Análisis Comparativo de Unamuno y Azorín: Gigantes Literarios del 98
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Unamuno y Azorín: Dos Visiones de la España Finisecular
Miguel de Unamuno: La Agonía de la Existencia
Unamuno, figura central de la Generación del 98, se revela como un intelectual en constante conflicto. Su pensamiento, marcado por la contradicción, se debate entre la razón y la fe, la tradición y la modernidad. Esta lucha interna se proyecta tanto en su vida como en su obra, abarcando géneros como la poesía, el teatro, la novela y el ensayo. Dos ejes temáticos vertebran su producción literaria: la preocupación por el destino de España y la búsqueda del sentido de la vida humana.
En cuanto a España, Unamuno evoluciona desde una postura regeneracionista, que abogaba por la europeización, hacia una defensa de la identidad española y su religiosidad. Respecto a sus inquietudes existenciales, expuestas en ensayos como Del sentimiento trágico de la vida y La agonía del cristianismo, la idea de inmortalidad se convierte en el núcleo de su pensamiento. La tensión entre la promesa religiosa y la negación racional de la inmortalidad impulsa su lucha por la fe, una agonía reflejada en obras como San Manuel Bueno, mártir.
En el ámbito novelístico, Niebla (1914) se erige como su obra maestra. La famosa escena en la que el protagonista, Agustín, cuestiona la realidad de su propio creador, marca un hito en la narrativa española. A partir de este momento, los personajes unamunianos se definen como "agonistas", seres que luchan por su existencia, enfrentándose a la muerte y la disolución de la personalidad.
El estilo de Unamuno, vehemente y alejado de las retóricas tradicionales, refleja su personalidad. Denso, intenso, emotivo y contradictorio, su lenguaje se adapta a su pensamiento a través de la antítesis y la paradoja.
José Martínez Ruiz, Azorín: La Melancolía del Tiempo
Azorín, junto a Maeztu y Baroja, forma parte del núcleo inicial de la Generación del 98. Su trayectoria ideológica transita desde el anarquismo juvenil al conservadurismo de su madurez. La obsesión por el tiempo y la fugacidad de la vida humana marcan su pensamiento. A diferencia del dramatismo de Unamuno o la angustia de Machado, Azorín expresa una tristeza íntima, una melancolía suave, unida al deseo de capturar la esencia de lo permanente bajo la superficie de lo efímero.
Su obra, que incluye numerosos artículos de crítica literaria, se centra en la evocación de la esencia de España, como se aprecia en Castilla. Como novelista, renueva el género acercándolo al ensayo. La trama pierde importancia frente a la atmósfera y los personajes, a través de los cuales expresa su desazón existencial y su particular visión de España, como en La voluntad (1902).
Su estilo, marcado por la precisión y la claridad, se caracteriza por el uso de la palabra justa y la frase breve. Sus descripciones, de enfoque impresionista, se centran en el detalle revelador, empleando un léxico rico que recupera palabras olvidadas, rasgo característico de los noventayochistas.
Comparativa entre Unamuno y Baroja: Dos Caras de la Misma Moneda
Unamuno, destacado novelista, se inscribe en la corriente del pesimismo existencial. Obras como El árbol de la ciencia reflejan su escepticismo religioso y político, su visión de un mundo sin sentido y una vida absurda, representativa de la crisis de principios de siglo. Sus críticas demoledoras y su individualismo radical lo definen como un "liberal radical". Sus personajes, inconformistas, se dividen entre el "hombre de acción" que se rebela contra la sociedad y el "abúlico", paralizado por la falta de fe en el mundo, como Andrés Hurtado en El árbol de la ciencia.
Su concepción de la novela, ligada al realismo, contrasta con la de Galdós. Mientras Galdós se muestra objetivo, sereno y realista, Baroja se presenta subjetivo, apasionado e impresionista. No busca copiar la realidad, sino interpretarla desde su individualidad. Denuncia y critica, utilizando rasgos fuertes y definidores que transmiten una impresión vívida. Reunió gran parte de sus novelas en trilogías como Tierra vasca, La lucha por la vida y La raza, a la que pertenece El árbol de la ciencia (1911). También son famosas sus Memorias de un hombre de acción.