La virgen de las rocas

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La obra representa a la Santísima Trinidad en el momento posterior a la muerte de Cristo. El Padre acoge a su Hijo y entre las cabezas de ambos una paloma representa al Espíritu Santo. La cruz se levanta sobre una pequeña colina que simboliza el Gólgota, A ambos lados se encuentran la Virgen, señalando con la mano a su Hijo, mientras dirige su mirada al espectador, y el apóstol San Juan contemplando con devoción a Cristo. En un nivel inferior están representados de rodillas los comitentes,

un hombre y una mujer ancianos, que se igualan así a los personajes divinos. En la zona inferior se simula una mesa de altar en cuyo interior aparece un sarcófago con un esqueleto, representando tal vez la tumba de Adán que la tradición situaba en el Gólgota. La escena se desarrolla en un marco arquitectónico ficticio. Un arco de medio punto sobre columnas de orden jónico da acceso a una capilla simulada, cubierta por una bóveda de cañón decorada con casetones. Dos pilastras de orden corintio sobre las que descansa el entablamento cierran esta arquitectura. Se trata de la primera obra pictórica en la que se aplica el uso de la perspectiva lineal, lo que la ha convertido en un verdadero manifiesto de la pintura renacentista. Se crea así una falsa sensación de profundidad, reforzada por la articulación de la escena en tres planos diferentes:

en primer término, los comitentes, más cercanos al espectador; en segundo término, a ambos lados de la Cruz, la Virgen y San Juan y detrás de la cruz, la figura de Dios Padre. En la composición de la escena destaca con claridad el eje de simetría constituido por la figura de Jesucristo crucificado. Toda la escena se inscribe en un

triángulo, lo que transmite una gran sensación de equilibrio. La Trinidad es una pintura mural realizada al fresco. El artista utiliza colores cálidos  que a través del modelado dan volumen a los personajes.



Dos son las versiones de esta obra: una conservada en el Museo del Louvre y la otra en la National Gallery de Londres, cuya atribución a Leonardo es más controvertida. La del Museo del Louvre se considera la primera pintura realizada por Leonardo en Milán. Fue un encargo de la cofradía de la Inmaculada Concepción para la capilla que tenían en San Francisco el Grande. Era la tabla central de un tríptico, completado por un discípulo suyo que realizó las partes laterales. La tabla no llegó a instalarse y se la quedó el propio Leonardo por no haber llegado a un acuerdo en el precio. Más adelante fue incautada por el duque de Milán, y pasó después a poder de los franceses. La obra representa a la Virgen María arrodillada protegiendo dulcemente a San Juan, quien, también arrodillado, está adorando al Niño Jesús. Este bendice a su primo mientras tras él un ángel nos mira y señala a San Juan. La Virgen con su mano izquierda parece amparar o manifestar respeto a su Hijo Divino. La escena se desarrolla en una extraña gruta y está envuelta en una atmósfera de cierto misterio. La composición de la obra encuadra a las figuras en un triángulo equilátero, cuyo vértice es la Virgen. Las cuatro cabezas pueden inscribirse en un círculo, lo que crea una sensación de sutil movimiento, reforzada por los gestos de las manos mediante los que se comunican los personajes.

En cuanto al uso del color destaca en primer término la vestimenta roja del ángel, mientras que al fondo los tonos fríos nos transmiten sensación de lejanía. La luz modela los cuerpos produciéndose una suave gradación de las zonas iluminadas a las zonas oscuras, lo que se conoce como sfumato, rasgo característico de la pintura de Leonardo. El artista consideraba que la perspectiva lineal falsea la visión natural de las cosas y no refleja el carácter mudable y fugaz de la naturaleza. Por ello incorpora en sus cuadros la atmósfera en la que están inmersos los cuerpos y los objetos mediante la perspectiva aérea. Los contornos de los objetos aparecen más desdibujados en la distancia. Leonardo, además, elige el momento del día (el atardecer) en el que las sombras y la penumbra crepuscular confieren una especial belleza a la escena representada, dotándola de ese aire distante y misterioso.

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