Análisis de las Obras Maestras de Miguel Ángel en el Vaticano
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La Escuela de Atenas (Estancia de la Signatura, Vaticano)
Pintado entre 1509 y 1510, de 770 cm de base, decora la Estancia de la Signatura del Palacio del Vaticano. Situada enfrente de la Disputa del Sacramento, pretende celebrar la búsqueda racional de la verdad. Los personajes, sabios, artistas y filósofos, están colocados en el interior de un grandioso edificio decorado con columnas, estatuas y bajorrelieves que recuerda el proyecto de Bramante para San Pedro, resaltando el significado simbólico y arquitectónico de la monumental bóveda. Sin embargo, el templo representado no es cristiano, sino el templo de la sabiduría, presidido por dos esculturas pintadas en los nichos frontales que representan a Apolo y a Atenea, dioses griegos defensores de las letras y las artes.
Las líneas de perspectiva de la composición confluyen en los cuerpos de Platón y Aristóteles.
La arquitectura marca la progresión en profundidad de las distintas figuras. Platón, con el Timeo bajo el brazo, que eleva simbólicamente el índice hacia el cielo, y Aristóteles, sosteniendo la Ética, que extiende hacia adelante el brazo y la mano.
A la izquierda de las dos figuras centrales está Sócrates con un grupo de jóvenes; abajo, Epicuro; Pitágoras, sentado, mientras un jovencito le sostiene la famosa tablilla que contiene las normas de las proporciones musicales. Detrás, Averroes, caracterizado por el turbante blanco; Heráclito escribe con el codo apoyado en un bloque de piedra. Diógenes, acostado en la escalinata, mientras en primer plano Euclides está midiendo con el compás una figura geométrica; a su espalda, Zoroastro frente a Ptolomeo, con la esfera celeste y el globo terráqueo en las manos. A Platón lo pinta con los rasgos de Leonardo, a Heráclito con el rostro de Miguel Ángel y a Euclides con la cara de Bramante. El joven con birrete negro que mira hacia nosotros es el propio Rafael.
Bóveda de la Capilla Sixtina
El Papa Julio II encarga a Miguel Ángel en 1508 la decoración al fresco de la Capilla Sixtina. La Capilla tiene unas dimensiones de 39 m de largo por casi 14 de ancho, lo que proporciona más de 500 m2 de bóveda, a 25 m de altura. Entre 1508 y 1512 lleva a cabo esta obra, para lo cual simuló diez arcos fajones con la intención de dividir la gran bóveda de cañón en nueve tramos sucesivos. Dos falsas cornisas parten los tramos en tres registros. Los rectángulos resultantes en el registro central son de dos tamaños diferentes y narran nueve historias del Antiguo Testamento: La separación de la luz de las tinieblas, La creación del sol y la luna, La separación de las aguas, La creación del hombre, La creación de la mujer, El pecado original y el destierro del Paraíso, El sacrificio de Noé, El diluvio universal y La embriaguez de Noé.
- En las esquinas de los recuadros menores están sentados los ignudi, adolescentes desnudos que sostienen medallones de bronce con escenas del Antiguo Testamento. - En los lunetos y en los tímpanos de los registros laterales se encuentran los antepasados de Jesús. - Entre los tímpanos se alternan cinco sibilas y siete profetas, que también ocupan los dos recuadros situados entre las pechinas de los rincones de la bóveda. Estas últimas pechinas representan escenas del libro bíblico de Esther.
El conjunto de la bóveda exhibe un impresionante fresco con más de 300 cuerpos humanos. Para conseguir que cada figura tuviera una postura diferente a los demás, el artista realizó innumerables estudios y esbozos previos. Los cuerpos desnudos y la extrema naturalidad de los gestos revelan su profundo conocimiento de la anatomía humana. Sin embargo, no siguió las reglas de la perspectiva, sino que las figuras se entrelazan de manera artificiosa y en multiplicidad de movimientos. Sus formas, robustas y dilatadas, se engrandecieron a medida que iba pintando, siendo más grandes conforme nos acercamos al altar, y las pinceladas son más libres y enérgicas. Por primera vez en la historia del arte religioso, la concepción doctrinal es del artista que no acepta la propuesta papal. La arquitectura pintada no es solo marco, sino parte integrante de la obra, produciéndose, también por primera vez, una fusión de todos los elementos figurativos en síntesis de arquitectura, pintura y escultura. La restauración de las pinturas de la bóveda de la Capilla Sixtina llevada a cabo entre 1990 y 1994 reveló unos colores fuertes y luminosos; el verde y el violeta, los dos colores litúrgicos de la misa, predominan sobre el resto.
Creación de Adán
Se trata de una de las escenas de la creación pintadas por Miguel Ángel en la bóveda de la Capilla Sixtina. Está situada en uno de los rectángulos mayores; la intensidad del tono de los colores es mayor y la búsqueda de un efecto de bulto redondo y del espacio es también mayor. La escena se compone de dos grandes unidades plásticas de gran sencillez:
Dios, con el dedo tendido hacia Adán, le transmite la vida. Es un dios de larga barba blanca y de gesto bondadoso, vestido con una sencilla túnica de color violeta e impulsado sobre un coro de ángeles representados como jóvenes efebos, todos sin alas, desnudos, alejados de los cánones clásicos. Dios aparece en la inmensidad del cielo con un manto envolvente. Se acerca al mundo desolado y vacío de Adán. Éste no puede despertar por sí solo, necesita la energía divina. Dios actúa como un escultor al dar forma a la primera imagen del hombre, dotándola de toda la belleza física y espiritual.
Destaca el cuerpo de Adán, tendido sobre un suelo verde azulado, que recibe el hálito de vida a través del dedo de Dios, que hace que esa materia inerte comience a moverse y sentir. Cada parte de su anatomía responde, despertándose lentamente a la vida. El esplendor corpóreo expresado a través de la musculatura casi sobrenatural es un requisito de la belleza material y espiritual.
Los colores resaltan por las armonías que establece entre los tonos cálidos y los tonos fríos: los rosados y marrones del desnudo resaltan sobre el verde azulado del suelo sobre el que yace Adán; mientras que en la figura del Creador, los tonos rosa-violáceo de la ropa resaltan en el fondo oscuro de la profundidad del manto. El drapeado, el juego de los pliegues del manto que envuelve a la figura del Creador y proporciona una mayor intensidad a su movimiento, están estudiados atentamente. El claroscuro está conseguido mediante la degradación de los tonos y la variación de la intensidad de los colores.
Juicio Final
Fue pintado al fresco por Miguel Ángel sobre la pared del fondo de la Capilla Sixtina, por encargo del Papa Clemente VII, entre 1536 y 1541. Alberga a una muchedumbre de más de cuatrocientas personas que se mueven, se reúnen, luchan, suben, se precipitan y gritan.
El Juicio es el fruto de la crisis que sufre el artista después del período negro. El motivo central es el drama de la humanidad, el destino del hombre siempre alejado de Dios, pecador que, a pesar de todo, está destinado a ser salvado. La composición se basa en una complicada estructura, que se articula en unos registros horizontales y verticales. Por un lado, el rectángulo de la escena (delimitada en la parte superior por dos arcos rebajados) se divide en bandas horizontales que se van estrechando de abajo hacia arriba. Por el otro, tenemos dos ritmos verticales: a la izquierda, el de una ascensión duramente ganada; a la derecha, el de una caída destructora.
De los dos registros, nace y se desarrolla un movimiento giratorio que une las ascensiones y las caídas alrededor del espacio central donde se encuentra la figura de Cristo juez.
En cuanto a los temas tratados, en la parte superior está ocupado por el mundo celestial, que gira alrededor de la figura de Cristo juez, con la representación tradicional de la Deesis: Cristo, la Virgen y San Juan Bautista. Aparecen también San Lorenzo, San Andrés, San Pablo y San Pedro con las llaves.
Debajo, a la izquierda, están los que suben al cielo, y a la derecha los condenados que se precipitan hacia el infierno; en el centro, un grupo de ángeles resucita a los muertos, a toque de trompeta. En la parte inferior, a la izquierda, la resurrección de los muertos; a la derecha, los condenados en la barca de Caronte. El artista se retrata en la piel que lleva San Bartolomé en su mano.