser de tamaño natural o menor, y mostraban un marcado hieratismo, es decir, una apariencia estática y rígida. Se regían por la ley de la frontalidad, que implicaba un único punto de vista frontal, dividiendo la figura en dos partes simétricas. Los escultores egipcios eran muy calculadores en su trabajo.

Las figuras se disponían de manera que el espectador pudiera comprenderlas fácilmente. Presentaban rigidez en la forma de doblar las articulaciones y ciertos arcaísmos, como el almendrado de los ojos y la forma del rostro. Los faraones eran representados en plenas condiciones físicas y con madurez, con una imagen que perduraría en la eternidad y que permitiría reconocerlos en la otra vida.

La escultura oficial seguía cánones estrictos: los cuerpos se representaban de manera estandarizada, casi en serie, y la única diferencia radicaba en el rostro, que individualizaba la figura. Sin embargo, este rostro no era naturalista, carecía de arrugas y se idealizaba para mostrar una apariencia atractiva. La postura del cuerpo era siempre la misma, con una pierna adelantada en señal de marcha (un intento de movimiento), los brazos rígidos y los puños cerrados. Vestían el Kalf (falda) y un gorro (con diferentes alturas). También llevaban la barba de ceremonia. Cuando se representaban sentados en un sillón, este nunca se hundía, y siempre mantenían la rigidez en el cuello y la cabeza alta.

Escultura No Oficial

La escultura no oficial se manifestó de forma minoritaria a partir de la dinastía XVIII. Se caracterizaba por un mayor naturalismo, con figuras más humanizadas y cercanas a la realidad. Se representaban imágenes de un faraón menos rígido y de personajes de la sociedad que en otros momentos no habrían sido reflejados.

Un caso aparte es el del faraón Amenofis IV (Akenatón), quien promovió la adoración del dios Sol, Atón. La escultura oficial de su reinado se volvió más realista, con rasgos alargados, ojos achinados y una mayor expresión en el rostro.

Pintura en el Antiguo Egipto

La pintura egipcia no solo contribuía a la belleza de las estatuas y relieves con una rica variedad cromática, sino que también alcanzó categoría artística por sí misma a través de las múltiples decoraciones de tumbas y templos. Aunque durante las primeras dinastías la pintura tuvo poca importancia, posteriormente experimentó un notable desarrollo, como lo demuestran los frescos que cubren las paredes de algunas tumbas del Valle de los Reyes.

Los temas representados en la pintura egipcia son los mismos que en los relieves escultóricos, y su forma de representación sigue las mismas leyes. Por ejemplo, las figuras siempre presentan la ley de la frontalidad, es decir, se muestran de perfil, pero con los hombros y los ojos de frente, apoyando el cuerpo sobre ambos pies. A veces, se representaban dos pies y dos manos derechos, ya que para los egipcios el canon de la perfección era la parte derecha del cuerpo. El personaje más relevante aparece pintado de mayor tamaño (perspectiva jerárquica) que el resto de las figuras que lo acompañan, y se ubica en la parte derecha de la escena.

Los artistas realizaban previamente esbozos de la obra sobre ostraca (fragmentos de cerámica o piedra). Luego, sobre el muro, comenzaban la obra dibujando una cuadrícula en la que hacían un croquis con las figuras y los objetos a escala. Los colores fundamentales eran el negro (obtenido de ahumados), el blanco (de la tiza o cal), el rojo (de las arcillas), el verde (de la malaquita) y el azul (de cobre y calcio). La técnica empleada era el temple opaco, que consistía en la disolución de los pigmentos en agua, goma de cola y clara de huevo. Sobre la obra terminada se aplicaba un barniz superficial que la protegía y confería a los colores gran brillo y reflejos.

Los pintores trabajaban en paneles de madera o directamente en paredes o estatuas. La temática era preferentemente religiosa, costumbrista o de cacería, y el color aparecía sin sombras ni graduación de tonalidades, es decir, eran tonos uniformes.

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